9.Padmé

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Ella miraba desde la sombra de un gran pilar que se alzaba hasta la tarde
enrojecida que se filtraba por el techo de transpariacero abovedado del atrio del
Edificio del Senado, observando cómo se apelotonaban los senadores para cruzar la
arcada que salía desde la plataforma de aterrizaje del Canciller. Entonces vio al
propio Canciller, a C-3PO y sí, ¡ése era R2-D2!, por lo que él no podía estar muy
lejos... Y sólo entonces lo vio entre ellos, alto y erguido, con su pelo aclarado hasta
el rubio por la radiación y con una animada sonrisa en los labios que le llegó al pecho
y le abrió el corazón.
Y pudo volver a respirar.
Cuando pasó por su lado el remolino de reporteros de la HoloRed, la cháchara de
los senadores y la voz amablemente tranquilizadora de Palpatine hablando en su tono
más paternal y reposado, ella no se movió, ni siquiera para alzar una mano o girar la
cabeza. Permaneció en silencio, inmóvil, permitiéndose apenas respirar, sintiendo los
latidos de su propio corazón. Y podría haberse quedado allí para siempre, en las
sombras, y sus sueños más queridos se habrían hecho realidad con sólo haberlo visto
con vida...
Pero cuando él se apartó del grupo, manteniendo una tranquila conversación con
Bail Organa, de Alderaan, y oyó que éste le decía algo sobre el final del Conde
Dooku, el fin de la guerra y un final a las tácticas de policía estatal de Palpatine,
recuperó el aliento y lo retuvo, porque supo que lo próximo que oiría sería la voz de
él.
-Me gustaría que fuera así -dijo Anakin-, pero la lucha continuará hasta que
el general Grievous se vea reducido a pedazos. El Canciller es muy claro al respecto,
y creo que tanto el Senado como el Consejo Jedi estarán de acuerdo.
Y después de eso no podía esperar ser más feliz, hasta que los ojos de él captaron
su sombra inmóvil y silenciosa. Él se irguió, y una nueva luz iluminó su rostro dorado
al decir «discúlpeme» al senador de Alderaan. Un momento después corría a reunirse
con ella en las sombras, y se vieron el uno en brazos del otro.
Sus labios se encontraron, y el universo volvió a ser, por última vez, perfecto.
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Ésta es Padmé Amidala:
Una joven de impresionantes logros que en su corta vida ha sido ya la Reina

electa más joven de su planeta, una guerrillera partisana y la voz de la razón más


mensurada, inteligente y persuasiva del Senado de la República.


Pero, en este momento, no es ninguna de esas cosas.


Todavía puede jugar a serlas, ya que pretende ser una senadora. Aún tiene la


autoridad moral de una antigua Reina y no es tímida a la hora de utilizar en un debate


político su reputación de valiente luchadora, pero en su realidad más íntima, en el


núcleo más fundamental e irrompible de su ser, es algo completamente diferente.


Es la esposa de Anakin Skywalker.


Pero «esposa» es una palabra demasiado pobre para comunicar su verdad;


«esposa» es una palabra pequeña, vulgar. Una palabra que puede brotar de una boca


desdeñosa con muchos ecos mezquinos y desagradables. Para Padmé Amidala, decir


«Soy la esposa de Anakin Skywalker» es decir ni más ni menos que «Estoy viva».


Su vida antes de Anakin pertenecía a otra persona, a un ser inferior digno de


compasión, algún espíritu empobrecido que nunca habría sospechado lo


profundamente que debe vivirse la vida.


Su verdadera vida empezó la primera vez que miró a los ojos de Anakin


Skywalker y encontró en ellos no la adoración sin condiciones del pequeño Annie de

STAR WARS LA VENGANZA DE LOS SITH [ NOVELA ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora