12. Glama

21 5 3
                                    


Había algo extraño con su compañera de viaje. No lo notó antes porque, desde que había pagado una exorbitante suma de dinero para repararla, la había mantenido guardada en su caja, por alguna razón aterrado de la idea de encenderla y toparse con un robot en su totalidad distinto de lo que él recordaba.

Y había tenido razón.

Sus recuerdos podrían estar difusos, pero Robert estaba seguro de que Glama no solía mirar a los demás como si fuesen posibles misiles andantes, mucho menos hacer comentarios relacionados a armas de fuego o armas blancas. Parecía como si le hubiesen lavado el cerebro, lo cual era curioso porque, de cierto modo, eso era lo que habían hecho con ella.

Ahora estaba sentada a su lado, cruzada de brazos y con una gorra de tela de camuflaje colocada hacia atrás en su cabeza. No había dicho nada desde que salieron del apartamento en dirección a la entrada principal de Ruptii y eso lo siguió inquietando hasta que dejaron atrás la ciudad más grande y segura de la Tierra.

La carretera al frente de ellos estaba rodeada de casas y quintas que a medida que se alejaban se fueron volviendo más pequeñas y sencillas. Pronto el camino sólo quedó acompañado de cerros y bejucos. El clima era frío y la niebla cubría parches de carretera de vez en cuando, dándole una atmosfera fantasmagórica. La Tierra, mucho más grande pero más dañada por la humanidad, poseía sólo cuerpos dormidos, sus consciencias desarrollando vidas en un mundo virtual. Sólo él viajaba por aquellos caminos, consciente en plenitud.

Salir de Ruptii se sintió como la primera vez que salió de La Capital para hacer un circuito en solitario, pero a una escala mayor. El inicio del viaje era una fatalidad que había querido evadir, pero parecía que la misión le exigía de a poco más de su atención. Apenas y había dormido en los últimos días, terminando de preparar todo para el viaje, y lo último que quería era irse a dormir y que su anillo lo conectase al Téleio Kosmo. Debía alejarse de Ruptii tanto como pudiera en caso de que sus padres se enterasen y mandaran a buscar por él («¿mandarían a buscar por él?»).

Dispuesto a distraer su mente atribulada, se concentró en la presencia silenciosa a su lado.

—Entonces no sabes quién soy.

—Negativo.

—Tipo, ¿nada de nada? ¿Cero?

—Negativo.

—¿Sabes quién eres?

—Soy Glama, un robot especializado en el cuidado y protección infantil —volteó de manera mecánica, sus ojos quedándose un momento en la vía frente a ellos antes de volver a él—. ¿Fui tu robot niñera?

—Sí. Cuando tenía siete años. Eras muy —«distinta»—... Alegre, en ese entonces.

—Parece que no hice un buen trabajo —dijo, fijándose en la carretera.

Robert contempló su perfil delicado, la nariz pequeña, el cuello largo que le recordaba a la elegancia de un cisne, su piel que parecía brillar con su firmeza innatural.

—¿Por qué lo dices?

—Porque eres infeliz.

Él soltó una risa muda. Luego cayó en la seriedad. «¿Era infeliz? ¿Era...?» No iba a ahondar en eso ahora. No quería pensar.

—No, hiciste un buen trabajo. —Sus labios hicieron una pequeña mueca—. ¿Cómo llegaste a esa conclusión? ¿De que soy...?

—Infeliz.

—Eso.

—Dilo.

No podía.

El robot respondió su pregunta unos segundos después, asimilando su silencio.

LA MISIÓN DE ARES - Téleio KosmoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora