17.El Rostro de la Oscuridad

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Las discolámparas apagadas era fantasmales anillos grises flotando en la
penumbra. El resplandeciente paisaje enjoyado de Coruscant formaba un halo
alrededor de la cortante sombra de la silla. Éste era el despacho del Canciller.
Dentro de la sombra de la silla se sentaba otra sombra, más profunda, más oscura,
informe e impenetrable. De una negrura abisal tan profunda que absorbía luz de la
habitación que la rodeaba.
Y de la ciudad. Y del planeta.
Y de la galaxia.
La sombra esperaba. Le había dicho al chico que esperaría. Estaba impaciente por
mantener su palabra.
Para variar.
La noche asediaba el Templo Jedi.
En la plataforma de aterrizaje de su azotea, una débil luz amarilla se derramaba
formando un rectángulo estrecho a través de la escotilla de una lanzadera,
reflejándose hacia arriba en el rostro de tres Maestros Jedi.
—Me sentiría mejor si Yoda estuviera aquí. —Este Maestro era un nautolano alto
y ancho de hombros, de relucientes tentáculos capilares sujetos por anillos de cuero
repujado—. O Kenobi. En Ord Cestus, Obi-Wan y yo…
—Yoda está retenido en Kashyyyk, y no podemos contactar con Kenobi en
Utapau. El Señor Oscuro se ha descubierto y no podemos titubear. No pienses en
posibilidades, Maestro Fisto; éste deber ha recaído en nosotros. Nosotros bastaremos.
—Este Maestro era un iktotchi más bajo y esbelto que el primero. Dos largos cuernos
se curvaban hacia abajo desde su frente, deteniéndose debajo de la barbilla. Uno le
había sido amputado meses antes, tras rompérselo en combate. El bacta había
acelerado su crecimiento, y el antaño mutilado cuerno era ahora igual al otro—.
Nosotros bastaremos. Tenemos que bastar.
—Paz —dijo el tercer Maestro, un zabrak. Dew había pulido los vestigios romos
de sus espinas craneales y relucían como el sudor. Hizo un gesto hacia la puerta del
Templo, que giraba al abrirse—. Ya viene Windu.
Las nubes llegaron con el crepúsculo, y ahora caía una débil llovizna. El Maestro
se acercó andando, con la cabeza gacha y las manos encajadas en las mangas.
—La Maestra Ti y el Maestro de la Puerta, Jurokk, dirigirán la defensa del
Templo —dijo cuando llegó junto a los demás—. Estamos desconectando todos los
señalizadores de navegación y las señales luminosas, hemos armado a los padawan
mayores y se han cerrado con códigos todas las compuertas blindadas —paseó la

mirada por los Maestros—. Es hora de ir.
—¿Y Skywalker? —El Maestro zabrak inclinó la cabeza como si sintiera una
distante perturbación en la Fuerza—. ¿Qué pasa con el Elegido?
—Lo he enviado a la Cámara del Consejo hasta nuestro regreso.
Mace Windu dedicó una mirada grave a la Torre del Consejo, pestañeando contra
la creciente lluvia. Sacó las manos de las mangas. Una de ellas sostenía el sable láser.
—Ya ha cumplido con su deber, Maestros. Ahora nosotros debemos cumplir con
el nuestro.
Caminó entre ellos hasta entrar en la lanzadera.
Lo otros tres Maestros compartieron un silencio significativo. Luego, Agen Kolar
asintió para sí mismo y entró. Saesee Tin se acarició el recuperado cuerno y le siguió.
—Seguiría sintiéndome mejor si Yoda estuviera aquí… —murmuró Kit Fisto,
entrando a su vez.
Cuando la escotilla se cerró tras él, el Templo Jedi perteneció por completo a la
noche.
En la Cámara del Consejo Jedi, Anakin Skywalker luchaba a solas contra el
dragón.
Y estaba perdiendo.
Daba vueltas por la Cámara trazando arcos ciegos, tropezando entre las sillas. No
podía sentir las corrientes de la Fuerza a su alrededor. No podía sentir el eco de los
Maestros Jedi en esos viejos asientos.
Nunca había soñado que pudiera haber tanto dolor en el universo. Podría haber
soportado el dolor físico incluso sin sus habilidades mentales Jedi; siempre lo había
aguantado bien. A los cuatro años podía encajar sin emitir un gemido la peor paliza
que pudiera propinarle Watto. Pero nada le había preparado para esto.
Quería abrirse el pecho con las manos desnudas y arrancarse el corazón.
—¿Qué he hecho? —la pregunta empezó siendo un gemido, pero había
aumentado hasta convertirse en un aullido que ya no podía contener tras sus dientes
—. ¿Qué he hecho?
Conocía la respuesta: cumplir con su deber.
Y ahora no conseguía imaginar por qué.
Cuando yo muera, mis conocimientos morirán conmigo…
Mirase donde mirase, sólo veía el rostro de la mujer a la que amaba más allá de
todo amor, la mujer por la que canalizaba a través de su cuerpo todo el amor que
había existido alguna vez en la galaxia. En el universo.
No le importaba lo que ella hubiera hecho. No le importaban las conspiraciones,
los cónclaves o los pactos secretos. La traición no significaba ahora nada para él. Ella
era todo lo que alguna vez había sido amado por alguien, y la estaba viendo morir.

STAR WARS LA VENGANZA DE LOS SITH [ NOVELA ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora