03 | La oscuridad no está tomando prisioneros esta noche

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Recordaba con claridad el fuego de la lámpara de queroseno que le alumbraba de noche cuando vivía en un palacio lleno de oro y tela roja colgando de las ventanas. En la oscuridad, dos niños se arropaban debajo de un fuerte de sábanas colgadas del techo y contaban historias de gloria y dragones que surcaban en el cielo. Pero eso había sido hace tanto tiempo que ahora no quedaba nada más que cenizas en vez de algo precioso. Los niños que estaban juntos y reían fueron separados por gritos y furia descontrolada.

En esa época nada importaba. Se escondían en cada esquina y asustaban a los empleados. Era un mundo infantil que debió quedarse de ese modo; tal vez si no hubiera sido por el orgullo y enojo mal dirigido, todo hubiera sido diferente. Xia había creído que duraría por siempre pero comprendió demasiado tarde que en realidad no tenía a nadie en la vida. El atardecer era todo para ella ―brillaba el oro y cantaban orándole a espíritus antiguos por protección y amor― pero ahora no significaba nada más que la oscuridad de la noche que se aproximaba, aquella donde no se escuchaba nada más que el murmullo de los animales en los árboles.

Los pasadizos no eran silenciosos. Todo era gritos y golpes sordos.

Llegó corriendo al pasadizo justo cuando el intruso escapaba con el Avatar. Con un gruñido, se lanzó a perseguirlos con la cara roja. Había pensado por un momento en el Avatar con pena, como un niño inocente, pero debía recordarse que no era así y que tenía el deber de tenerlo encadenado como ganado, privado de todo.

Los encontró.

Usó la pared como resorte y saltó sobre el hombre de máscara, con la daga directo al pecho, pero el movimiento fue bloqueado por una de las armas del otro. Tenía dos espadas y estaba claro que ella estaba en desventaja. Xia se agachó, girando el cuerpo y barrió con una pierna las pantorrillas del enemigo. Este tropezó hacia atrás pero aun así siguió blandiendo las espadas y asestando golpes.

Xia no era maestra fuego. De sus manos jamás salieron llamas ni tuvo la oportunidad de incendiar flores en un jardín concurrido, pero por esa misma razón tuvo que aprender a defenderse a las malas. Desde que podía recordar le enseñaron a usar el arco y puños, y cuando su villa se quemó y tuvo que vivir un tiempo en un palacio lujoso, tuvo que aprender a usar otras armas. Allí la mediocridad no era permitida. Pero había un príncipe que pedía usar espadas y aun así nunca le hacían caso porque usar armas era de débiles, de aquellos que no eran lo suficiente talentosos para controlar sus katas y debían apoyarse en algo más. El niño era un príncipe que debía dar la talla, porque la vergüenza no estaba permitida en su hogar. Él seguía suplicando mientras ella miraba acojonada con los brazos sangrando y la espada larga colgando de su mano. Luego el príncipe mayor, aquel hombre que peleaba contra los bárbaros del Reino Tierra lo defendió y recién entonces pudo ser instruido en su uso por el mejor maestro de aquel arte, el mismo que le enseñaba a ella hasta dejarla jadeando en el suelo y hablaba de su casa en la punta de una montaña como si no escuchara sus quejidos de cansancio.

Le lanzó una patada al pecho, esquivando otro movimiento. Le dolía la cabeza y todo parecía ir más rápido, como si se sintiera flotar y las cosas solo fluyeran por sí solas. Miraba a la persona y solo podía apretar la mandíbula, queriendo dar media vuelta porque estar frente a él significaba enfrentar cosas que no quería. Conocía el estilo de lucha muy bien porque, años antes, un príncipe y una huérfana tuvieron que competir por felicitaciones. Recordaba el movimiento que se hacía al girar los brazos y alzar las espadas y sabía sobre cómo sus rodillas se doblaban al lanzar una estocada.

―Él es nuestro ―gruñó ella cuando su cuchillo chocó con las dos grandes espadas que formaban una cruz. Hacía fuerza y sus brazos temblaban cada segundo con desesperación. Sus pies se arrastraban hacia atrás cada vez que el otro ejercía más presión―. Consíguete tu propia presa.

debajo del arrebol ━zuko [ATLA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora