5: Exposición

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Lilith preparaba su desayuno cuando sonó su teléfono, pensó que era la alarma que le avisaba que iba atrasada. Ojalá hubiese sido eso.

Todo pasó muy rápido: la respiración ahogada, tomar todo lo más rápido posible, ver los carteles empapelando las paredes, ¿Cuando llegó Sibyl?, solo falta una cuadra, no abre, se escucha algo romperse, botar la puerta: Salem.

Estaba sólo llorando en el suelo con un frasco de pastillas roto en el piso. No se podía levantar, estaba desarmado. Los trozos filosos dieron igual y ambas se tiraron al piso a recogerlo y abrazarlo. Sentían como bajo suyo el cuerpo se convulsionaba hipando sin poder parar, como el estado de shock lo había destrozado por dentro y por fuera. Lo sostuvieron fuerte para darle estabilidad pero seguía pareciendo un trapo inerte. Tiritaba, como si su espina dorsal estuviese hecha sólo de escalofríos y no le permitiera moverse, manteniéndolo cautivo.

Lo levantaron, limpiaron y acostaron en su cama, todo con la más plena parsimonia, dejándolo prácticamente desmayado, agotado. Se durmió con ellas a los lados, como guardias de sus sueños, sintiendo su calor protector. No despertó hasta que ya fue de noche.


...


Era la maldita exposición. Era que él sabía que la gente lo iba a mirar de cualquier forma, que nunca más lo iban a ver igual, que por los pasillos susurrarían cosas horribles con su nombre y que todo, todo, sería aún más cuesta arriba de lo que ya era para él. Salem siempre superaba todo cuando los problemas eran suyos, sus secretos y vivencias personales, cuando la resiliencia era interna, no así, no de esta forma.

Él siempre había sido el rey del chisme, de murmurar cosas que se enteraba por su especial labia y descaro con los que trataba a todas las chicas de su escuela, pero nunca, nunca, un rumor suyo tan despectivo y sucio había corrido. Si, claro que habían ciertas hazañas o historias que habían circulado, como todo el mundo, pero no de tal calibre que haría a quienes podría haber considerado amigas quizá, dejar de mirarlo con una sonrisa y mirarlo con asco.

Un trocito de su intimidad y sexualidad que había decidido compartir con alguien a quien le tenía confianza se habían divulgando junto con ofrecimientos de servicios de prostitución y sus datos de contacto. Para poder sobrellevar esto, pensaba, iba a tener que andar con una bolsa en la cabeza, cambiar su número de teléfono y, básicamente, rehacer su vida muy lejos de su ciudad natal. Pero Salem no podía hacer eso, ¿cierto?

Su existencia ya no tenía arreglo y, egoístamente, ya no la quería, no así como estaba. Deseaba con todas sus fuerzas morir.


...


Me lie, entre temblores de manos y mucha dificultad, un bastardo que más bien parecía un caramelo mal envuelto. Lilith se paró detrás mío y me empezó a masajear suavemente los hombros a vista de que no me podía quedar tranquila, a lo que yo le quité las manos; ninguna de las dos estaba en condiciones de sostener a la otra en estos momentos.

El departamento de Salem constaba de dos habitaciones personales, un baño y un escaso living comedor con una cocinilla que en realidad casi no había sido ocupada. Mientras nuestro chico dormía entre terrores en su habitación, nosotras matábamos el tiempo en la cocina americana, esperando a que el tiempo nos dijera qué hacer. ¿Qué más nos quedaba? Lo único que nos importaba en esta tierra éramos nosotros mismos. Teníamos un único código: la lealtad a la familia y nos estaba pasando la cuenta, nos veíamos duramente afectados cada vez que a alguno de los nuestros les pasaba algo, era nuestra debilidad. Este dolor de mierda de ver a quien amas y en quien sufrir y no poder hacer mucho al respecto, más que pararte en frente de esa persona y defenderlo y apoyarlo.

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