20 de julio de 2012
Sé que no he escrito durante mucho tiempo, pero me gustaría aclarar que esta semana no ha sido para nada fácil. Estos días he estado un poco ocupada. Los doctores me han realizado muchos exámenes, tales como pruebas de sangre, radiografías, análisis de orina, entre otros. El propósito de estas pruebas era para verificar cuál era mi estado de salud y, a su vez, trataron de averiguar si existía alguna posibilidad de alargar un poco más mi vida. A veces pienso que ese sueño puede hacerse realidad, sin embargo, cuando observo el preocupado rostro de los especialistas, simplemente, mis esperanzas desaparecen en un abrir y cerrar de ojos.
Hoy recibí los resultados de los exámenes que me realizaron, las probabilidades de alargar mi vida son de un dos por ciento, o sea, son casi nulas; eso me hizo sentir devastada. La verdad, este día no ha sido para nada bueno. Mientras analizaba mi diagnóstico, por mi mente comenzaron a cruzarse muchos pensamientos sin sentido, los cuales me incitaban a efectuar actos tenebrosos; al instante, los eliminé de mi cabeza, ya que no quería que estos continuaran afectando mi salud mental. Al cabo de unos minutos, me dije a mí misma:
«Que pase lo que tenga que pasar».
En ese instante, mis padres ingresaron a la habitación y procedieron a preparar mis maletas. Mi madre colocó una bolsa blanca sobre mis piernas y dijo:
—Vístete, Viviana, tenemos que irnos.
Al abrirla, noté que esta contenía una blusa blanca y un pantalón de mezclilla color azul.
—Madre, ¿qué haces? ¡No podemos irnos! —exclamé, asustada por la extraña actitud de mis padres.
—No te preocupes, cariño, el médico ya está enterado de todo. —Mis padres salieron de la habitación con mis maletas.
En menos de un segundo, me cambié de ropa y salimos del hospital. Mi felicidad estaba por los cielos, en verdad ansiaba salir de aquel triste y frío lugar. El auto de mi padre estaba estacionado a la orilla de una elegante cafetería. Cuando estábamos ingresando al vehículo, un hombre de baja estatura y con el cabello canoso nos asaltó. El sujeto le quitó la billetera a mi padre y robó el celular de mi madre; cabe recalcar que a mí no me quitó nada, debido a que no llevaba ninguna pertenencia de valor.
El atracador comenzó a correr a toda velocidad con las pertenencias de mis padres. Al principio, pensamos que ya no había salvación, pero sorprendentemente nos equivocamos. En cuestión de segundos, un chico alto y de ojos verdes salió corriendo tras el ladrón, tratando de tomarlo del gorro de la chaqueta para poder así detenerlo. Yo por mi parte ya había perdido las esperanzas, creía que ya no había nada que hacer; sin embargo, observamos que nuestro salvador se lanzó sobre el hombre y lo golpeó un par de veces. Su expresión reflejaba enojo puro. Después de unos minutos, el asaltante logró golpear al hombre y escapó rápidamente. A pesar de que el sinvergüenza huyó, logró quitarle todas las pertenencias de mis padres. El joven se levantó del suelo, limpió el polvo de su camisa y procedió a devolvernos los objetos. A pesar de haber recibido un golpe en el rostro, siempre mantuvo una sonrisa dulce y educada.
—¡¿Cómo te atreves a lastimar a un chico tan hermoso?! —exclamé, sin darme cuenta de que lo había dicho en voz alta.
Él solo me miró con una sonrisa incómoda; era obvio, ni siquiera nos conocíamos y yo fui capaz de gritar semejante estupidez. Después de darme cuenta de mi error, me sentí muy avergonzada.
—¡Ay, muchacho! —dijo mi madre, preocupada por lo ocurrido—. ¿Se encuentra usted bien?
—Sí, señora, estoy bien. No se preocupe por mí.
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Una Vida Feliz
General FictionViviana, luchando contra un cáncer estomacal maligno y abrumada por sus errores del pasado, se siente inútil y miserable. Sin embargo, un evento inesperado la hace reconsiderar su perspectiva de la vida. Mientras está en el hospital, conoce a otras...