Un día agridulce

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Tal y como le dijeron a mi padre ayer, el camión de la mudanza llegó a la hora acordada y empezaron a desempaquetar los muebles. Hasta pasadas las cuatro no terminamos de colocar todo, más o menos, en su sitio. Cogí un bolso en el que guardé el monedero y el libro que me estaba leyendo. Avisé a mis padres de que saldría a dar una vuelta, antes de salir, me dieron una copia de las llaves.

El vecindario parecía ser grande. Lo que más me gustaba es que había mucha vegetación, tanto arbustos y flores como pequeños árboles a lo largo de las calles. Todas las casas seguían el mismo patrón: fachada blanca y tejado oscuro.

Seguí mi camino sin rumbo hasta que llegué a una esquina con varias señales, estas indicaban las direcciones hacia el instituto, el parque y el centro. Decidí ir hacia el parque, antes volver a casa iría al instituto para saber cuánto tiempo tardaría en llegar.

El parque era de grandes dimensiones, tenía un pequeño lago en el centro y varios puentes. Además, pude divisar varias zonas para hacer picnics. Los caminos eran amplios y en ese momento no había mucha gente.

Decidí sentarme bajo la sombra de un árbol ya que hacía un poco de calor. Conecté los auriculares al teléfono para escuchar música y me puse a leer. Todo estaba muy tranquilo hasta que escuché unos gritos cerca. Me quité uno de los auriculares para escuchar la conversación, mi lado cotilla.

-¡Eres un capullo! – Gritó, otra vez, la voz de una chica - ¿cómo has sido capaz de hacerme esto? ¡Llevamos casi un año juntos! ¿Hasta cuándo creías que ibas a seguir engañándome? ¿Creías que no me enteraría, me tomas por tonta? ¡Y encima con ella, no me lo creo!

-Mira Eli, sabes cómo soy y lo sabías cuando empezamos a salir. No soy un chico que sepa estar con una pareja estable, de hecho, eres con la que más tiempo he estado. Sin embargo, ya estaba empezando a cansarme de nuestra relación – respondió el chico.

-¿Cansarte? ¿En serio lo dices de verdad? No creí que fueras tan patético, no me vuelvas a dirigir la palabra. Ni tú ni ella, los dos os podéis ir olvidando de mí.

-Si esto es todo el patético se va, adiós – se despidió el chico.

Al irse volvió a instalarse el silencio. Imaginé que la chica también se habría ido, me dispuse a seguir mi lectura, pero empecé a escuchar unos sollozos. Me intuía de donde provenían. ¿Qué podía hacer? Es cierto que era una completa desconocida para mí, aunque no podía saber cómo podía sentirse ya que nunca antes había tenido pareja. Sin embardo, creía que no era un momento para estar sola. Por ello, decidí recoger mis cosas y acercarme a la chica.

Di la vuelta a unos arbustos y me encontré a una chica de pelo castaño y estatura media sollozando sentada en un banco. La chica alzó la vista y al verme empezó a quitarse las lágrimas, quería dar media vuelta y hacer como que estaba paseando, pero ya no podía.

-Hola – saludé - ¿estás bien? – La chica no me respondió, era evidente que si estaba llorando no estaría bien. – He escuchado unos gritos, y estaba sentada cerca de aquí, y luego te he oído llorar. ¿Quieres que te haga compañía? Mi madre siempre me ha dicho que es mejor estar acompañado en los malos momentos, sé que no nos conocemos, pero si quieres me puedo quedar – hubo un silencio que empezaba a ponerme incómoda. – Si te he molestado, lo siento. No era mi intención, no quiero que me tomes como una entrometida.

-Sí – dijo la chica – puedes sentarte. – Acto seguido me coloqué a su lado, ella se intentaba aguantar las lágrimas.

-Puedes llorar si quieres, no te voy a juzgar.

-No. No quiero llorar más por él. No se merece mis lágrimas, pero duele – habló.

-¿Quieres hablar del tema para desahogarte? ¿O prefieres que sigamos en silencio? – Volvió a instalarse un silencio entre nosotras, pero no era tan incómodo como el anterior.

Todo Cambió Ese Día (PAUSADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora