Me gusta leer. El cómo puedes elegir un libro de entre los mil millones que hay en el mundo y sumergirte en él, convirtiéndote de inmediato en uno de los personajes e ir a una aventura. Puedes ser alguien más para variar. Alguien más fuerte, inteligente y hermosa. Alguien mejor. Puedes escapar de tú deprimente y triste vida y pretender que estas afuera en un lugar mágico luchando contra el mal; o tal vez, en otra tierra encontrando el amor verdadero con un personaje ficticio.
Los libros son mi forma catártica de liberar estrés y desesperación. También son la manera en que me siento mejor conmigo misma. Puedo ser quien yo quiera ser, no solo la aburrida yo de veinte años que trabaja como mesera en una pequeña cafetería y que apenas llega a fin de mes. En su lugar, puedo ser una mujer bella y segura de sí misma por la que los hombres giran la cabeza. Puedo ser perfecta en todo, tener una vida social que en verdad exista y una relación estable. Pero no lo tengo y no se me olvida mientras trato de sumergirme en una novela de romance mal escrita que conseguí en una tienda de un dólar. Quité las migajas de mi sándwich de mantequilla de maní de mis dedos y me limpié en mis jeans antes de pasar de página. Suspiré cuando el fornido y misterioso protagonista del libro apareció, literalmente, de la nada para salvar al hermoso amor de su vida. Fue sumamente irrealista, eso lo sabía pero no pude evitar sentir una punzada de celos. Deseo poder amar así y no solo tener recuerdos trágicos que te dejan un sabor amargo en la boca cuando resurgen en la mente. Por desgracia, las cosas no son así porque en lugar de vivir una vida de glamour, me deprimía cada vez más al comparar a las mujeres escritas en tinta con la mujer que vivía en el espejo. Escuché la puerta de mi gerente abrirse con rapidez. Levanté la vista justo a tiempo para que hiciera contacto visual conmigo y luego saliera corriendo disparada de su oficina hacia mí como un toro salvaje. Mis ojos se agrandaron, presurosa, pasé saliva y me encogí en la silla de inmediato.
—Elizabeth — siseó la mujer mayor mientras apuntaba al reloj. Una vena empezaba a notarse en su frente de una manera espantosa. — Tu descanso terminó hace cinco minutos. ¡Vuelve al trabajo! ¡Limpia las mesas, toma las órdenes, haz algo!
Asentí al momento, chasquee el libro cerrado y me tambalee de mi asiento.
—S-Sí, señora— tartamudee a toda prisa. La señora Rainworth resopló apretando sus labios con fuerza antes de girarse en sus tacones y salir pisoteando. Esperé a que su puerta se cerrara antes de sacarle la lengua. Puse mi libro bajo el mostrador y mi plato desechable en la basura. Ni siquiera tuve tiempo de poner mi mente en el trabajo porque en menos de cinco minutos la campanilla de la puerta repicó. Suspiré, tratando de pararme derecha sin conseguirlo. Mientras le daba la vuelta al mostrador me encontré con una pareja joven, los llevé a que tomaran asiento y les tomé la orden. Se la llevé al cocinero a la cocina donde la prepararía y yo la entregaría.
Vaya aventura llena de acción la que vivo.
Ese era mi día: un ciclo de "Hola, ¿en qué le puedo ayudar?" y de limpiar mesas. A algunas personas se les dificultaba entenderme por mi suave voz y porque tartamudeo mucho, pero la mayor parte del tiempo los clientes me escuchaban bien.
Después de unas horas de constantes distracciones mentales estaba por limpiar la última mesa para poder irme a casa a las 6:00 en punto, pero la campanilla repicó de nuevo. Veloz, levanté la vista para ver quién entraba y de inmediato mis ojos se agrandaron en aprensión.
Entraron tres chicos como de mi edad, todos altos y musculosos. Incluso a la distancia lucían intimidantes y en serio no quería atenderlos, porque, probablemente tartamudearía sin parar e incluso llegaría a temblar de los nervios. Odiaba los grupos. Sobre todo, los grupos de hombres. Pero claro, era la única mesara en turno así que tenía que recibirlos.
Enderecé mis hombros, tomé aire y caminé hacia el grupo de chicos. Traté de no mostrar que estaba temblando por dentro. Me paré ante ellos esperando que me notaran. Entretanto, dos de ellos se hablaban con estrépito y otro, cuya cara no pude ver, continuaba, en lo que parecía ser, fulminando con la mirada a los otros dos. Como seguían sin notar mi presencia, carraspee un poco para llamar su atención. Fue todo lo que podía hacer para no derretirme cual charco en el suelo cuando, en un santiamén, los tres pares de ojos estaban fijos en mí.
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Mend the Broken (Traducción al Español)
RomanceLa historia de una mujer temerosa que conoce a un hombre iracundo. -¿P-por qué estás haciendo e-esto? -espeté, haciendo que se parara en seco con su mano en la perilla- ¿Por qué ha-haces esto por mí? Eran las preguntas a las que parecía no obtener r...