2. Tartessus Celebra

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El reino no tardó en enterarse: el Oukabare Ares había cruzado la cuerda de la Nada y el Todo y había regresado con una esencia colora. Lo encontraron tirado en las costas de Ileoso Irin sin tener idea alguna de cómo había llegado allí.

La familia real declaró una semana entera de festividades, sin trabajos ni escuelas. Ferias fueron dispuestas en cada pueblo y ciudad, banquetes y licores de todos los tipos y sabores gratis para todo el mundo. La música inundaba hasta el más mínimo rincón; a cualquier hora del día, las personas bailaban y bebían sin descanso alguno hasta que el sol salía y se volvía a esconder.

El príncipe Ares fue escoltado hasta La Capital en una caravana conformada por la Guardia Real y un escuadrón del ejército tartésico. Por cada pueblo que pasaban los habitantes los recibían con flores y obsequios que terminaban apilados en los últimos vagones de la caravana. Para cuando pasaron por la cuarta ciudad, habían necesitado agregar dos vagones más para la caravana pues eran demasiados los regalos que el príncipe había recibido.

Al llegar a La Capital, el camino hasta el palacio real estaba a reventar de habitantes que lo esperaban felices y curiosos. Todos vestían de azul como señal de respeto ante la coloratura que había recibido. El príncipe contempló a los usuarios por la ventanilla de su carruaje antes de correr la cortina y recostarse en su asiento. Sus ojos se cerraron como si sus párpados cargasen con bloques.

La reacción del reino de Tartessus fue tal cual como se lo había imaginado, incluso mejor. Aun así, no se sentía ni un mínimo inclinado a disfrutarlo. Quería deshacerse de la tensión en su espalda y el recuerdo grabado con perfecta claridad en su consciencia de su travesía por las montañas del Wintek.

¡Cómo deseaba que lo que escuchó de la boca del creador rojo fuese una mentira y no una soga que él mismo se había aventado al cuello! Si tenía una hermana, ¿por qué ocultarlo? ¿Acaso estaba muerta? ¿Dónde estaba? Tenía que ser mayor que él, no había forma de que su madre haya dado a luz a un segundo hijo sin él darse cuenta. Tendría que ser muy estúpido como para no notar que algo andaba raro cuando vivían bajo el mismo techo en la Tierra.

Una hermana mayor significaba que él no era...

No. No iba a martirizarse con ello. Acababa de regresar de las montañas del Wintek, ahora su esencia poseía un color y era justo el color que representaba a todos los campeones de su familia. Mañana, mañana pensaría en ello y en su... en su misión.

• • • • • • •

En la torre más alta del Palacio Real, donde se encontraba la sala del trono, los reyes esperaban al Oukabare Ares, quien con la ropa arrugada y el cabello despeinado caminaba hacia su encuentro seguido de cuatro guardias reales y su guardaespaldas y mano derecha llamado Tork. Los sirvientes se escurrían entre los corredores del palacio, rogando tener un mínimo vistazo del príncipe en su regreso, saludándolo con profundas inclinaciones cuando este pasaba junto a ellos.

Las campanas del palacio seguían tocando afuera, su sonido escurriéndose por los altos ventanales. Junto a ellas, Ares también escuchaba las aclamaciones de los tartésicos, sus músicas y sus aplausos un bullero alegre constante.

Lo había logrado. Había cruzado la cuerda. Era un campeón ahora.

«¿A qué costo?»

Girando en una esquina al largo pasillo que llevaba a la sala del trono, Ares escuchó el zumbido de voces y charla banal detrás de las puertas escoltadas por dos guardias reales.

"No me digas", escribió el príncipe por su panel de control, sus dedos tan sutiles que nadie lo notó. "¿El Consejo está aquí?"

"Los campeones también, Señor."

LA MISIÓN DE ARES - Téleio KosmoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora