Viviana siente que ha perdido la batalla mucho antes de que el cáncer apareciera en su vida. Atrapada entre los errores del pasado y una depresión que la consume, cada día le parece un peso imposible de levantar. Pero cuando un evento inesperado la...
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09 de agosto de 2012
Recibimos una maravillosa noticia: nos comunicaron que otra paciente llegaría en horas de la tarde. Eso nos alegró bastante, debido a que ansiábamos conocer a nuevas amigas. La enfermera nos trajo el desayuno como todas las mañanas, su energía positiva era contagiosa y motivante.
—¡Qué bien! —exclamó Francini, aplaudiendo de emoción—, ¡mi estómago ya no aguantaba el hambre!
—Que lo disfruten —comentó, entregándonos los cubiertos—. También es mi hora de comer. De seguro el comedor debe estar repleto.
—¿No te gustaría comer con nosotras? —le pregunté.
—¡Me parece una excelente idea!, iré por mi lonchera.
La mujer regresó en menos de cinco minutos, se notaba que nos guardaba cierto cariño.
—Listo, provecho a todas —expresó, destapando una tacita de plástico que contenía huevos estrellados y algunos trozos de tocino.
Al no haber tema de conversación, realicé una pregunta que debí haber hecho desde mi primer día aquí.
—¿Cómo te llamas? —consulté, apenada.
—Oh, mi nombre es Pamela Alfaro —contestó—. Discúlpenme por no habérselos dicho antes. Pensé que ya lo sabían.
Un vago recuerdo se cruzó por mi mente. Mi esposo y yo ya teníamos algunas opciones para el nombre de nuestro bebé; los que más nos gustaban eran James y Pamela. Dejé de sonreír y una especie de nostalgia de apoderó de mí.
—¿Te encuentras bien, Viviana? —preguntó la enfermera, preocupada por mi repentino cambio.
—Sí, no pasa nada. —Comí una de las dos tostadas que yacían sobre mi plato—. Están deliciosas, ¿verdad?
—Así es. La cocinera me regaló dos a mí y he de admitir que emiten un aroma que abre el apetito.
Nuestro desayuno de amigas continuó. Las cuatro intercambiábamos experiencias del pasado y uno que otro chiste. Minutos después, una alarma resonó en el pasillo. Pamela verificó la hora con ayuda de su celular.
—¡Santo Dios!, ya es tarde, debo visitar a los otros pacientes —exclamó, guardando los recipientes dentro de su lonchera—. Las veo más tarde.
Pamela salió rápidamente de la habitación. Reinó el silencio.
—Oigan —susurró Francini.
—¿Qué ocurre? —preguntó Fiorella, acomodándose la bata.
—¿Por qué no vamos a tomarnos un café lejos de aquí?
—No nos dejarán salir del hospital sin un permiso especial. —Arqueé una ceja—. ¿Qué es lo que pretendes?
—El plan es simple: acomodaremos las almohadas en las camillas y las cubriremos con las sábanas. Luego, nos vestiremos con ropa casual y nos haremos pasar por visitantes. Nadie sospechará.