14.Caída libre en la oscuridad

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Un viento frío azotaba la plataforma de aterrizaje privada del Canciller en el Edificio Administrativo del Senado. Anakin permaneció un rato allí parado,
envuelto en su capa, con la barbilla pegada al pecho y mirando el suelo bajo sus pies.
No sentía el frío, ni el viento. No oía el zumbido de la lanzadera privada del
Canciller, inclinándose para aterrizar, ni olía los retazos de humo pardo arrastrados
por el viento.
Sólo veía los rostros de los senadores que fueron allí para aclamar al joven Jedi,
oía las exclamaciones de alegría y de felicitación cuando les devolvió ileso a su
Canciller Supremo. Recordaba el orgullo que sintió al ser centro de atención de tantos
equipos de la HoloRed impacientes y ansiosos por obtener aunque sólo fuera el
menor atisbo del hombre que había vencido al Conde Dooku.
¿Cuántos días habían pasado ya? No podía recordarlo. No eran muchos. Cuando
no se duerme, los días se amontonan en una neblina de fatiga tan profunda que se
convierte en dolor físico. La Fuerza podía mantenerlo en pie, en movimiento,
pensando, pero no proporcionarle descanso. Y tampoco es que quisiera descansar. El
descanso podía provocarle sueño.
Y no quería saber lo que podía depararle el sueño.
Recordaba que Obi-Wan le hablo una vez de un poeta que había leído una vez, no
recordaba ni cómo se llamaba ni la cita exacta, pero decía algo sobre que no hay
mayor sufrimiento que recordar, con amargo pesar, un día en que se fue feliz.
¿Cómo había pasado todo de estar tan bien a estar tan mal tan rápidamente?
No podía ni imaginárselo.
Un polvo grasiento se arremolinó bajo los repulsores de la lanzadera cuando ésta
se posó en la plataforma. La escotilla giró, se abrió y por ella salieron cuatro de los
guardias personales de Palpatine. Sus largas túnicas recogían la brisa en sus pliegues
de seda color sangre. Se separaron en dos parejas para flanquear las puertas, y el
Canciller salió junto a la alta y corpulenta forma de Mas Amedda, portavoz del
Senado. Los cuernos del chagriano se inclinaban hacia Palpatine mientras ambos
caminaban juntos, aparentemente enfrascados en una conversación.
Anakin avanzó para recibirlos.
—Canciller —dijo con una reverencia a modo de saludo—. Señor portavoz.
Mas Amedda miró a Anakin con una mueca en sus labios azules. Un gesto que,
en un humano, habría denotado desagrado. Pero era una sonrisa chagriana.
—Saludos, Su Gracia. Confío en que se encuentre bien en este día —dijo.
Anakin sentía sus ojos como si estuvieran cubiertos de arena.

—Muy bien, señor portavoz, gracias por preguntar.
Amedda se volvió para seguir hablando con Palpatine, y la educada sonrisa de
Anakin se trocó en una mueca desdeñosa. Puede que sólo estuviera demasiado
cansado, pero, de algún modo, los pliegues que formaban los tentáculos de la cabeza
desnuda del chagriano al agitarse alrededor de su pecho le hacían desear que
Obi-Wan no estuviera mintiéndole sobre Sidious. Deseó que Mas Amedda fuera en
secreto un Sith. Había algo tan repugnante en el portavoz del Senado que Anakin
podía imaginarse fácilmente cortándole la cabeza por la mitad…
Poco a poco, Anakin se dio cuenta de que Palpatine despedía a Mas Amedda y
luego enviaba a los Túnicas Rojas con él.
Bien. No estaba de humor para juegos. A solas podrían hablar con claridad. Puede
que lo que necesitara fuera una pequeña charla sin tapujos. Eso despejaría la niebla de
medias verdades y confusiones sutiles que le había suministrado el Consejo Jedi.
—Bueno, Anakin —dijo Palpatine cuando los demás se alejaron—, ¿fuiste a
despedir a tu amigo?
Anakin asintió.
—Si no odiase tanto a Grievous, casi lo sentiría por él.
—¿Oh? —Palpatine parecía interesado—. ¿A los Jedi se les permite odiar?
—Es una forma de hablar —repuso Anakin, desechando la idea—. No importa lo
que yo sienta por Grievous. Obi-Wan tendrá pronto su cabeza.
—Siempre y cuando el Consejo no haya cometido un error enviándolo —
murmuró Palpatine mientras cogía a Anakin del brazo para guiarlo hacia la entrada
—. Sigo creyendo que el Maestro Kenobi no es el Jedi adecuado para este trabajo.
Anakin se encogió de hombros con irritación. ¿Por qué tenía que sacar todo el
mundo temas de los que no quería hablar?
—El Consejo estaba… muy seguro de su decisión.
—La certeza es algo que está muy bien. Aunque muy a menudo quien más seguro
cree estar es el más equivocado. ¿Qué hará el Consejo si Kenobi se muestra incapaz
de capturar a Grievous sin tu ayuda?
—No sabría decirlo, señor. Imagino que ya se ocuparán de ello cuando pase. Los
Jedi enseñan que la previsión es distracción.
—Yo no soy filósofo, Anakin, en mi trabajo, la previsión suele ser la única
esperanza de éxito. Debo prever los actos de mis adversarios, y hasta los de mis
aliados. Incluso —abrió una mano hacia Anakin, sonriendo— los de mis amigos.
Sólo así puedo prepararme para aprovechar cualquier oportunidad que se presente…
y, teóricamente, evitar el desastre.
—Pero si el desastre es voluntad de la Fuerza…
—Me temo que no creo en la voluntad de la Fuerza —repuso Palpatine con una
sonrisa de disculpa—. Creo que lo que importa es nuestra voluntad, que todo lo

STAR WARS LA VENGANZA DE LOS SITH [ NOVELA ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora