"Yo era Glauco y él era Diomedes. En nombre de algún oscuro pacto entre hombres nos intercambiamos las armaduras, la mía de oro por la suya de bronce. Un cambio justo. La palabra 'amistad' me vino a la cabeza. Pero la amistad, como la define todo el mundo, me era ajena, algo improductivo que no me importaba en absoluto. En cambio, lo que yo había querido desde el momento en que se bajó del taxi hasta que nos despedimos en Roma era lo que todos los humanos suplican a los demás, lo que hace que la vida sea vivible."