La vida, la vida misma funciona con estas bases, casi reglas.
La primera: cuando pidas un deseo, no esperes a que sea inmediato, porque pedir un deseo es como pedir un milagro. Puede llegar, puede no llegar, pero si llega, será maravilloso y jamás podrás olvidarlo.
La segunda: el tiempo no lo tenemos comprado. El tiempo no duerme, la vida no espera a nadie y los segundos que se van, nunca volverán. Así que nunca pierdas el tiempo, y aprovecha las horas. Los relojes no duermen y el tiempo tampoco.
Así ha sido siempre. Es una ley. No hay nada que cambiar. Todo intento de rebeldía es en vano.
Son consejos básicos, pero yo creo que no hay que seguirlos al pie de la letra, ni creerlos de ese modo; porque creer que los deseos son milagros, es como vivir sin soñar, porque los deseos están allí, al alcance de nuestra mano, para añorarlos y ansiarlos siempre que podamos. Porque caen mas estrellas en las noches, que milagros sucediendo en el mundo. Por eso existen los deseos: precisamente, para enseñarnos a soñar.
Y sin sueños, la vida no tendría sentido, aun cuando aprovecháramos cada segundo del reloj.
Los sueños hacen verdad los deseos, los deseos avivan los anhelos del corazón y nos permiten vivir cada día, aun cuando no haya esperanza, con tanta pasión que duele.
Son los deseos los que nos permiten creer que no perdemos el tiempo esperando que se cumpla. Nos permiten creer que hay un sitio donde los relojes pueden dormir e, incluso, pueden soñar.
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Nunca me ha gustado comenzar las historias por, como quien diría, el comienzo.
Me parece algo común, algo demasiado tranquilo, y aburrido. Quizás podría contarles, a resumidas cuentas, como pasó todo, y ubicarme en un evento emocionante. Pero para que pueda explicar bien mi historia, para poder contarles todo lo que viví, lo que siento, lo que pensé... debo hacerlo a la forma tradicional.
Me es difícil hacerlo; recordar todo me llena los ojos de lágrimas, me hace sentir demasiado triste. Duele darse cuenta de los errores del pasado, duele saber que te equivocaste y que no puedes cambiarlo ya, pero esta bien. Pudo con ello, así que no se preocupen.
Comenzaré con mi nombre y esas cosas que deben ser dichas, como mi edad y mi físico. No quisiera hacerlo así, repito, pero es la forma correcta, y quiero hacer, al menos esta vez, las cosas bien, como se deben.
Mi nombre es Sylvette Greenwood. Tengo dieciocho años de edad. La abuela Reese siempre dice que tengo los ojos verdes de mi madre, pero que mi cabello es igual al de mi padre; es un tipo de cabello indeciso, porque no es castaño ni pelirrojo. Yo le digo que es cobrizo, pero ella se encasilla en que es un cabello rebelde y sin una personalidad definida. Es inútil, no hay que hacerle.
Mi hermano dice que soy vampiro; la verdad es que, desde que enfermé, me volví más pálida que una hoja de papel, así que en eso, no lo contradigo, aunque me burló de él porque tiene el cabello erizado como si lo hubiesen asustado; él contrataca, alegando que con sus cortos once años de edad, tiene mi altura. Contra eso, no puedo hacer nada, porque es cierto; soy muy bajita para mi edad y el promedio de altura. Además, me causa tanta gracia que acabo riéndome. Y él se ríe conmigo.
Soy bastante buena en la escuela; nada extraordinario. Trato de dar lo mejor, aunque a veces no me va tan bien como quisiera, pero, sin ser vanidosa, debo decir que tengo talento para la esgrima, aunque tiene ya mucho que no practico. La última vez que usé una espada en un concurso, fue para los Juegos de las Siete Disciplinas, hace ya un par de años, en el que participe representando a mi escuela, Saint Anne, en la rama de esgrima femenil.
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Donde sueñan los relojes
RomanceSylvette tiene 18 años, cursa el último año del colegio, y se hace cargo de su hermano menor cuando su madre no está en casa. Ah, y también hace todo lo posible por mantener oculto al shinigami albino que dejó vivir en su armario. Lo que no sabe, es...