15. La caída de la segunda rosa

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16 de octubre de 2012

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16 de octubre de 2012

Sé que no he escrito mucho últimamente, lo que ocurrió hace cinco días aún me tiene muy afectada y, por ende, me tomé un pequeño descanso. Por suerte, ya me siento capacitada para relatar esta triste y devastadora parte de mi vida.

Mis amigas y yo nos encontrábamos en medio de la habitación jugando dominó, cuando de repente, Fiorella se puso de pie y caminó hacia el baño sin decir ni una sola palabra. Algo no estaba del todo bien.

—¿Qué le pasa a Fiorella? —preguntó Raquel, arqueando una ceja.

—No tengo idea. —Me encogí de hombros y sentí un extraño presentimiento.

—Está actuando muy extraño, ¿no lo creen?

Todas asentimos con la cabeza. En ese momento, escuchamos el crujir de la puerta, Fiorella salió con el rostro pálido y los ojos llorosos.

—Fio, ¿te encuentras bien? —le pregunté, preocupada por su estado.

—Sí, Viviana, no te preocupes por mí —contestó con una voz débil y susurrante.

Durante ese día, Fiorella no se levantó de su camilla para absolutamente nada. Aquella situación nos tenía algo desconcertadas, sin embargo, supusimos que solo se sentía cansada y, por ello, decidimos dejarla dormir un rato.

Al día siguiente

El estado de nuestra amiga estaba empeorando: la erupción en forma de mariposa de su rostro se enrojeció, su cuerpo estaba un tanto hinchado, presentaba fiebre y le faltaba mucho el aire.

—¿Cómo te sientes hoy, Fio? —preguntó Teresa, acariciándole el cabello.

—Me duele... mucho el pecho y... me cuesta... respirar... —afirmó un tanto agitada.

—¿Necesitas algo? ¿Agua o comida?

Fiorella hizo un gesto afirmativo con la cabeza.

—¿Podrías... llamar... a Pamela, por favor?

—¡Claro, iré en seguida!

La habitación quedó en completo silencio. Minutos después, la enfermera llegó.

—¿Qué ocurre, chicas? Teresa me dijo que una de ustedes necesitaba hablar conmigo —comentó ella, siempre con su gran sonrisa.

—Fio necesita hablar contigo... —contestó Sharon.

—Amigas... —interrumpió Fiorella, jadeando—. ¿Podrían... dejarnos solas... un minuto?

—Está bien, iremos un rato al jardín.

La angustia nos devoraba vivas. Tuvimos que esperar unos quince minutos a que Fiorella y Pamela terminaran de hablar para poder regresar a la habitación. La ansiedad estaba haciendo su aparición, teníamos mucho miedo de que algo malo pasara.

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