Para: minah@gmail.com
Asunto: Sin noticias.Mina, debo confesarte que lo vivido en las últimas 48 horas me ha dejado cansada. No he dormido nada. No he comido nada. He pasado el día de ayer y el de hoy a base de jugos y refrescos, nada más. Me duelen la cabeza y las piernas. Y de contra, no tengo ni siquiera una pastilla que me alivie.
Pero antes quiero ponerte al día de los acontecimientos. Seré breve. Ni siquiera tengo deseos de escribir esta noche.
Cuando salí de la estación de policía, luego de todas las diligencias, me fui convencida de que algo malo tiene que haberle pasado a Jonathan. No quiero decir que esté muerto, que lo hayan matado o algo así, no, por Dios, pero sí un secuestro o un ataque de locura o algo por el estilo. Creo (creo no, estoy convencida de ello) que la terrible experiencia que vivió con el extraño disco compacto terminó por desequilibrarlo al no poder encontrarle una explicación racional a lo sucedido. Sí, creo que pudo ser eso, puesto que la idea del secuestro se me hace un poco rocambolesca. ¿Secuestrarlo para qué? ¿Por qué? ¿A Jonathan? ¿En Cuba? No, es imposible. Mientras más lo pienso, más improbable me parece. Por tanto, la locura es la única opción que queda. Y así se lo hice entender a la policía. Me preguntaron si había tenido ataques de esquizofrenia o paranoia antes y dije que no. Incluso quisieron saber si había antecedentes de locura en la familia y contesté que no estaba al tanto de eso, aunque me parecía que no, pues nunca los escuché a ustedes hablar del tema.
De regreso a casa iba con la cabeza llena de preocupaciones y preguntándome cómo terminaría todo. Incluso recuerdo que pensé en que quizás Jonathan aparecería de un momento a otro, sin un rasguño, pidiendo disculpas por habernos asustado de esta manera, y terminaríamos riéndonos del mal rato. Pero si hubieras visto su apartamento tal y como yo lo vi, sabrías que esa posibilidad era en extremo remota. Sin contar que Jonathan jamás ha sido dado a este tipo de bromas, ni siquiera cuando niño.
Ya eran más de las once de la noche mientras caminaba de regreso. Había comenzado a llover finamente y una brisa fresca me erizó los brazos. Desde la estación hasta mi casa sólo hay siete cuadras, así que no me importó mojarme. Las calles estaban desiertas y silenciosas, oscuras como cualquier calle de La Habana que se respete. Estaba agotada y muerta de hambre, loca por llegar a casa para quitarme los zapatos y darme un baño como Dios manda, arrancarme de arriba ese olor a estación de policía. Soñaba con la cama, con tumbarme hasta la mañana siguiente, recuperar fuerzas. Y entonces lo sentí. Tuve la sensación de que alguien me seguía o, cuando menos, me observaba de lejos. Me detuve, miré hacia atrás y nada, no había nadie. Pero no me pareció extraño. Me sentía alterada, con los pelos de punta después de todo lo ocurrido en los últimos días, y supongo que si un gato me hubiese saltado de pronto todavía estaría corriendo y gritando por todas las calles como una loca histérica hasta este momento.Avancé un par de cuadras y empecé a asustarme. Me asusté de veras. ¿Sabes de qué? Del viento. Un viento helado y húmedo más semejante a la llegada de un frente frío en invierno que a un chubasco de verano. Las hojas de los árboles comenzaron a batirse con furia y te juro, lo juro por mi madrecita que en paz descanse, que creí escuchar al viento decir mi nombre: Lis Lis Lis, como un susurro.
Quizás para ti nada de esto tenga sentido. Para mí tampoco en ese momento, a decir verdad. Y sólo encontré una explicación posible: estoy sugestionada con todo lo ocurrido hasta ahora. La misteriosa aparición del ejecutable, todo lo del rumano que me contó Jonathan, el estado tan deplorable en que lo encontré, su enigmática desaparición, lo hedionda que estaba su casa Cualquiera se sugestiona, créeme. Y tuve que hacer acopio de voluntad y valentía para no echar a correr como una chiquilla asustada de su propia sombra.
Llegué a casa, me preparé algo de comer y me tiré en la cama, sin bañarme siquiera. Creo que me debo haber dormido dos o tres minutos después. Sea como fuere, dormí sólo cinco segundos. Me despertó la voz de Jonathan llamándome: Lis Lis Lis, bajito, casi una caricia en el oído. Creí que estaba a mi lado, en la cama, y abrí los ojos. Pero no había nadie. Por supuesto que no. Cierro mi casa por dentro meticulosamente todas las noches. Y Jonathan no tiene llaves, así que Sí, sé lo que estás pensando. Crees que como me asusté del viento, tuve una pesadilla. Pero te juro por Dios que no estaba tan profundamente dormida como para soñar. Y sé lo que escuché. No obstante, me levanté y revisé la casa de punta a cabo. Claro que no encontré a nadie. Y menos mal, ¿no? Yo sola en esa casa me hubiese muerto del miedo si hubiera visto aunque fuera la sombra de otro ser humano. Y que me digan pendeja si quieren.
Me costó volver a dormirme, pero estaba tan cansada De veras lo necesitaba. Dormí hasta las diez de la mañana, cosa rara en mí. Y llamé al trabajo y les pedí que no me esperaran. Les expliqué lo que estaba sucediendo hasta donde me fue racionalmente posible. Y después me vestí y regresé a la estación de policías, para intentar averiguar si habían adelantado algo en la investigación. Me aseguraron que no, y me advirtieron que de todos modos no iban a poder darme muchos detalles, pues la información era confidencial. Lo curioso es que mientras esperaba a ser atendida, escuché al Carpeta hablando con uno de los oficiales de guardia sobre lo agitada que había estado la noche anterior: tres reportes de desaparecidos en menos de doce horas y en todos los casos habían hallado sus casas convertidas en chiqueras. ¿Te suena familiar?
Te soy honesta: no quise darle muchas vueltas al asunto. Me cuesta creer que lo que pasó con Jonathan esté pasando con otras personas en el municipio. ¿Casualidad? No lo sé. ¿Reacción en cadena? Quién sabe. Lo cierto es que me dí a la tarea de visitar a todos nuestros amigos, uno por uno, para saber si Jonathan los había visitado o llamado. A los que viven demasiado lejos, los llamé. Les pregunté si sabían algo, y nada. La mayoría se enteraron en ese momento por mí que Jonathan llevaba días desaparecido. Regresé a casa cerca de las ocho de la noche. Ya sabes, las piernas hechas talco, con dolor de cabeza, el estómago prácticamente vacío. Me puse a ver un capítulo de una novela brasileña, cuando entonces pasó otra cosa misteriosa.
¿Alguna vez has tenido el presentimiento de que hay alguien fuera de tu casa, asomado a tu ventana, mirando hacia dentro, a pesar de que nada podría haberte indicado que así fuera? Bueno, probablemente no. En mi caso, la ventana quedaba a mis espaldas, así que no tenía la certeza de que hubiese alguien fuera. Pero lo sentí. Sentí la fuerza de una mirada en mi nuca. Sentí una conexión asfixiante con algo no sé cómo describirlo ¿maligno? Sí, eso, algo maligno. Y para rematar, escuché la voz de Jonathan diciéndome: Lis Lis Lis Déjame entrar. Pero no la escuché con mis oídos. Era una voz en mi cabeza, era su voz en mi cabeza. Y di un brinco, sobresaltada, en el sofá. Me levanté y miré por la ventana. Estaba oscuro, como cualquier calle de La Habana que se respete. Pero en la esquina, tras unas matas de marpacíficos, creí vislumbrar una figura humana. Si era Jonathan o no, no podría asegurarlo. Estaba inmóvil, de frente para mi ventana, y juro que sus ojos brillaban en la oscuridad. ¿A qué humano le brillan los ojos en la oscuridad? Y entonces las luces de toda la casa comenzaron a parpadear.
Casi me dio un infarto del susto. ¿Para qué voy a mentirte? Me apresuré a revisar cada puerta y cada ventana, que todo estuviera hermeticamente cerrado. Y corrí las cortinas. Y apagué las luces. Y también el televisor. Ahora estoy aquí, sentada en la oscuridad, escribiéndote estas líneas. Pienso que en una situación semejante ya hubiese llamado a Jonathan por teléfono y él habría venido de inmediato en mi rescate. ¿Sabes qué? Nunca me he sentido tan sola, tan desprotegida. Y te juro, Mina, que nunca antes había sentido que la noche fuera un lugar tan peligroso.
Ojalá tú estés bien, para variar.
Que pases buena noche.
L.
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Upir.exe
HorrorDurante un Congreso Internacional de Software, un CD es dejado como al descuido con una inscripción: Instálame. No, no es un virus informático. O sí, sí es un virus, pero uno tan letal que quien lo instale no demorará en arrepentirse.