Capítulo 3

143 7 0
                                    

Al llegar a casa después de que el bus me dejara a dos calles de allí, mi padre estaba cocinando pastel de carne escuchando -más que viendo- las noticias.

+Ni que fuera Navidad, papá.

-¿No te... gusta?

+Sí, sí que me gusta. Pero ese plato lo cocinaba mamá siempre en Navidad. -miré hacia el suelo pensando que quizá le sentaría mal, se pondría triste o incluso se enfadaría. Desde que mi madre murió, mi padre no habló ni una sola vez de ella, nunca habíamos tenido una charla, ni me contó cosas sobre qué hacía o anécdotas de instituto, y en el fondo eso me hacía sentir impotente, sentía que no conocía a mi madre como mujer, apenas ya la recordaba como madre. Su recuerdo se había vuelto borroso y nada claro, sólo recordaba una conversación que mantuvimos el día antes de que ella muriese, papá nunca lo supo.

-Lo sé, Ed. -dijo metiendo el pastel de carne en el horno- en 10 minutos comeremos.

+Papá, ¿por qué nunca me hablaste de mamá?

Y se quedó callado, estuve esperando unos minutos, pero no obtuve ninguna respuesta así que subí a mi habitación un poco enfadado, la verdad. Odiaba cuando Alfred hacía eso, pasar del tema, no comentarme nada, no contarme como se conocieron o qué les llevó a casarse en Canadá. Cuando quise darme cuenta, tenía los ojos nublados, y unas cuantas lágrimas en mis mejillas. Echaba de menos a mi madre. Echaba de menos que me arropase cada noche, que me despertase de mis pesadillas para contarme un cuento que ella misma improvisaba en aquel momento, echaba de menos su olor -ni siquiera lo recordaba- echaba de menos a mi madre, y a todos los momentos, charlas sobre qué hacer cuando sientes que te gusta una chica, qué decir, la charla del sexo, la de drogas, la de "a las 12 en casa", los castigos. Ya no volvería, pero tampoco puede volver algo que nunca se ha ido, porque nunca tuve esas charlas y dudaba que las tuviese alguna vez. Sentía que a mi padre no le importaba, nunca me preguntaba qué tal me había ido, o si me apetecía recordar cosas de mamá, ver fotos y que tras ellas se ocultasen miles de historias que yo desconocía. Desde que Annie, mi madre, se fue, Alfred nunca supo dirigir el timón. Como si todos mis sueños se hubieran lanzado por la borda, y ya se hubiesen ahogado hace muchos años.

Al poco tiempo me llamó, la comida ya estaba lista. Bajé, y me senté a comer. La verdad es que no estaba mal, pero ni siquiera ese plato se asemejaba un poco a mamá.

-¿Has estado llorando? -me preguntó.

+No... bueno, puede.

-Ed... mira sé que no estoy siendo un buen padre, que desde que tu madre se fue no he hecho más que refugiarme en mí y en el vacío que siento. -se le estaban poniendo los ojos llorosos, y hacía rato que había dejado de mirarme- Yo también la echo de menos Ed, cada día, y sé lo perdido que tienes que estar, lo triste que debes de sentirte, incluso lo impotente que te sientes por tener recuerdos borrosos de ella, no recordarla apenas... -se quedó unos minutos en silencio- pero quiero que eso cambie Ed, eres la única persona a la que quiero que me queda en el mundo. -ahora era yo quien lloraba- Quiero que me dejes ser un buen padre aunque ya sea tarde, que me preguntes cualquier duda, que confíes en mí, Ed. De verdad... de verdad que quiero intentarlo. -me acerqué a él y le abracé. Los dos llorabámos. Haber perdido a Annie, nos hizo perdernos un poco a los dos.

+Está bien, papá.

Esa tarde nos la pasamos viendo fotos, había una en concreto en la que mamá estaba realmente guapa, recordé de nuevo su cara, sus mejillas coloradas, sus ojos azules -qué más bien, tenían una tonalidad como el mar- su piel morena, su pelo largo y negro, tenía un poco de flequillo que le quedaba muy bien por la forma de su cara. Estaba en la playa, tumbada en una toalla. Papá me contó que esa foto se la sacó él, una semana después de casarse. La foto estaba tomada en la playa de Rouge Beach. Annie posaba con una de sus mejores sonrisas, se la veía muy feliz. Cada vez que sonreía, le salían dos arrugas en las mejillas que parecían dos comas y se le achinaban los ojos. Papá me contó que se casaron en Canadá porque allí fue donde se casaron mis abuelos y a mamá le recordaba a su infancia, esa ciudad le traía tranquilidad.

Estuvimos toda la tarde riendo, llorando, recordando, y sé que mamá en alguna parte, esa tarde,  estaba con nosotros. Siempre lo estaría.

JaneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora