2. Sarcástica y Melancólico

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Regresar a casa fue una de las experiencias más abrumadoras por las que he pasado. A diferencia de muchas otras, volver a casa, luego de estar cerca de seis meses en un hospital era como descubrir nuevamente, con los ojos, la nariz, incluso con las manos, una vieja pintura.

Entré, mirando las paredes color crema, la amplia sala repleta de muebles modernos, la luz del sol entrando por los ventanales y la mesa del comedor, de formas rectas y que aludían al futuro, esperando por nosotros, con la comida servida sobre la superficie.

Mi casa era América, y yo, Cristóbal Colón. Estaba llena de ricas formas conocidas, que alimentaban un viejo recuerdo oculto en mi memoria, algo que se olvidó, pero que sigue allí y clama por salir al aire. Me recosté contra la pared, sintiendo la superficie lisa sobre mis dedos, la frialdad, incluso el reborde partido del marco de la puerta, donde anotaba mi altura cuando era pequeña. Hay un festín de aromas familiares, que vuelan como pájaros tropicales hasta mi nariz, como un coctel de manzanas rojas de fuego y canela. Incluso me deleité con el bordado de la alfombra, la mancha del sofá con forma de caballo y la televisión plana. La suavidad de mi hogar era tan abrumadora que tenía la sospecha de que me abrazaba para no soltarme de nuevo y tenía unos enormes deseos de correr por todos sus pasillos; quería hasta meterme al baño para disfrutar mi propia bañera. El ambiente, hasta el aire que respiraba, los colores y el ruido de los azulejos bajo mis zapatos, haciendo un clack-clack encantador, me resultaba importante, como vital y necesitaba anotarlo en mi mente para no olvidarlo jamás.

Mi madre tomó la única maleta que habíamos traído, pues en realidad, digamos que no usaba mucha ropa en el hospital, acompañándome a subir a mi habitación. Anthony no dejaba de insistir que había remodelado mi cuarto a su gusto, lleno de juguetes extraños de naves espaciales y seres retorcidos. Aunque sabía que era una broma, de cada tanto volteaba a ver a mi madre, como si quisiera una confirmación de que las cosas que decía mi tonto hermano no eran ciertas.

El cuarto seguía igual que siempre, por suerte; mi habitación no es muy grande, es solo lo suficientemente espaciosa para que mi cama, el tocador y el escritorio no estén amontonados por los rincones. Luego de que me ayudase a acomodar todo, a limpiar un poco, bajamos al comedor y pasamos allí el resto de la tarde, charlando.

o.o.o

Mi madre se fue el lunes en la mañana, luego de llorar amargamente cerca de una media hora y recordarme todas las medicinas que debía tomar, mientras yo, quien debería ser la que lloraba, la consolaba, diciéndole que todo estaría bien, que Garrett, Jenny y Verónica –el chofer, la cocinera y la nana de mi hermano, en respectivo orden- podrían hacerse cargo de nosotros dos y que no debía preocuparse. La verdad es que yo también tenía ganas de llorar; en los últimos casi seis meses, lo mas que nos habíamos alejados eran lapsos máximos de una semana, pues su jefe –ella trabajaba en Kent, por cierto- entendía las cosas, la situación y accedió a dejarla faltar por ese tiempo, sin dejar de pagarle.

Pero no ayudaría mucho si me ponía así; no me agradaba hacerla preocuparse más por mí de lo que ya estaba. Así que me tragué las lágrimas, poniendo la mejor cara de fortaleza en mi rostro filoso, y la despedí, sin hacer mohines –aun sabiendo que volveríamos a verla hasta dentro de un mes, con suerte, pues luego de todo el tiempo que había faltado, probablemente tendría que quedarse hasta la próxima navidad-, desde la puerta, mientras ella se marchaba en el auto con Garrett, que la dejaría en el aeropuerto.

Nos despidió con la mano hasta que la figura del auto se perdió en el horizonte.

Luego de eso, Verónica –quien era en realidad la única que se preocupaba por nosotros, Jenni solo iba a hacer la comida y luego se marchaba. Algunas veces, inclusive, ni la veíamos-, notó las caras tristes de mi hermano y la mía, y nos hizo entrar, diciendo que tenía una sorpresa para nosotros. Pese a que en ese momento, nada podría habernos hecho sentir mejor, los dos reaccionamos como unos verdaderos ambiciosos ante la palabra "sorpresa". Vero caminó hacía la parte trasera de la casa, con Tony brincando a su alrededor, sin dejar de preguntarle de que se trataba y yo fingiendo menos interés que él, aunque igual me moría de curiosidad.

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