4. La señorita Sylvette y el -no tan sombrío- señorito Grim

3 0 0
                                    

Luego de varios días de razonar y filosofar conmigo misma –y con Jake, mi bebé, un hermoso shiba-inu de color miel-, llegué a la conclusión de que, exactamente, ese tipo estaba loco... En realidad, no solo estaba loco, sino que actuaba de una forma desquiciada que lo hacía ver más como un psicópata recién salido del manicomio. Y no hablo solo de su forma de actuar, sino de todo lo que lo rodeaba.

Aunque probablemente eso ya lo saben.

Al día siguiente, luego de haberle dado mi total permiso de poder quedarse en la casa –y de no dejarme dormir con sus risillas a media noche, además de que me pesaba la consciencia por dejar a un completo extraño quedarse en mi casa-, decidí dejarme de tonterías y comenzar a anotar en una bitácora todas las cosas que observase de él.

Oh, si. Yo sería algo así como Indiana Jones, o Robinson Crusoe; una feroz exploradora, moviéndose cuidadosamente para no espantar a su presa. Me movería con increíble sigilo en la selva de cortinas y muebles que era mi casa, con el único fin de obtener la información más relevante sobre el nuevo espécimen descubierto: el extraño gato plateado de ojos verdes.

Dado esto, decidí que necesitaba una libreta que fuera de acuerdo a mis necesidades exploradoras. Así que urge entre mis cosas, con el fin de hallar algo que luciera como un cuaderno de viajes. Pero no hallé ninguno, así que me escurrí hacía la habitación de Tony... donde tampoco encontré nada decente para usar. Finalmente, cuando bajaba las escaleras, me topé con una vieja agenda de mi madre; era un cuaderno grueso, de cuero envejecido y esquinas de metal, con un grabado en una hermosa manuscrita, la palabra "Agenda 2005". Afortunadamente para mí, los días del año mencionado, eran iguales a los del año en curso, así que eso fue un gran avance para mí.

Lo siguiente que hice, fue llevar el cuaderno a todos lados, sobre todo para hacer anotaciones cuando él andaba cerca. Y, vaya que logré obtener datos curiosos.

Lo primero que noté, era algo que brincaba a la luz; tenía una extraña fascinación por la cocina y sus utensilios. Podía pasarse horas mirando una cuchara, un cucharon, un cuchillito o un platón. Levantaba las cucharas llenas de caldo, a la altura de sus ojos, y luego dejaba caer el líquido de vuelta a la olla, girando cuidadosamente la cuchara hacía uno de sus lados. Observaba detalladamente la carne que se freía en la sartén, y una vez tuve que detenerlo, pues ya estaba dirigiendo su dedo hacía el aceite burbujeante.

Sin embargo, pese a su amor extraño por todo lo que tenía que ver con el ámbito culinario, era un completo desastre cuando de platillos se trataba. Era como si su cerebro se transformase en... en el de una gallina -¿una gallina? Si, bueno, una gallina-, y perdiera la poca lógica que le quedaba. Parecía enloquecer, y comenzaba a reír de una forma demente, sacudiéndose de un lado a otro. Si la comida fuera droga, el sería un completo adicto a la heroína.

Aunque esto ultimo resultaba de lo mas gracioso de observar, debo decir que en cierto modo no fue para nada agradable, puesto que quien terminaba cocinando era yo –pobrecito, pero... ¡sus platillos no eran para nada apetitosos!-, y luego de que Tony terminase pidiendo pizza toda la semana, no había mas que hacer. Después de todo, si mamá llagaba a enterarse en una de sus llamadas telefónicas, probablemente no tardaría en llamar a Jenny para saber que pasaba, y eso sería una tragedia, porque la susodicha ya no trabajaba en la casa.

Pero él no era alguien tonto. En realidad, la necesidad de que yo cocinase no duró mucho tiempo. Solo lo necesario para que aprendiese a identificar sabores –al parecer, eso era lo que mas lata le daba-, a mezclar correctamente las especias y apreciar la cantidad de sal en una comida. En lo que si nunca tuvo problema –excepto con cortarse las largas uñas que tenía, debido a que era antihigiénico. Fue una dura batalla, pero al final gané y tuvo que cortárselas- , era en destripar y limpiar las presas de carne. No importaba si era pescado, pollo, conejo o gallina; era como si Jack, el destripador lo poseyera por completo, haciéndolo disfrutar de una manera enferma esa labor que a mí me parecía muy sangrienta. Incluso algunas veces lo escuché suspirar mientras lo hacía.

Donde sueñan los relojesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora