25. El Debut del Oukabare

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Cuando Ares se conectó, su cuerpo pareció hundirse en la cama como si estuviera acostado en arenas movedizas. Su esencia le provocó un espasmo angustiado al percibir la nueva herida en su pecho, que le imposibilitaba mover los brazos con libertad sin que le doliera en el proceso.

Se dio cuenta que seguía dentro de su camarote en el barco que lo había traído a Terra Santa, que Tork estaba sentado con la cabeza entre sus manos en el borde de la cama y que sólo tenía una hora para llegar a la arena antes de que la selección de los equipos comenzara.

—¡Señor! —Tork se acercó y lo agarró mientras Ares intentaba ponerse de pie—. ¿Está usted...?

—Estoy bien. Sólo... Ayúdame a levantarme. Tengo que ir a la Caza...

—No puede ir así —escuchar la voz urgente de Tork era raro para Ares—. Señor, es peligroso-

—No tengo alternativa. Vamos, tengo que... Cambiarme.

—¿Quiere que llame a una sirvienta?

—¡No! —Soltó un quejido—. No. No pueden saber que estoy herido.

—De acuerdo, Señor.

Sin Ares pedírselo, Tork lo ayudó a lavarse y a cambiarse con el traje formal que debía llevar a la previa selección.

Desde que descubrió que tenía una hermana, comenzó a descubrir también lo muy dependiente que podía llegar a ser.

Le mandó un mensaje por el panel a su madrina, rogando que lo leyera a tiempo, y se dispuso a salir del camarote.

No obstante, se detuvo al último segundo. Una cosa era que Tork lo viera caminando a chuecas por culpa de su herida y otra era que lo vieran los demás. Tenía las opciones limitadas, pero había aprendido a confiar en su esencia, más por necesidad que por experiencia.

Así que dejó que la esencia tomara el control.

Apenas lo hizo, fue como si aplastara su consciencia bajo un muro de insensibilidad, una sensación casi similar a la que tuvo mientras viajaba en la tierra, sólo que esta vez no estaba fuera de su cuerpo sino que algo o alguien más, frío y líquido, se había apoderado de este. El dolor de sus heridas disminuyó y los gritos de distintas voces en su cabeza se amortiguaron, todas encerradas en algún cuarto en donde no le afectaban de manera directa.

Esto lo ayudó a pararse erguido sin necesidad de sostenerse de nada, a mantener la cabeza fría y los pensamientos distantes.

Quizás también lo ayudó una hora después a asimilar el llamado de la balanza, cuando fue seleccionado de primero entre los integrantes del equipo 1. Su padre se lo advirtió, de todas formas. Le advirtió que iba a pasar.

El Vizconde Kohkn, la Baronesa Gaye, un Conde Gris de Insulae llamado Seras y, por último y para nada inesperado, el Príncipe Baruk. Ellos conformaban el equipo 1.

Pero el equipo 2 prometía la continuidad de la amenaza de Medea. Un Marqués Rojo y un Conde Marrón de Manssheul, un Conde Verde de Balktod, un Conde Marrón de Quimper y una Vizcondesa Dorada de Balktod.

Eso es lo que los narradores decían, sus voces llegando por los altavoces en los pasillos. Culminada la selección, él y el resto del equipo 1 fueron llevados al área privada donde se cambiarían a sus trajes correspondientes y tendrían quince minutos para decidir la táctica, la cual, según lo que la Duquesa Evaria le había repetido hasta el hastío en sus entrenamientos, casi siempre terminaba yéndose al carrete cuando entraban a la arena.

Ares...

Alguien le trajo su traje de combate: un enterizo azul oscuro, con refuerzos en las rodillas, codos y muñecas. Las botas llegaban debajo de las rodillas, flexibles y ligeras. Los guantes eran opcionales y similares a los que usaba en la Tierra; también se los puso. Junto con la indumentaria le entregaron un amuleto de 'avispamiento de esencia', regalo enviado a última hora de parte de la Duquesa Evaria.

LA MISIÓN DE ARES - Téleio KosmoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora