Capítulo 5

94 9 0
                                    

Cuando abrí los ojos la luz cegadora del sol obligó que pestañeara un par de veces para acostumbrarme. Me sentí confundida, el hecho que hace unos segundos antes el día estuviera gris, ventoso y a punto de llover, me tenía desconcertada.

De pronto todos los recuerdos volvieron a mí. Había ido hasta el acantilado porque una nota me lo había dicho. Luego, cuando llegué al lugar donde me indicaron, grité porque no había nadie.

Lo último que recuerdo es haber rodado porque algo me había empujado por la espalda.

Pestañeé una vez más y noté como un rostro se sobreponía, logrando que los rayos del sol no llegaran directamente a mí.

Aquel rostro no se me hacía para nada conocido. Era el de una muchacha, sus cabellos negros y largos resbalaban por ambos lados de su cara, casi tocando la mía. Sonreía como si viera un familiar nuevamente luego de diez años. Sus ojos eras verdes, tan parecidos a las hojas de los árboles en el verano que no parecían de este mundo.

— ¡Despertó! — Dijo con felicidad mientras se erguía. Dejándome a mí en el suelo, aún acostada.

Intenté levantarme lentamente, costaba demasiado, seguramente me había dado algún golpe con las piedras al rodar.

— Despacio, no te apures — una vez sentada, me di la vuelta. Aún la muchacha de cabellos negros me seguía hablando. Llevaba un vestido blanco, largo, no parecía para nada a la ropa que usaban las chicas comunes. Sin embargo se veía perfecta, casi sobrenatural.

Miré a mi alrededor, el césped estaba tan verde como el de la primavera, estaba lleno de flores por todos lados, de todos los colores y tamaños. Yo estaba en un pequeño claro, pero por un lado, los árboles eran altos y frondosos, tocándose unos a otros, haciendo que los rayos del sol apenas penetraran. Dándole un toque mágico.

Di vuelta la cabeza para fijarme en mi otro costado, un enorme lago se habría frente mío, llegaba a ver el agua cristalina, podía ver que era bastante profundo. Unas hermosas rocas grandes lo decoraban, una estaba cerca de donde yo. Me fijé que una persona estaba sobre ésta, era una muchacha aún más hermosa, tenía el cabello rojizo ondulado, los ojos celestes como el agua cristalina del lago, me miraba sorprendida, con ambas manos apoyadas en la roca, inclinándose hacia donde estaba yo, como si quisiera verme más de cerca, como si no creyera que estuviera viva. Me fijé que llevaba un peine en su mano, uno dorado. Fruncí el ceño, ¿para qué quería un peine? Luego me di cuenta que no llevaba remera, sino una especie de conchas, tapando su busto. Recordé a Ariel, la sirenita, eran parecidas a esas, violetas, aunque más reales. Sólo le faltaba la cola de pez… Reí para mis adentros, ¿qué cosas estaba pensando? Las sirenas no existen.

Y mis ojos se desviaron a la cola de pez que también descansaba sobre la piedra, verde, llena de escamas, unida al cuerpo de la muchacha esbelta.

Mis ojos se abrieron a más no poder, mi boca casi toca el suelo y mis manos se clavaban en el césped, ayudando a que me alejara. Pero alguien me tomó por atrás, con suavidad, era la muchacha de cabellos negros.

— Tranquila… — Dijo suavemente. Pero mis ojos siguieron mirando, había más como la pelirroja, por lo menos unas cinco, aunque no sobre piedras, sino con el torso apoyado sobre el césped.

Miré a los costados, había seres con orejas puntiagudas, que debían de medir sólo 50 centímetros, tenían barba blanca, larga, como si fueran Santa Claus. Descarté esa idea enseguida al ver que vestían ropas con muchos colores, y un gorro puntiagudo de distinto color según la persona, decoraba sus cabecitas.

Eran Gnomos. Los de los cuentos. Frente mío.

También había, al parecer, personas normales, aunque todos vestían raros, mujeres y hombres. Había una mujer de unos cuarenta años, llevaba un vestido de tonos rojos, las manos cruzadas, cabello rubio ondulado y una pequeña tiara, le murmuraba a otro muchacho, que tendría unos dieciocho años, al parecer era su hijo, tenía el mismo color de cabello, y los mismos ojos celestes como el cielo. El muchacho me miraba fijamente, con los ojos entornados, como si estuviera examinándome.

Detrás otra mujer de unos treinta llamó mi atención, vestía de negro, su cabello era marrón y totalmente recogido, sus ojos eran de un color ambarino, una sonrisa divertida se reflejaba en su rostro.

— ¿Dónde estoy? — Pregunté, mi voz sonó más temblorosa de lo que esperaba.

— Estás a salvo — contestó la chica de cabellos negros, mis ojos se clavaron en ella. Seguro mi rostro reflejaba solo terror, ya que la muchacha trató de calmarme dándome una pequeña sonrisa.

No funcionó.

— ¿Dónde estoy? Quiero irme a casa… — Sollocé. Al instante me arrepentí por el hecho de no haber podido ser más fuerte. Estaba asustada, aterrada, y no podía hacer nada contra ello.

— Estás en el Bosque Encantado — se agachó a mi lado —. Mi nombre es Holly. — Agregó, aún más dulcemente. Negué con la cabeza.

— Esto no es el Bosque Encantado. Quiero volver a mi casa — esta vez, fue un sollozo más histérico. Estaba perdiendo los estribos. Me sentía perdida.

Una fuente punzada apareció en un costado de mi frente. Me llevé la mano hasta allí, donde comenzaba el cabello, toqué algo pegajoso.

Miré la mano.

Era sangre.

— Tranquila, no te haremos daño — trató de tomarme la muñeca, pero me alejé y comencé a llorar.

— ¿Qué hago aquí? — Holly suspiró.

— Primero debemos curarte, puedes confiar en nosotros. No te haremos daño.

— Déjenme ir a mi casa — parecía una niña pequeña.

— No podemos. — Contestó, firmemente. Fruncí el ceño. Miré a mi alrededor. Todas las personas, seres, criaturas, como quieras llamarles, tenían sus ojos clavados en mi, expectantes, como si quisieran algo más de mí.

— ¿Qué quieren de mí? — Pregunté, aún con la voz sollozante pero un poco más firme.

— Podemos hablar de eso luego.

— ¡¿Qué quieren de mí?! — Chillé.

El silencio de hizo aún más profundo.

De pronto, recordé algo.

— ¿Ustedes fueron los de los dibujos? — Pregunté mirando a Holly. Ella sonrió levemente.

—  En realidad fueron Anna — señaló con la mano a la multitud, atrás del muchacho rubio, levantó la mano la mujer de vestido negro, aún sonriendo burlonamente, como si todo le pareciera gracioso —. Al principio no te caerá bien, pero te acostumbrarás — susurró Holly a mi oído, al parecer había visto mi consternación hacia la actitud de Anna —. Con la ayuda de Risas — un gnomo saltó alegremente, levantando los brazos para que lo viera. Me fue imposible no sonreír —, y Soñador — otro gnomo levantó la mano, sonriendo con una expresión tierna. Al parecer en este mundo nombraban a los gnomos como en los cuentos, con sustantivos y adjetivos.

A pesar de que el lugar era de ensueño, y parecían bastante amables. Quería irme.

— Quiero volver a mi casa — repetí.

— No puedes — esta vez Holly se puso más firme —. Nosotros debemos ayudarte, pero antes, deberás cumplir una misión.

— ¿Qué misión? — Fue lo único que se me ocurrió preguntar. La voz de Holly parecía tan firme, y estaba tan cansada que no tenía más ganas de discutir.

— Ven con nosotros y te contaremos.

Pasaron unos minutos donde todo fue silencio, donde sólo se escuchaba el viento soplar. Donde pude acomodar mis pensamientos, si estas personas no iban a ayudarme a volver a mi casa hasta que cumpliera su “misión”, entonces debía hacerlo. ¿Qué tan difícil sería? Seguramente querían que les innovara la ropa.

Además, aún tenía la esperanza de que todo esto fuera un sueño… Aunque luego de tocar mi propia sangre pegajosa, toda esperanza había bajado a 1.

— Está bien — dije finalmente.

Fearless {TERMINADA}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora