7. Chimeneas

340 56 102
                                    


Esa mañana me levanté a buena hora. Javier me esperaba impaciente en la salita del segundo piso, así que salí de mi habitación con las manos entrelazadas tratando de disimular mi nerviosismo. Fer me seguía de cerca (ya bañado y secado) sin saber que pasaba.

—¿Sabes?, ya no quiero ir —me dijo mi hermano, encogiéndose en su lugar.

—Yo tampoco —nos vimos unos segundos, como planteándonos si faltar o no—. Pero —largué un suspiro que vino desde lo más profundo de mi diafragma—... ya dijimos que iríamos y no podemos quedar mal.

—Es que... me da tanta pena —señaló tapando su cara con un cojín.

No dije nada, lo entendía a la perfección... sin embargo, una parte de mi ansiaba llegar a la casa de mis amigos.

En breve procedimos a bajar, esperamos a papá en la sala y en unos segundos apareció saliendo de la cocina con un puñado de maní en la mano.

—Vamos —avisó.

Yo me levanté de un salto tumbando un cojín en el proceso; observé como papá caminó en dirección de la biblioteca y Javier se agachó para recoger lo que accidentalmente tiré.

Como dos patitos seguimos a nuestro progenitor por la casa, al entrar en la biblioteca pude observar una chimenea de piedra blanca (la vez pasada no la pude percibir gracias a que no quería incomodar a mi madrastra).

—Usarán los polvos —dijo papá señalando  en dirección a un pequeño bote/pote que había sobre la chimenea.

—¿No es de mala educación llegar por primera vez a la casa de alguien a través de su chimenea? —pregunté encogiéndome en mi lugar.

—Si te dieron la dirección no —añadió restándole importancia, tomó el envase y se lo tendió a mi hermano (quien debía tener más experiencia).

Javier (un tanto tembloroso) tomó un puñado de aquel polvoriento material, pero inmediatamente lo volvió a dejar en su lugar y me observó asustado— ¿Q-quién de los dos irá primero?

—Tu tienes más experiencia —hablé rápido—. Pero si estás muy inseguro podemos jugar al piedra, papel o tijeras.

—Jugar a eso contigo es jugar a perder —refunfuñó.

Papá, cansado, le arrebató el envase de las manos a mi hermano, tomó un puñado de polvos y los arrojó en la chimenea.

—Al primero que pase le doy 7 galeones —mi padre es un hombre muy inteligente, de hecho, no me impresionaría si algún día me dijese que fue a Ravenclaw.

Las llamas bailaban incandescentes, me llamaban a entrar, pero mi instinto básico de supervivencia también me advertía que me mantuviera alejada del fuego— ¡No soy Daenerys Targaryen! —exclamé—, además, ¡¿cómo se que no voy a terminar en el callejón diagonal?!

—6 galeones, estoy dispuesto a seguir bajando.

Javier avanzó, dejándome atrás, en respuesta aceleré mis pasos hasta llegar a su lado, el me sujetó por una parte de la braga con la intención de hacerme retroceder pero yo lo empujé y comencé a caminar más rápido, el tomó impulso de mi y me sacó una cabeza, yo puse mi mano en su hombro para tratar de retenerle, rápidamente llegamos a la chimenea y saltamos en ella, cuando el fuego nos rodeó pronunciamos las palabras mágicas (no las escribo por motivos de seguridad).

Aún sentía la mano de Javier tirando de mi braga cuando ya había dejado de sentir los pies en el suelo, sentía como aún me desplazaba hacia adelante, en breve mis pies volvieron a rozar el suelo... y digo "rozar" porque apenas y pude apoyarme bien. Al seguirnos tirando un tanto uno del otro logramos perder el equilibrio y salir expedidos a un metro de la chimenea.

El juego de los espejos (ULEH #2) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora