Capítulo 2

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Gun se levantó tan pronto las primeras luces del alba rompieron la oscuridad de la noche. Apenas había sido capaz de dormir y cuando conseguía conciliar el sueño se despertaba sobresaltado, temiendo que él volviese y le hiciese daño otra vez. Estaba cansado y dolorido, pero aun así bajó de la cama y observó la habitación que su esposo había dispuesto para él, era bastante grande, los fríos muros de piedra estaban cubiertos por tapices que en otro tiempo debieron ser hermosos, pero que ahora estaban sucios y descoloridos, una gran chimenea, apagada y ennegrecida por el uso, al fondo de la habitación, la cama enorme estaba en el centro de la estancia, un baúl de madera a sus pies, una silla y una mesa con detalles labrados en sus patas, en la que descansaban una jarra, una jofaina con varios paños a su lado, y una vela a medio gastar permanecía apagada en su palmatoria. Sintió como algo se clavaba en sus pies, bajó la vista y vio los juncos secos y podridos que cubrían el suelo, hizo un mohín de asco, aquella habitación que hubiese podido ser confortable y agradable, estaba descuidada, así que como tendría que permanecer muchas horas en ella, decidió que la cambiaría a su gusto.

Fue hasta su baúl, sacó ropa limpia y su cepillo del pelo, tomó uno de los paños de lino y lo humedeció, comenzó sus abluciones despacio, al llegar a su entrepierna hizo una mueca de dolor, bajó la vista hasta el trozo de tela y lo vio manchado de sangre, volvió a humedecerlo, se limpió entre las piernas y se frotó los muslos, insistentemente, hasta que no quedó rastro de lo que había soportado la noche anterior. Se puso un traje y se sentó para cepillarse el cabello.

Off irrumpió en los aposentos de su esposo, si esperaba encontrarlo acostado y lloroso, se llevó una gran desilusión, aunque él se había sobresaltado al oírle entrar continuó con su tarea, de espaldas a él, pasaba una y otra vez con movimientos lentos y pausados el cepillo por su pelo, él clavó la vista en aquel cabello rubio que caía por su espalda y parecía brillar como la miel, por un momento Off se sintió tentado a alargar el brazo y enredar sus dedos en aquellos mechones de seda rubia pero se quedó parado sin apartar la vista, Gun se volvió lentamente mirándolo fijamente. Una chispa de dolor se atisbaba en el fondo de su mirada, Off volteó la cabeza incomodo, sus ojos azules se entrecerraron al contemplar su traje roto en el suelo y las manchas de sangre seca entre las sábanas revueltas. Ante él estaba la prueba de la pureza y la inocencia de su esposo, y también de la brutalidad con la que lo había poseído la noche anterior. Cerró los puños, y se maldijo en silencio, debió esperar, pero la cerveza que bebió desde que lo dejara en la capilla y la ira que lo invadió en cuanto él ocupó el lugar que debía haber ocupado Mook lo cegaron, perdió el control de sí mismo y consumó su matrimonio como una bestia salvaje, entró en su cuarto y lo tomó sin miramientos, asustándolo y provocándole dolor, luego lo abandonó sin remordimientos para ir a acurrucarse a los brazos de la mujer que amaba. Por un momento la culpa lo asaltó, después de todo aquel muchacho que lo miraba fijamente era tan víctima como él, éste tampoco pudo elegir, apartó el sentimiento que lo invadía como si de una mosca se tratara.

-Vengo a informaros que los hombres de vuestro hermano partirán dentro de un rato -dijo con voz fría y cortante.

-¿Tan pronto? -preguntó retorciéndose las manos, tenía miedo de que volviera a hacerle daño, así que permanecía a una distancia prudencial.

-Ya no tienen nada más que hacer aquí -respondió recorriéndolo con la mirada-, os han traído hasta vuestro nuevo hogar, su misión ha acabado.

-Bien -comenzó a caminar hacia la puerta-, iré a despedirme de ellos y a desearles un buen viaje de regreso.

Off lo vio salir con la cabeza alta y perderse por el pasillo como si fuera un príncipe, fue hasta la cama y observó las sábanas una vez más, se agachó y recogió la ropa, se fijó en los rasgones y lo soltó como si le quemará las manos, aunque estaba ebrio recordó el momento exacto en que su esposo se tensó bajo su cuerpo, sus ojos de terror cuando se tumbó sobre éste, las lágrimas recorrerle las mejillas, volvió a maldecir, luego con grandes zancadas abandonó la alcoba.

Gun mantuvo los ojos fijos en las espaldas de los hombres que se alejaban de él, los vio desaparecer entre los árboles, pero se quedó allí, abrazándose a sí mismo unos minutos más. Le hubiese gustado que permanecieran junto a él unos días más, pero su esposo tenía razón, ya no había motivo alguno para que retrasaran su marcha, esos hombres tenían mujeres e hijos que estaban esperando su retorno, pero por unos instantes no pudo evitar sentirse egoísta, era consciente que cuando ellos se hubieran marchado todo lazo con su padre y su hermano, con su verdadera familia, quedaría roto, tal vez jamás volviera a verlos, se secó las lágrimas con el dorso de la mano, era inútil seguir llorando, después de todo lo habían preparado para eso, para convertirse en el esposo de un Laird, para hacerse cargo de un castillo. Bajó los ojos hasta el trozo de tela que apretaba entre sus dedos, el plaid de cuadros azules que identificaba a su clan, uno de sus hombres se lo había dado, "para que nunca olvidéis vuestros orígenes" le dijo mientras se lo entregaba. No, no los olvidaría, ¿cómo podría olvidarse de aquel lugar donde había nacido y crecido feliz? Por muy mal que lo tratara la vida, siempre le quedaría aquel tartán para recordarle lo dichoso que una vez fue, lo apretó contra su pecho y volvió sobre sus pasos.

Caminó lentamente por los pasillos, las personas con las que se iba cruzando le hacían una pequeña reverencia y seguían su paso, era un forastero, un extraño entre extraños, se sintió solo. Fue observando con calma todo lo que veía a su paso, el castillo era una buena fortaleza de gruesos muros, las estancias eran grandes, las paredes decoradas con tapices bordados con escenas de caza y batallas, los muebles eran robustos, macizos, pero una capa de polvo cubría cada uno de ellos, los juncos del suelo estaban podridos haciendo que en el ambiente flotara un fétido olor. Dà Teintean era un buen castillo, pero la dejadez y suciedad que lo cubría todo lo entristeció, bueno, él se encargaría de que aquello cambiara, los muebles relucirían, los tapices recobrarían su esplendor. Alzó la vista y se fijó en uno que parecía nuevo, la cabeza de un lobo con las fauces abiertas lo miraba con unos ojos azules que reconocería en cualquier parte, apartó la vista asustado. Un suave olor a pan recién hecho le inundó las fosas nasales, su estómago emitió un ruido recordándole que estaba hambriento, sonrió y se dejó guiar por aquel delicioso aroma.

Las cocinas supusieron una agradable sorpresa para Gun, el abandono que recubría el castillo desaparecía en aquella dependencia, el fuego crepitaba en el gran horno, una mesa grande y limpia rodeada de taburetes en el centro, las cacerolas y utensilios resplandecían, Gun sonrió satisfecho, entró y se sentó. La mujer regordeta que canturreaba de espaldas a ella se volvió.

-Amo -se inclinó ante él-. ¿Qué hacéis aquí?

-Supongo que sois la cocinera -la mujer asintió-, he olido el agradable aroma que desprende vuestro pan.

-Claro que sí amo -presurosamente la sirvienta puso una hogaza frente a él, un poco de queso y una jarra de cerveza.

-¿Cómo os llamáis? –preguntó observándola, tendría alrededor de unos 40 años, de cara sonrosada, con unos vivarachos ojos azules y una sonrisa perenne en los labios, robusta, de grandes pechos y anchas caderas, llevaba el pelo cubierto por un trapo, pero por los mechones que escapaban de él pudo ver que era pelinegra.

-Godji -la mujer hizo otra reverencia.

-Bien Godji -se llevó un trozo de pan a la boca y cerró los ojos deleitándose con su sabor y su esponjosidad, después los abrió y le sonrió-, tengo que felicitaros, es el mejor pan que he comido nunca, pero no volváis a llamarme amo, yo no soy amo de nadie, señor o Gun, con eso bastará.

-Disculpadme am..., señor -Godji se sonrojó.

-No es un reproche -volvió a sonreírle, recibiendo otra a cambio, Gun vio su ropa manchada de harina-, ¿me enseñaríais a hacer un pan tan bueno como este?

-Pero no tenéis por qué... -dijo la sirvienta apresuradamente-, pero si queréis.

-Por favor, me gustaría mucho aprender -tomó la copa con cerveza-, pero antes comed conmigo.

Gun pasó varias horas en las cocinas, se manchó de harina, se divirtió y aprendió el secreto para hacer ese pan que le había gustado tanto, además sin saberlo, había conseguido ganarse el primer corazón de uno de los habitantes del castillo.

El lobo -OffGun-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora