Capítulo 11: La casería

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—El rey te trajo a casa ayer y aun eres el centro de los cuchicheos de los vecinos —Katrina habla desde detrás de mi dónde está ayudándome a peinar mi cabello castaño con el cepillo de plata que le obsequió el conde.

—No me lo recuerdes —pongo en blanco los ojos y empiezo a pensar que si sigo haciendo ese gesto tan seguido cuando sea mayor entonces seré bizca —por cierto, esto de ir los tres a buscar al conde de Bairam me pone de los nervios.

—En realidad creo que la única persona que tiene la historia completa es Guillermo Lovelace, duque de Lorieta y tu tío —comenta ella atando una cinta azul en lo alto de mi cabeza, después camina hasta que nos vemos frente a frente y sonríe —sí en realidad deseas desenredar la vida de tu padre solo él tiene la respuesta que buscas, si William le envió o no un mensaje solo él lo puede saber.

Hago un puchero, sin responder me acomodo el vestido color cielo y me pongo los zapatos, está anocheciendo y es una locura que salgamos a esta hora, pero es necesario, el conde partirá en cuestión de solo horas hacia los pueblos costeros y con él se irán mis posibles respuestas.

—Chicas muévanse —Aiden ya listo aparece en la puerta de nuestra habitación con mala cara debido a la impaciencia.

—Ya, no molestes —le digo, pero me pongo de pie y ato a mi cuello la capa a juego con el color de mi vestido.

—Vámonos —Katrina se pone su capa roja y los tres salimos de casa.

Mientras caminamos en la oscuridad Katrina sostiene un solitario candelabro entre su mano que da una tenue luz para que veamos donde ponemos los pies, tropiezo un par de veces gracias a que no veo las piedras en el camino, los tres estamos en silencio dado que, aunque no lo admitamos esto esta asustándonos. Hace frío, esta oscuro y además el camino que conecta a la Zona Gris con el resto de la capital está rodeado de un espeso y gran bosque.

A la tercera vez que tropiezo con algo en el camino caigo al suelo de rodillas con las palmas extendidas, enseguida la piel me escuece por lo que me quejo por lo bajo, las manos de Aiden me ayudan a ponerme de pie, pero ninguno se atreve a decir nada porque el silencio que esta extendido a nuestro alrededor es tanto que romperlo es una opción aterradora por alguna razón que solo está comprendiendo mi subconsciente.

Me sacudo las manos para quitarme la tierra de la piel mientras seguimos avanzando, pero apenas vamos por la mitad del recorrido cuando escuchamos que alguien viene en dirección contraria, los pasos de varios caballos resuenan y se acercan con rapidez.

Katrina apaga las velas sin pensarlo y como si supiéramos que es peligroso lo que se acerca los tres nos agazapamos en el inicio del bosque detrás de un par de árboles. Cinco caballos cruzan el camino, guiados por la luz que brinda una única vela que lleva uno de ellos, la tenue luz ilumina el rostro del líder y escucho a Trina jadear por lo bajo asustada.

—Jefe esto es peligroso, escuché que el rey es cercano a esa chica —uno de los hombres que le sigue habla.

—Por esa misma razón debemos callarla, la hija de ese campesino no verá el sol de mañana —se burla Kel bajando velocidad al trote de su animal —Crystal y sus acompañantes morirán esta noche por nuestro bien.

Tengo que llevar una mano a mi boca para que el grito que está luchando por subir no lo haga, los observo alejarse rumbo a la Zona Gris, seguramente hasta nuestra casa, recuerdo las advertencias de Úrsula y sé que tenía razón, la decisión de buscar al conde había literalmente salvado nuestras vidas esta noche, y esos cinco han de ser los hombres de plata que temen mi conocimiento.

—Corran —les indico para sacarlos de sus pensamientos sobre el pánico que está recorriendo nuestros cuerpos.

Mi mano atrapa la de Aiden y tiro de él hacia el camino de nuevo, los tres corremos con todas nuestras fuerzas alejándonos de nuestro hogar, sin saber si para cuando amanezca aun tendremos uno al que regresar o siquiera si Kel no va a darse cuenta de que estamos en el camino antes de que logremos llegar a pedir ayuda.

Mi respiración se agita y mis ojos lagrimean, correr en la oscuridad no es fácil y varias veces alguno de nosotros cae al suelo, pero nos la arreglamos para no detenernos, ya debieron darse cuenta que no estamos en casa y van a darnos caza como a los animales del bosque.

—Ya no puedo más —solloza Katrina a mi izquierda bajando la velocidad a su carrera.

—Trina —estoy a punto de decir algo más cuando algo impacta el árbol que está detrás de mí, tardo en entender que es una flecha —nos encontraron.

Aprovechando la oscuridad que embarga la noche los tres nos metemos en el bosque, prefiero morir a manos de un animal salvaje que en las de Kel, pero si el designio es que sobrevivimos hasta que sol salga podremos contar esto. Me niego a soltar la mano de mi hermano mientras corremos sin rumbo esquivando las sombras que resultan siendo árboles, Trina nos sigue casi pisándonos los talones y todo lo que se escucha en la extensión del lugar son los pesados pasos que nos persiguen y las respiraciones agitadas de nosotros tres.

—Allí —Aiden señala lo que parece ser la entrada de una cueva y sin opciones nos dirigimos hacia allá desesperados mientras las flechas tratan de darnos.

Cuando faltan pocos metros para llegar siento la punta de metal de una flecha incrustarse en mi costado, me niego a gritar para no alertar sobre el hecho de que lograron herirme. Nos metimos a la cueva para tratar de pasar desapercibidos hasta el amanecer, las manos temblorosas de Katrina sacan la flecha de mi piel aun en la oscuridad, las lágrimas bajan por mis mejillas debido al dolor mientras ella oprime la herida para que deje de sangrar.

Los soldados de plata salieron esta noche de casería, y nosotros somos las presas. 

En el nombre del reyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora