Sábado 23 de julio 11:03 p.m.

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Para: minah@gmail.com
Asunto: Sobre el día de hoy  

Sigue el calor extenuante. En la habitación tenemos aire acondicionado y dentro del Centro de Convenciones también. Pero basta con que asomemos la nariz a la calle para empaparnos en sudor.

Por fin expusimos. Lis, nerviosa a matarse, de pronto se tranquilizó y a mí, que estaba calmado, me sucedió lo contrario. Las palabras se me trababan en la garganta, y dije adresmente en vez de adrede, y fui un desastre, un total desastre. Pero ya pasó. Todo salió relativamente bien, recibimos muchas felicitaciones; sin embargo, no sé si eso te habrá pasado en algún momento, cuando terminamos me asaltó la sensación de no haber hecho un buen papel. No sólo por el nerviosismo que me atacó, sino también porque pudimos haber presentado algo mejor.

Durante los almuerzos y las comidas pudimos establecer contacto con algunos de los miembros de las delegaciones extranjeras. Intercambiamos correos, teléfonos, direcciones particulares Estas relaciones siempre son provechosas, resultan estimulantes, por lo que una vez más me alegro de estar aquí.

Sólo algo me inquietó un poco. Sucede que ayer, durante la comida, noté que alguien me miraba. Ya sabes, sientes en la nuca la mirada de alguien, no estás seguro, pero volteas la cabeza y ahí está, un desconocido no te quita los ojos de encima. En mi caso, se trata de uno de los miembros de la delegación rumana, un tipo raro. Es enclenque, escuálido, alto. Pálido como una salamandra albina. Sus orejas deformes tienen una extraña terminación en punta, y tanto sus dedos como su mandíbula son afilados como agujas. Lo descubrí mirándome con fijeza. O, al menos, me pareció que me miraba. Estaba apartado, en el único rincón sin luz del restaurante, y noté que sus ojos brillaban de manera extraña. Te confieso que me costó trabajo ignorarlo. Aunque hice un esfuerzo sobrehumano, no pude evitar voltearme para ver qué hacía y si seguía con sus ojos fijos en mí. Después hice lo posible para convencerme de que fueron ideas mías, pero la misma situación se repitió durante el almuerzo y la comida de hoy. El mismo sujeto, siempre solo y en el rincón más oscuro del restaurante, se empecinaba en mirarme de esa manera absurda.

Te juro, y sabes que soy un hombre pacífico, que estuve a punto de levantarme, ir hasta donde él estaba y gritarle: ¿¡qué coño te pasa!?, pero dudo que el tipo hable español y lo más probable es que me expulsen del Evento por agredir a un extranjero.

Lo más preocupante es que esa misma mirada la seguí sintiendo incluso durante las diferentes exposiciones en el Centro de Convenciones. No quise mirar hacia atrás, porque sabía (y esta es una certeza de las que se tienen sin saber por qué) que de hacerlo iba a encontrar al rumano con sus ojos clavados en mi nuca.

Bueno, no quiero extenderme más. Ya es tarde, estoy cansado y quiero dormir. Mañana domingo será el último día. Debo estar de regreso en La Habana para el lunes en la tarde. Es muy probable que mañana te escriba al final del día.

Un beso grande,
J.

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