6. De la sartén al fuego

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Supongo que no soy la primera a quien le pasa esto: un día, así sin más ni más, de repente tienes una idea, y vista desde un punto positivo y amable, piensas que es la mejor idea que has tenido en toda la vida. Quizás no la mejor, pero si la más agradable y esas cosas. Te sientes como Indiana Jones -¿ya antes usé al señor Jones para comparar?-, y Cristóbal Colon juntos, o algo así. Luego de que te regodeas lo suficiente en tu charca de orgullo y vanidad, prosigues a llevar a cabo tu grandísima y majestuosa idea...

... que por lo general, acabará terminando en una catástrofe de proporciones bíblicas.

En este caso, la "mejor idea que tuve en la vida" fue sacar a Grim de la casa. Luego de que ambos pasáramos casi tres meses encerrados, y que el refrigerador estuviera casi vacío, decidí que lo mejor era salir a dar una vuelta al centro comercial y al supermercado, que técnicamente estaban en el mismo edificio. Podríamos hacer las compras, comer un helado, e incluso pensé que podría comprarle una prenda de ropa a mi albino favorito, ya que no pasaba de usar los viejos pantalones de mi padre, sus camisas y las pantuflas, además de esa extraña túnica negra. Nos imaginé a ambos paseando por los corredores del centro comercial, platicando en el café, y ese tipo de cosas que yo solía hacer con mis amigos. Hacía ya mucho que no visitaba esos sitios, y realmente me animó bastante saber que iría de nuevo.

Claro que en mi mente la visita era de lo más tranquila y pacífica, y Grim se comportaba como una persona normal, y jamás consideré lo contrario. Llegué a considerar la posibilidad de que él no quisiese salir de la casa, pero me sorprendió cuando se levantó de un salto de su cama hecha con muñecos de felpa y sonrió alegremente. Al parecer yo no era la única que se sentía enjaulada. Gracias a Dios, era día laboral, así que no tuve inconveniente en salir por la puerta. Únicamente le dejé una nota a Tony, por si llegaba antes que nosotros, aunque mi plan era que regresáramos antes que él. ¿Cuánto más podríamos tardar? Eran apenas las diez de la mañana, y Tony debía llegar a las tres, así que teníamos tiempo de sobra.

Luego de ponerme un vestido amarillo, calzarme unos zapatos rojos, y complementar el atuendo con una bufanda color cereza para que no se viera la cicatriz de mi pecho ,salimos juntos de la casa. Caminamos juntos por la avenida, Grim iba hablando muy emocionado, al parecer, aunque se mostró un poco renuente a subir al taxi que llamé para que nos llevase. Sin embargo, no hizo ningún comentario negativo, y cuando llegamos volvió a ser tan parlanchín como antes. Entonces la pesadilla comenzó.

o.o.o

-¿Mermelada? -tomé el frasco entre mis dedos, mirando la etiqueta colorida que tenía enrollada alrededor de la parte más ancha. Acabábamos de llegar al supermercado, pero Grim ya había llenado el carrito con un montón de cosas y productos que yo consideraba, si bien divertidos, no muy necesarios. Es decir, no es que uno necesite crema chantillí, mantequilla de maní y crema de avellana untable para sobrevivir el día a día-. ¿Qué no había un frasco enorme en el refrigerador?

Grim se encogió de hombros, sin dejar de sonreír, mirándome a través de su espeso flequillo. La señora gorda que estaba a un lado de nosotros, en el mismo pasillo, arrojó rápidamente varios sobres de sustituto de crema de leche a su carrito, y se alejó lo más veloz que le permitieron sus regordetas piernas, sin quitarle los ojos de encima al albino, mirándolo como si fuera el bicho más raro que hubiera visto en su vida.

Tengo que decir que, pese a que Manchester –y toda Inglaterra- estaba cundido de distintos tipos de tribus urbanas, y no era nada difícil toparse con chicos de cabellos teñidos de colores aún más extravagantes que el blanco, y perforaciones en sus rostro que lucían más como si fuese el resultado de una sesión de sadomasoquismo; aun así, Grim sobresalía de entre la multitud, aún más de lo que yo pensé que lo haría.

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