𝑪𝒂𝒑𝒊́𝒕𝒖𝒍𝒐 𝑿𝑿𝑽𝑰𝑰

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Los días pasaron vagamente. El sol seguía su recorrido y la luna, testigo de largas noches de besos y caricias, desvelos enamorados y caminatas sobre la acera o paseos en coche para conseguir un café, que ella misma cubría con su velo.

Porque el tiempo no podía hacer nada más que permitir que los dos jóvenes se amaran y se rieran. No podía detenerse, aunque quisiera.

Todos eran veedores de aquel amor fuerte, que crecía y se intensificaba.

Liam, Zayn y Niall querían pasar tiempo con Louis antes de que se fuera, pero sabían que Harry tenía ganas de lo mismo y al doble. Lo necesitaba más, y si bien, durante los últimos días del ojiazul en Londres si tuvieron salidas al cine o a un bar en las noches donde terminaban borrachos, felices y cantando canciones al azar en la rockola, le daban tiempo a solas con Harry.

De hecho, ambos se necesitaban.

Las cosas en la escuela cambiaron, pero no para mal.

Todos le tenían el mismo respeto a Harry y si bien se preocupaban un poco más por él con preguntas como "¿ya tomaste tu medicina, Harold?" o "¿cómo estás el día de hoy?", no lo hacían con la mirada lastimera y la voz cargada de compasión, que era lo que a Harry no le gustaba.

Él sólo quería que lo aceptaran con todo y su enfermedad, no que lo vieran como un bicho raro. Y así fue.

Las cosas con su padre habían mejorado, por mucho. Ahora era raro encontrar su lugar vacío en la mesa, porque todas las noches, durante la cena, se sentaban para degustar lo que Constance preparaba, entre pláticas sobre cómo les había ido en el día, si iban a ver el juego de Manchester City el fin de semana o cuando sería el próximo viaje de Charles.

Constance sonreía mientras veía a Harry feliz, hablando con su padre. Sus ojos ya no se miraban vacíos, oscuros o exclamando sentirse acompañado.

Y luego estaba Louis.

Louis, que como el mismo sol, llenó de luz y calor su vida, un lugar en donde antes sólo había sombras y aire entristecedor. Ese joven de piel atezada que en los últimos meses, había cambiado su manera de ver las cosas, sobre todo, lo que implicaba el amor. Hasta ayudó en la relación que tenía con su padre.

Harry ya no se sentía encadenado, o con la sensación insolente de guardar un secreto que gritaba ser expresado, pero que por miedo, no se atrevía a sacarlo.

Y qué liberador fue cuando todo sucedió, tal vez no de la manera en la que él lo hubiera deseado, pero el tiempo fue el correcto porque tenía a alguien que, pasara lo que pasara, iba a estar ahí.

Y ese era Louis.

• ★ . · ☆ . • ✧ ·

Louis echó los brazos alrededor del cuello de Harry.

—Tranquilo, te dije que no era necesario que hicieras todo esto.

Harry bufó, enfurecido y triste al mismo tiempo.

—Pero quería hacerlo, antes de que te vayas.

Louis lo miró. La ternura derramándose de sus ojos, junto con la nostalgia de saber que, al día siguiente, estaría dentro de un avión con rumbo a Stanford, y Harry no estaría en el asiento de a lado, sino que, conforme pasaran los minutos, las millas entre ellos aumentarían.

Hasta un océano estaría en el medio.

Louis se relamió los labios.

—Sólo quería estar contigo las últimas horas, sin importar el lugar.

Y es que Harry había preparado todo un gran día de actividades distintas para estar con Louis. Fueron a museos, al Big Ben, se tomaron unas ridículas fotos en las cabinas telefónicas como si toda su vida no hubieran vivido en Inglaterra, pasearon en lancha y habían ido al restaurante favorito de Louis —no crean que era un McDonald's, para nada—, pero al final, la última parada de Harry estaba cerrada.

𝑳𝒆𝒕 𝒎𝒆 𝒍𝒐𝒗𝒆 𝒚𝒐𝒖 || 𝒍.𝒔.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora