Capítulo V

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Anne en esos momentos de angustia sólo quería llegar a la propiedad Blythe y ver a Gilbert, quería hacerle saber que estaba con él, que pasara lo que pasara sujetaría siempre su mano, pues así las cosas entre ambos no se dieran como secretamente ella deseaba, debido a lo mucho que lo quería prefería que continuaran siendo amigos a que no fueran nada. Necesitando no perder la confianza que se tenían, ese lazo invisible que de alguna manera sentía que los unía y que soñaba que lo pudiera sentir él también.

Con premura de tal modo y siguiendo a las dos mujeres mayores que se le adelantaban en el camino, transitó con todo el cuidado posible que el apuro le permitía en medio de la oscuridad, llevando consigo una lámpara de gas.

En cuanto arribaron, uno de los trabajadores que les ayudaba en la casa a Gilbert y su padre, y que en esa dura situación también se encontraba brindando asistencia, les atendió abriéndoles la puerta y haciéndoles pasar.

Una vez dentro, Anne manteniéndose un poco rezagada de aquel pequeño grupo de adultos, observó que Marilla junto a la señora Lynde intercambiaban palabras con el humilde hombre, consultándole acerca de cómo seguía su patrón enfermo, hasta que la primera dama en mención armándose por fin de valor, pidió de favor verlo.

Para esas alturas Gilbert, probablemente al escuchar el repentino movimiento que se suscitaba en el recibidor de su casa, se asomó a lo alto de la escalera para ver que acontecía y se pudo percibir al instante con claridad la gran sorpresa que se llevó al ver a las recién llegadas. Pero para esto, la señora Lynde se encargó de hablar como la voz del grupo

-Ya estoy de regreso querido y traje ayuda como te prometí- le hizo ver no queriendo lidiar con objeciones, para luego palmeando las manos de repente al dirigirse de nuevo a Marilla y ella, como si se hubiese transformado como por arte de magia en la jefa del personal femenino de alguna fábrica; ordenarles que se dirigieran de inmediato a la cocina, siempre confianzuda... Un mandato que iba en especial a su persona, según Anne enfadándose se percató, abusando del hecho del que porque era una niña creía tener poder sobre ella sin tener la delicadeza ni por broma de pedirle las cosas de favor. En tanto Marilla sin prestarle atención, ni siquiera se movió, prefiriendo quedarse a platicar con Gilbert.

-¡Andando Anne Shirley, que te necesito de asistente por los territorios de la cocina!- le indicó entonces sí abiertamente la Sra. Lynde y ella sintiéndose más incómoda en presencia de él, que para ese rato ya había descendido la escalera observándolas con curiosidad, que por las actitudes arbitrarias de la mejor amiga de Marilla; tan sólo con una inclinación de cabeza, saludándolo por aceptarle entrar en sus dominios, se retiró de la sala siguiendo a la regordeta dama.

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Si bien las arbitrariedades de la Sra. Lynde eran tolerables..., se dijo luego, en tanto ayudaba a preparar consomé de pollo, algunas infusiones de hierbas aromáticas y sobre todo un brebaje medicinal especial que a la susodicha le habían enseñado de joven para conseguir despejar los pulmones y para bajar cualquier tipo de fiebre;...el que Gilbert la mirara de forma extrañada en medio de su frialdad, era algo que sí la mortificaba.

Con todo una vez que tuvieron los tés y demás preparaciones listas, subieron a llevárselas al Sr. Blythe, tratando de ayudarle un poco hasta que el Sr. Lynde volviera con el doctor de la ciudad. Y Anne tuvo así la oportunidad de presenciar sin esperárselo, una de las escenas más conmovedoras que vería en la vida.

Al ingresar en la habitación, lo primero que reparó fue en Marilla, quien agachada junto a la cama del Sr. Blythe, lloraba sosteniéndole la mano, mientras ambos en voz baja parecían embebidos en su propio mundo al estarse diciendo cosas tiernas. Algunas de las cuales al disimulo y agudizando el oído ella logró captar, luego de dejar el contenido de la bandeja que llevaba sobre una cómoda al igual que lo hiciera la señora Lynde. Donde vio además que yacía vacía otra de las tazas de sus potajes.

-...Mi Marilla, creí que estaba soñando cuando te vi atravesar esa puerta... no podía creer que hubieras vuelto a mí, por favor no te vuelvas a alejar. No me dejes- el buen señor le suplicaba, en tanto ella besándole la mano con fervor, emocionada y entregada como Anne nunca antes le viera, le prometía que ya no lo haría.

-Nunca más Jhon, te lo prometo... pero por favor resiste... lucha... como siempre lo has hecho... y quédate conmigo... Por favor, quédate conmigo- le rogó, ocasionando que a ella como silenciosa espectadora se le llenaran los ojos de lágrimas y terminara deseando algún día llegar a amar a alguien así y encontrar que ese amor le fuera correspondido.

Miró a Gilbert entonces en un rincón, quien sentado en una silla y con el rostro visiblemente preocupado, no le había importado permanecer allí de "violinista" desde hacía un buen rato, como era entendible, por estar cerca de su padre en caso de que necesitara algo; y él sintiéndose atraído por su mirada, fijó también sus ojos en ella, en un contacto visual cargado de cierto resentimiento e interrogantes.

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Continuará...

Algo adelantado en el tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora