22. Voces en la Oscuridad

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¿Cómo no se dio cuenta antes? ¿Cómo no encontró la similitud? En el momento en que terminó de cruzar la cuerda y pisó el suelo; en el momento en que el sinfín de alucinaciones volviéndose una realidad por fin terminó; en el momento en que recordó la propiedad estando dentro de la tienda frente a Gonzalo.

¿Cómo no se dio cuenta?

La sangre corriendo a una velocidad vertiginosa en sus venas le dio fuerza para subir la colina en grandes trancos. Glama lo siguió sin dificultad y Yasha trató de igualarlos.

Yasha.

Robert se volteó a medio camino. El chico tropezó con su pecho.

—Espérame en la transportadora.

—¿Qué?

La orden salió como un ladrido.

—¡Que me esperes en la transportadora!

Yasha se alejó como si lo hubiese empujado.

—¿Por qué?

«Porque no quiero que sepas quién soy». Robert no quería arriesgarse a que hubiese algo allá arriba que delatase su identidad. Una cosa era decirle que buscaba a su hermana, otra que supiera de quién ella era hermana.

¿Por qué no quería que supiera quién era? Para esa pregunta no tenía respuesta...

—Sólo... Ve. Por favor. No tardaré.

Yasha frunció el ceño, haciendo una mueca de desprecio, y luego se giró sobre sus pies y bajó con pasos furiosos en dirección a la transportadora.

El príncipe sacudió la cabeza y siguió su camino arriba.

La sensación de déjà vu era como el tintineo en el pecho que se percibía en una caída libre. Era como si estuviera caminando al encuentro de los creadores y, al mismo tiempo, era algo peor. La Mansión formaba parte de lo que él había olvidado y quería de cierta manera olvidar. Parecía que, quisiera o no, tendría que enfrentarlo.

Sólo cuando estuvo a unos cuantos metros de la entrada, Robert se detuvo, sus pies congelados en el suelo.

Sólo eran... Paredes destruidas y deterioradas, manchadas de hollín y cenizas.

«¿Un incendio?»

La propiedad cubría unos mil quinientos metros cuadrados. «Solía ser de dos plantas», recordaba, pero apenas y había restos de la segunda, el ático y techo acabados y la planta baja cubierta de arbustos y flores silvestres. Las puertas y ventanas desaparecieron, sólo quedaban los huecos cubiertos de polvo y excremento de animales.

La Mansión era una ruina; la esperanza se esfumaba entre sus dedos.

No.

No podía, no iba a caer en su propio pesimismo.

Se puso la mascarilla y subió los escalones de cemento resquebrajados.

—Deberías dejarme ir adelante —dijo Glama.

—Blitz —Glama reactivó sus oídos y Robert masculló—: Recuerdas este lugar tanto como yo —aun así, dejó que el robot tomara la delantera.

Un par de ardillas corrieron por los bordes de las paredes destruidas cuando escucharon los pasos de Robert, quien sigiloso se internaba al vestíbulo. No había ningún tipo de muebles, sólo polvo y montones de cenizas, zarzales y madreselvas cubriendo los tapices desconchados. Percibía el sabor de la humedad y clausura en el aire que respiraba incluso a través de la mascarilla.

LA MISIÓN DE ARES - Téleio KosmoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora