3. Los Libros de Sabrina

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Otra noche sin dormir. Otra noche que la misión escrita en fuego no se iba de sus pensamientos.

El sol todavía no había salido por el horizonte, el cielo era de un verde pantanoso. Bajo como un susurro, el crepitar de la leña lo hizo terminar de enderezarse, pegando su espalda del cabezal de la muy cómoda cama.

Una semana terrestre había pasado desde que Ares volvió con su esencia colora de las Montañas del Wintek, una semana que equivalía a casi quince días en tiempo kósmico. Durante esos días, los mejores campeones azules de Tartessus habían estado entrenándolo sin parar bajo las órdenes del rey. Faltaban cuatro días terrestres para la siguiente caza y las probabilidades de ser seleccionado eran colosales, razón más que suficiente para que su tía la Duquesa Evaria y el Vizconde Kohkn apenas y lo dejaran respirar... En el sentido literal de la palabra.

Desde que había comenzado los entrenamientos, el Abatu no había preguntado ni una sola vez cómo le iba, al menos no a él. Para empeorar las cosas, su madre había caído de nuevo en uno de aquellos inquietantes trances donde no conocía a nada ni a nadie y sólo se limitaba a deambular por el palacio como un alma en pena. Años atrás, Ares había solido tratar de sacar a su madre del sopor que la cubría por temporadas, pero tras muchos intentos en vano, se había rendido.

Estaba extenuado de sus propios pensamientos. Por más que quisiera hacerse la vista gorda ante la tarea que los creadores le habían asignado, no podía. Por la forma en que estaba dictada la misión, su supuesta hermana era importante para ellos y sus propios descendientes no debían saber sobre ella o lo que él tenía que hacer.

Este último pensamiento hizo que Ares chequeara sus paredes mentales. ¿Por qué? ¿Por qué los descendientes no podían enterarse? ¿Era esa la razón por la que sus padres habían ocultado su existencia? ...¿Para protegerla?

«A esa tu hermana buscarás y protegerás...»

Si en efecto sus padres se encargaron de protegerla entonces no tendría sentido que los creadores le hayan pedido a él de todos los señores feudales que lo hiciera. A él... ¿Por qué a él? ¿Porque eran hermanos? ¿O había alguna otra razón?

Se arrancó las sábanas y se puso de pie.

No podía posponerlo más. Debía empezar a buscar la verdad.

• • • • • • •

Los sirvientes iban y venían corriendo ante el trabajo matutino, por lo que Ares se topó más de una vez con ellos en su camino apresurado a la biblioteca, Tork pisándole los talones como su sombra. La vena de su frente creció cuando otro sirviente —una muchacha bajita y de cabello verde— se le quedó mirando fijo cuando él pasó por su lado.

¿Qué tanto veía...? Oh, su pecho. Y sus pies descalzos. Y su cabello desarreglado.

El viento madrugador azotó su bata de dormir abierta como una capa. Los primeros rayos del sol apenas y empezaban a verse por los ventanales de los suntuosos corredores, pero aun así Ares arrugó los ojos como si hubiese bebido la noche entera y tuviera una resaca monumental... Lo cual era irónico, pues Ares nunca se había embriagado (como buen príncipe heredero, tenía que mantener un comportamiento ejemplar y otras mentiras absurdas que se decía a sí mismo para no admitir que era intolerante al alcohol).

Ares miró por el rabillo del ojo a su guardaespaldas, Tork. El hombre era incluso mejor que él manteniendo expresiones neutras, pero Ares detectó la pequeña arruga entre sus cejas, la tensión en sus hombros.

"No te preocupes, nuestro paseo termina en la biblioteca", le escribió por el panel.

Cuando llegaron al lugar, la encargada ya estaba en su puesto, sentada con una taza de café en una mano y un libro abierto en la otra. Su cabello corto estaba amarrado en dos pequeñas trenzas a los lados y su nariz puntiaguda sostenía sus lentes azules —esos malditos lentes que en definitiva no necesitaba pero utilizaba porque según ella se veía chic. En sus labios había el fantasma de una dulce sonrisa excitada.

LA MISIÓN DE ARES - Téleio KosmoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora