Viviana, luchando contra un cáncer estomacal maligno y abrumada por sus errores del pasado, se siente inútil y miserable. Sin embargo, un evento inesperado la hace reconsiderar su perspectiva de la vida. Mientras está en el hospital, conoce a otras...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Me encontraba en otra realidad. La luz del sol iluminaba el dormitorio y el ruido del exterior era casi imperceptible. Solo había una camilla y una mesa de noche para colocar las cosas de aseo personal, la ropa, etc. Un agradable aroma a limón impregnaba el lugar. Me sorprendió el aseo del hospital, pues en algunas clínicas llegué a presenciar escenarios inerrables sacados de una película de horror.
—Bien, Viviana, mientras te cambias, yo te ayudaré a organizar tus cosas —dijo la enfermera, entregándome una bata.
Ingresé al cuarto de baño, la cerámica color topo cálido me llamó mucho la atención. El frío que hacía ahí adentro me heló la sangre. Me quité los zapatos y las medias para después colocarlas sobre la tapa del inodoro. Me cambié de ropa y salí. La enferma terminó de acomodar mis pertenencias y abrió las cortinas de marquiset.
—Dime, ¿habrá más pacientes aquí? —le pregunté, recostándome en la camilla.
—Sí, claro —respondió, sonriente—. De hecho, hoy llegará una nueva paciente.
—Me alegra escuchar eso, no quiero quedarme aquí sola.
—No te preocupes, Viviana, si me necesitas, aquí estaré.
—Muchas gracias. —Me puse la mano en la boca y bostecé—. Me siento más tranquila ahora.
—Qué bueno. —Verificó la hora con ayuda de su reloj—. Lo siento, debo retirarme. Lo primero que haré, será actualizar tu expediente. Nos vemos luego.
La chica se retiró a gran velocidad. Analicé mi entorno en silencio por unos minutos. Los quejidos de los otros pacientes me asustaban. Mis ojos comenzaron a cerrarse, así que me cobijé y me adentré al fantástico mundo de los sueños. Me encontraba en un frondoso campo de flores rojas, las voluminosas nubes blancas adornaban el cielo, el sol brillaba con todo su esplendor y soplaba una brisa fresca. Llevaba puesto un vestido púrpura y mis pies descalzos acariciaban el césped. Caminé durante un gran rato, vislumbrando las imponentes montañas. Me senté bajo un enorme árbol para descansar. Ese era mi lugar soñado: un paraje donde la felicidad y la vida eran eternas.
El chillido de la puerta me despertó. Una enfermera de cabello largo y rosado ingresó acompañada de una camilla. Su semblante reflejaba cansancio e incomodidad. Me cubrí el rostro con las sábanas para evitar conversar con ella; no me agradaba en lo absoluto.
—De acuerdo, señora, esta seré su cuarto. Por favor, cámbiese —dijo en tono grosero.
Hubo silencio absoluto. Las pisadas de la enfermera resonaban cerca de mí.
—Gracias por guiarme hasta aquí. —Se escuchó el crujir de la camilla.
—Con gusto. —La puerta se cerró de golpe.
Aparté las sábanas y fijé la mirada en mi nueva compañera. una mujer de aproximadamente cincuenta años de edad, tenía el cabello largo y canoso, y lo llevaba peinado de un hermoso moño, su tez blanca resaltaba el deslumbrante azul de sus ojos.
—Hola —saludé, nerviosa.
—¿Cómo te va, muchacha? —Me dedicó una sonrisa amistosa—. Soy Francini, un placer.
—Me llamo Viviana Smith, mucho gusto.
—Perdona mi indiscreción, pero, ¿por qué estás internada aquí? Eres muy joven.
—Padezco de cáncer gástrico terminal —respondí con un nudo en la garganta.
—Yo... tengo sida. —Abrazó sus hombros.
La habitación quedó en completo silencio.
—Me quedan dos meses de vida, pero no sufro por eso, ¿sabes? Creo que no vale la pena llorar a estas alturas —alegó ella, irguiendo la espalda.
—Tienes razón —concordé.
—Oye, ¿te gustaría ser mi amiga? Quiero que intercambiemos experiencias y vivamos nuevos momentos juntas.
—¡Claro que sí!, me reconforta saber que cuento con alguien en este solitario lugar.
El día transcurrió con completa normalidad. La enfermera de cabello rojo nos visitó para verificar si todo estaba en orden.
—Veo que se llevan de maravilla —comentó con una voz risueña.
—Sí, no hemos parado de conversar.
Francini tosió con mucha fuerza y su respiración se aceleró.
—¿Te encuentras bien, Francini?, ¿sientes algún malestar en el pecho? —La enfermera se acercó a su camilla, preocupada.
—Tranquila, no pasa nada. Estas payasadas no afectarán mi buen humor —afirmó en un tono casi inaudible.
—De acuerdo. Ya es hora de dormir, señoritas. Mañana nos espera otro día.
—Vamos a caer rendidas. —Las tres soltamos una risilla.
—Qué descansen, no duden en llamarme si pasa algo. —Apagó la luz y se marchó.
Francini y yo establecimos una sólida amistad en tan solo horas. Estoy aprendiendo mucho de ella, actúa de una manera tan relajada y resiliente que me inspira a seguir su ejemplo. Su compañía me aleja de la tristeza y el dolor.
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
。☆✼★━━━━━━━━━━━━★✼☆。
¡Muchas gracias por leer! No olvides votar y comentar, sería de mucha ayuda para mí. (◍•ᴗ•◍)♡ ✧*。