Extra: Vínculos que sobrepasan el tiempo

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La castaña tenía cara de estar de mal humor, no solía acompañar a su hermano menor a los partidos de fútbol, pero ese día su madre había tenido un importante encargo en la panadería y su padre tenía una reunión de trabajo así que ella había sido designada como la responsable del más pequeño de la familia. A pesar de su ceño fruncido ella llevaba puesta una camisa de los colores del equipo y el número de su hermano, su mal genio era simplemente porque habían arruinado su siesta pero jamás se negaría a hacerle un favor a Aiden.

—Quita esa cara de amargada, Rosella —una chica de indomables rizos dorados se acercó corriendo hacia ella, la rubia tenía unos brillantes ojos azules, llevaba puesto un short bastante corto y una camisa verde.

—Llegas tarde, Kat —la castaña rodó los ojos, divertida —. ¿Que tienes con mi segundo nombre?

—Me gusta más llamarte Rosella que Emma, aunque no se porque —la chica rubia se encogió de hombros, mientras avanzaban hacia las gradas, sacó de su bolsillo un caramelo y se apresuró a metérselo a la boca —. Hoy el partido será interesante, es contra un instituto privado del otro lado de la ciudad.

—Tu red de chismes me da miedo —se burló Emma, acomodándose en un buen lugar, la ojiazul se sentó a su lado sonriente

—Vamos, que es interesante —le dijo a su mejor amiga mientras se apartaba un rizo del rostro.

—¿Esta ocupado ese puesto? —Katy giro la mirada hacia quien le hablaba y se quedó congelada un momento, era como si aquellos ojos esmeralda le contaran una historia que ella debía saber.

—No, no lo está —respondió Emma al ver que su amiga se había quedado sin palabras y con la boca abierta ante el chico que al parecer era del instituto oponente, a opinión de la castaña debía ser de último año por la edad que aparentaba —. Kat.

Katy regreso la mirada a su amiga con las mejillas encendidas en un potente sonrojo, durante todo el partido no pudo evitar sentirse nerviosa por la presencia del muchacho, nunca le había pasado, ella solía ser segura y decidida pero ante aquel chico se sentía con las hormonas altamente alborotadas, incluso había dejado de comerse los caramelos que guardaba en sus bolsillos.

—¿Cómo te llamas? —Emma le preguntó al chico cansada de la actitud tímida tan poco usual en la rubia —. Yo soy Emma y ella es mi amiga, Katy.

—Carlos —dijo él sonriendo levemente, aquellas chicas le resultaban terriblemente familiares y no podía entender por qué.

Cuando el partido terminó en un peleado empate, Aiden rogó por permiso para ir a almorzar a casa de su amigo hasta que su hermana accedió y lo dejó ir con la condición de que le presentara a la mamá del amigo donde pasaría la tarde, así que Katy y ella fueron hasta la zona del parqueadero.

—Mucho gusto, mi nombre es Flor —la señora de lindos ojos azules sonrió a las chicas, luego señaló al par de gemelos que hablaban con Aiden —. Ellos son mis hijos, Diego y Estrella, cuidaré bien de tu hermano no te preocupes.

—Está bien, pasaré a recogerlo a las cuatro —accedió Emma, sonriendo animada.

—No es necesario, mi esposo y yo lo llevaremos a casa —explicó Flor con suavidad —. Mi Tobías sale del trabajo temprano.

Después de concordar en el horario Aiden se despidió de su hermana y de Katy, las amigas decidieron ir a dar una vuelta en la nueva tienda de antigüedades que había abierto en la zona comercial de la ciudad, Katy era más de visitar los salones de belleza pero sabía que su amiga adoraba esa clase de cosas así que ir con ella le parecía divertido.

Cuando llegaron Emma empujó la puerta provocando que una campanita sonará avisando la llegada de clientes, desde atrás de una estantería una señora regordeta y menuda se asomó, Katy pensó que las gruesas trenzas oscuras eran muy bellas.

—Que chiquillas tan lindas, déjenme ayudarlas a buscar lo que deseen —sonrió maternalmente acercándose a las amigas —. Mi nombre es Dora.

Dora se entretuvo mostrándole a Katy una caja de plata que guardaba dos cepillos para el cabello idénticos, según la señora todo lo que tenía había sido donado por un museo que cerró sus puertas y gracias a que ella se dedicaba a la conservación de objetos históricos decidieron entregárselos, aquellas antigüedades eran cosas que alguna vez pertenecieron a una familia real de siglos en el pasado, dijo que le daba dolor que el polvo las consumiera en el olvido y por eso las había puesto a la venta, para que su historia pasara a alguien más.

—Quienes hicieron la donación me contaron lo poco que sabían de los objetos —Dora le habló a la rubia que seguía viendo aquellos cepillos con interés —. Estos pertenecieron a una reina y a su hermana, que era una Duquesa.

Emma caminó entre las estanterías, se sintió melancólica y quiso llorar, como si aquel lugar le recordara algo que añoraba tener de regreso. Escuchó la campana de la puerta sonar pero no prestó atención a quien entro.

—¡Niños! —escuchó decir a Dora —. Ellos son mis nietos, Carlos y Aren.

—Encantada —escuchó susurrar a su mejor amiga.

Emma Rosella caminó lentamente hasta dar con un viejo colgante, la cadena plateada estaba sosteniendo un dije en forma de gardenia, lo acarició con la yema de los dedos casi reteniendo el aliento, escuchó pasos y al girar chocó de frente con alguien casi cayendo al suelo.

—Lo siento —se disculpó avergonzada levantando la mirada, era un muchacho de profundos ojos color ónix que la dejaron sin aliento, se sintió impulsada a presentarse —. Soy Rosella.

—Aren —sonrió levemente él, un gesto que casi no se notó —. Mi abuela pensó que le gustaría esto.

La castaña bajó la mirada hacia el objeto que él estaba sosteniendo, era un anillo con una hermosa joya azul, ella pensó que eso era demasiado costoso para estar a la venta en una pequeña tienda, debía estar en un museo. Por alguna razón no pudo evitar pensar que aquel anillo estaba hecho solo para que ella lo llevara.

—¿Le gustaría ir por un helado, señorita? —le preguntó Aren, sacándola de sus pensamientos.

—Claro —accedió ella, con las mejillas sonrojadas.

Ninguno de ellos pudo saber que llevaban varias vidas buscándose con desesperación, que habían nacido para encontrarse una y otra vez, en cada era y hasta el final de todo.

En el nombre del reyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora