19. Mi último día

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22 de febrero de 2013

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22 de febrero de 2013

En estos momentos estoy tranquila: sé que estaré mejor, no sufriré ni tendré dolor alguno. Me quedan dos días de vida, mi madre vendrá mañana para llevarse mis cosas, ya que no sabe en qué momento dejaré este mundo.

La camilla de Raquel seguía a mi lado, sobre ella había una hermosa rosa blanca; no obstante, el día de hoy tuvieron que retirarla de la habitación. Al igual que el primer día, me encontraba sola en este lugar; sentía que iba a caer en una depresión horrible. Sin embargo, para evitar otra crisis emocional, decidí leer un rato; este pasatiempo me relajaba y hacía que mi mente se enfocara en otras cosas. Estaba cansada, pero quería terminar el libro, debido a que me faltaba muy poco para concluirlo, por lo que me animé a continuar con mi lectura.

En ese momento, recibí una llamada de mi madre. Inmediatamente contesté.

—¿Hola? —pregunté con una voz casi imperceptible.

—Hola, cariño, ¿cómo te encuentras? —dijo mi mamá, parecía que estaba ocupada.

—Más o menos, ¿y tú?

—Igual que tú. —Hizo una breve pausa—. Bien, hija, mañana iré por tus cosas a las siete de la mañana.

—De acuerdo —le respondí, jadeando.

—¡Te tengo una sorpresa! —exclamó ella, emocionada.

—¿Cuál? —pregunté, asombrada por su comentario.

—Bueno, pedí permiso para que te dejen salir del hospital un rato.

—¡Increíble! —grité de emoción.

—¿A dónde quieres ir? Tú eres la que manda.

Luego de pensar durante varios minutos, respondí:

—¡Quiero ir a la playa! Es lo que más deseo desde que llegué aquí.

—Excelente, mañana llegaré por ti.

—¿Mi papá irá con nosotras?

—Él nos alcanzará luego, debido a que tiene algunos asuntos pendientes.

—De acuerdo, madre, nos vemos mañana.

Ambas cortamos la llamada. Me encontraba superemocionada por la sorpresa, aunque también pensaba en mis padres: ellos querían que yo fuera eterna y eso era prácticamente imposible. Perder a un hijo es algo demasiado doloroso y no se supera de la noche a la mañana.

Como en todo el día no estaré aquí, decidí observar mi último atardecer. Deseaba que las horas transcurrieran a toda velocidad, ya quería sentir el cálido abrazo de mi familia.

El arrebol del cielo me hipnotizaba de una manera indescriptible, la paz que transmitía era inigualable; no podía dejar de admirar aquella maravillosa escena. Mientras contemplaba el atardecer, recordé que solo me quedaba un día de vida. Al principio, sentí un poco de tristeza, ya que no quería dejar a mis familiares; pero en ese momento pensé:

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