20. Paranoia en la Tierra

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El olor a carne podrida y aliento fétido lo bañó. Dedos fríos rozaron su rostro húmedo.

Mi pequeño botín, Kamel... Kamelito... ¿Así te llamas, no? Kamelito...

Los dedos bajaron por su cuello y se posaron encima de su costilla fisurada, presionando.

¿Te golpeé muy fuerte? Pensé que te iba a gustar... Quiero hacerlo otra vez. ¿No te molesta, verdad?

Quería moverse, pero su cuerpo estaba incapacitado. Algo helado y viscoso se deslizaba entre sus brazos, enredándose alrededor de estos y extendiéndolos a los lados hasta pasar la línea del dolor. Degustaba la sangre en su paladar, se empozaba en su garganta. Todo era negro, no había luz. Sólo podía oler y sentir. Sólo podía oír la voz con el tinte demencial. Gritar era imposible.

Pero de pronto hubo luz. Dos faros lo iluminaron, a él y a su verdugo.

La voz era de Bran, pero quien hablaba era Medea. Lo que lo ataba, sus látigos de sangre.

Vamos a divertirnos tú y yo, principito...

—¡Robert!

Brincó en el asiento. Buscó su cuchillo y lo colocó frente a él, listo para defenderse de Tutú verde. No, no, de Medea...

No era Tutú verde, tampoco Medea. Era Glama observándolo desde el asiento del piloto. El robot no se molestó siquiera en parpadear cuando detuvo el transportador y se giró en torno a él, que miró a su alrededor con el cuchillo en mano.

Trató de tocarlo, pero él se alejó, bajando el cuchillo al darse cuenta que la había apuntado con este.

—Respira, estás despierto, sólo era una pesadilla.

El pecho del príncipe subía y bajaba. Sus ojos desorbitados parpadearon repetidas veces antes de registrar la cabina llena de cajas y piezas. Yasha estaba dormido hecho un ovillo en el asiento del copiloto. El suéter que Robert le había dado tenía la capucha arruchada hasta sólo dejar su nariz expuesta.

El dolor de la costilla, un pinchazo constante en el pecho de Robert, le recordó que la pesadilla era una obra del pasado que no iba a volver.

«No todo se había quedado en el pasado».

Negó con la cabeza y se quitó la mascarilla de viaje.

—No es real...—dijo en voz baja, pasando saliva por su garganta libre.

Glama asintió y le ofreció una botella biodegradable con agua. Luego se giró para retomar el volante.

El príncipe, todavía algo sacudido, se bebió toda el agua y luego apartó la tela que cubría la ventanilla de la cabina para asomarse, levantando la mano enguantada para quitar el cabello de su cara. Se detuvo a medio camino, no obstante, porque ya no tenía pelo que apartar (se lo habían cortado el sexto día de viaje, tal y como le había indicado Gaye, tanto él como Glama y Yasha), y porque le dolía el brazo.

Pero no lograba registrar el afuera, no estaba contemplando en realidad el panorama. Recostó la frente contra el vidrio frío, se tocó el pecho donde su corazón se acompasaba.

Era una pesadilla. Sólo una pesadilla.

—¿Quieres hablar de ello? —preguntó la voz nivelada de Glama.

El príncipe le echó un vistazo a Yasha. El chico se estaba removiendo, despertándose también. Tenía que admitir que le sorprendía; no lo había visto despertar con tanta calma desde que empezaron a viajar juntos.

LA MISIÓN DE ARES - Téleio KosmoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora