Viernes 29 de julio 8:00 p.m.

1 1 0
                                    

Para: minah@gmail.com
Asunto: Sin asunto.

Ahora sí estoy asustado. Te conté lo mal que amanecí ayer y lo peor que me fui sintiendo a medida que avanzaba el día. Al caer la noche el cambio fue increíble. Me sorprendí con un hambre atroz y comí como un demente. Abrí la casa de par en par, quería sentir el aire corriendo por los pasillos y disfrutar de lo bien que se sentía mi cuerpo. Me reí solo, como un loco que llevara mucho tiempo encerrado en un manicomio y de pronto se ve libre. Fue como una invasión repentina de energía, energía que no podía controlar y que a través de la risa encontró una vía de escape. En cambio, no me atreví a salir a la calle. Un miedo inexplicable me mantuvo encadenado a mi casa. La sola idea de andar por los callejones y las estrechas callejuelas de La Habana, con la oscuridad que caracteriza a la ciudad, era suficiente para que me lo pensara más de una vez. No dormí en toda la noche. Pero algo, un impulso, me incitaba a sentarme frente a la laptop. Y no pude contenerme. En el Escritorio el murciélago parecía mirarme, invitarme, seducirme. Y la certeza, Mina, me heló. El miedo que sentía no era a la oscuridad de la calle. La energía que me embargaba no era una energía sobrante. El miedo radicaba en la posibilidad de alejarme de la laptop y la energía era la mía, que había vuelto después de todo un día de estar tirado en la cama. Mi energía que había regresado después de ser drenada por aquel programa cibernético.

Tan pronto esa idea nació en mi mente, sospeché que había comenzado a volverme loco de verdad. Me reí de mí mismo, escéptico. Pero la duda volvió a atacarme unos segundos después. ¿Y si una mente retorcida hubiese dado vida a aquel engendro sólo para que absorbiera la energía de aquellos que lo ejecutaran? ¿Podría ser esto posible? ¿Un software que chupa la energía de las personas para reenviarla a través de la red hacia un destino desconocido? ¿Quién pudiera ser beneficiado con mi energía vital? La respuesta vino sola a mi mente: el rumano. Él se me apareció en el bar allá en Santiago, pidió permiso para entrar en mi habitación y dejarme aquel CD maldito, y ahora... ahora se alimentaba de mí a distancia.

¡Cosa de locos! ¡Cosa de locos! ¡Imposible!

Espantado, di vueltas por la casa. Una vocecilla maliciosa me susurraba al oído que mi energía era demasiada para mí, y cuando se volvía más dócil, más convincente, me aseguraba que nada malo pasaría, que sólo pinchando en el software comprobaría si tenía razón o no en mis sospechas.

No sé, a estas alturas, si soy débil, curioso o muy estúpido. Volví a sentarme frente a la laptop y contemplé por unos minutos el murciélago en el Escritorio. Hice doble clic en él y...

Cuando recobré el conocimiento ya empezaba a amanecer. Estaba débil, mareado, confundido, y tenía una imagen fija en la memoria: la del rumano con su mirada penetrante a unos pocos milímetros de mi rostro.

Tal vez creas que el sol de Santiago de Cuba terminó por hacerme daño. Ojalá tengas razón. No sabes cuánto deseo que estés en lo cierto.

J.

Upir.exeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora