19. Gaye

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Ares regresó a su habitación con la frustración subiendo y bajando por su esófago en forma de bilis, sus encías doliendo por la presión que hacía al apretar su mandíbula. No se había sentido tan lleno de rabia como en ese instante, caminando alrededor de la habitación con los brazos temblándole a los lados y la respiración rápida.

Las paredes de la habitación se cerraban a su alrededor, lo sofocaban. Se quitó la camiseta de su pijama, rezongando cuando rozó la herida invisible de su brazo y cabeza, y eso lo irritó tanto que terminó lanzando la prenda contra la pared.

No podía respirar. El aire no entraba, así de simple.

"¿Señor?"

Era Tork por el panel.

El príncipe seguía yendo de lado a lado, sudando a chorros, agarrándose el pecho contrito. Con dedos temblorosos escribió: "estoy bien".

Pero su esencia se removía, rebotando en su interior tan preocupada por él como Tork, cuya expresión inquieta captó de reojo.

«¿Qué sería de tu vida sin la promesa de Tartessus, hijo?»

No lo sabía. No estaba seguro de lo que tenía y lo que no, lo cual contrastaba con sus debilidades, que iban aumentando como la creciente de un río.

Se confió tanto en el hecho de ser hijo único y estar en constante presión en pos de la perfección que se olvidó de la posibilidad de no ser la única opción de su padre y ser tan fácilmente descartable como lo eran otros súbditos.

Lo había dado por hecho, su reinado en un futuro lejano. ¿No era eso para lo que tanto le exigían que fuera excelente? Llevaba años haciéndose a la idea de ello con la vana esperanza de ser reconocido; se arraigó tanto en su pecho que no podía fingir que el ultimátum de su padre no le afectó.

«¿Ahora que no te sirvo te quieres echar para atrás, padre? No puedes. Ya no puedes».

Esto era lo que ellos habían creado y esto sería lo único que obtendrían. Nada más, nada menos.

—Prepara tu equipaje —anunció a Tork—. Saldremos del palacio al amanecer.

⦁ ⦁ ⦁ ⦁ ⦁ ⦁ ⦁

El príncipe Ares abandonó La Capital un poco antes del mediodía acompañado de Tork. Tal y como esperaba, ni su padre ni su madre pusieron quejas al respecto, dejándolo partir sin problemas. Tenía una cabaña en un pequeño suburbio justo a las afueras de La Capital que mandó a construir hacía ya un año, más por la necesidad de tener puntos seguros donde quedarse durante los circuitos que por querer estar solo.

Ahora sí quería estar solo.

Antes de partir, sin embargo, se encargó de varias cosas importantes, retrasándolo un poco. Buscó a su tía Evaria y la encontró sentada bajo el sol candente sobre la superficie del mar, más allá del acantilado. Tenía los ojos cerrados y sus manos extendidas frente a ella, las cuales apuntaban a una copia detallada de sí misma que creaba con hielo.

—¿A qué has venido?

—A disculparme. Y despedirme.

—¿Te mandó tu padre?

—No.

Ella profirió un gruñido bajo. Acto seguido el príncipe le pidió disculpas, a lo cual su tía sólo le respondió—: No es a mí a quien le tienes que pedir disculpas. Eres tú quien ha perdido a su entrenador, no yo.

En la salida del palacio, el Vizconde Kohkn interceptó su carruaje, llevando consigo un pequeño baúl que entregó al príncipe sin mucha ceremonia.

LA MISIÓN DE ARES - Téleio KosmoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora