Viviana, luchando contra un cáncer estomacal maligno y abrumada por sus errores del pasado, se siente inútil y miserable. Sin embargo, un evento inesperado la hace reconsiderar su perspectiva de la vida. Mientras está en el hospital, conoce a otras...
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Este ha sido unos de los días más tristes de mi vida: desafortunadamente, una persona muy importante para mí ha dejado este mundo; pero, por suerte, su recuerdo permanecerá en nuestros corazones para siempre. En estos momentos no he podido dejar de llorar, mi corazón está destruido. Es difícil escribir este capítulo. Algunas páginas del diario se han llenado de lágrimas, la tristeza se ha apoderado de mí y creo que me va a costar mucho trabajo sacarla de mi ser. Francini fue la primera persona que conocí en este hospital; yo la consideré mi hermana, mi segunda madre, mi psicóloga y confidente. Es triste saber que ella ya no estará más entre nosotras, pero como dicen algunas personas: «Todo en la vida tiene un principio y un final». Sin nada más que decir, procederé a relatar cómo fue nuestro último día con Francini.
29 de agosto de 2012
Como sabrán, Francini padecía de sida, una de las más enfermedades más terribles que han existido a lo largo de la historia. Tristemente, no se lo pudieron diagnosticar a tiempo y cuando los doctores lo descubrieron, ya era demasiado tarde.
Ese día, nuestra amiga se sentía débil, ya no podía caminar tanto: sus piernas no resistían el peso de su cuerpo. Gran parte de la piel sufrió una especie de sarpullido y casi no podía hablar, puesto que sentía un fuerte dolor en la garganta.
—Francini, si necesitas algo, no dudes en llamarme —le susurré mientras le acariciaba el cabello.
Ella asintió con la cabeza. Sus padres y su hermana llegaban muy seguido al hospital para llevarle cosas de aseo, ropa interior, entre otras cosas. La salud de Francini empeoraba más y más, por ello, el doctor Collins tomó la decisión de conectarla a un monitor de ritmo cardiaco para poder así mantener controlada su hipertensión.
Todas le mostrábamos nuestro apoyo a Francini y a su familia, esa situación no era para nada fácil de sobrellevar. Pamela había regresado, por suerte, ya se encontraba mejor de salud.
—¡Oh, Pamela! ¡Es un gusto tenerte de vuelta! —expresamos en coro.
—¡Necesito que me cuenten todo lo que ocurrió durante mi ausencia! —suplicó la chica con una sonrisa.
—Está bien, pero, tal vez después: Francini no se encuentra bien de salud...
—Cierto —dijo la enfermera, mirando a la paciente con ojos de tristeza.
Traté de entablar una conversación con Francini, pero al notar que su voz se cortaba y que tosía cada vez que intentaba articular una palabra, decidí detenerme y dejarla descansar. Eso me lastimaba en gran manera. Sus fuerzas estaban casi extintas, sus ojos expresaban cansancio extremo y su cuerpo no reaccionaba; una situación realmente deprimente. Yo he representado la vida como una candela: cuando la cera de esta se acaba, quiere decir que nuestro tiempo de vida ha llegado a su fin. No sé, creo que es una buena representación.