Capitulo Diez

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Los papeles se habían invertido espantosamente. Ahora Ava era el alma sin un cuerpo.

Nunca pensó que le pasaría. Era cuidadosa, en su mayoría. También había tenido conversaciones sobre el tema con su familia. Se suponía que las joyas evitarían a toda costa que algo así pasara.

«Supongo que no son aprueba de brujas vengativas», pensó amargamente.

Antes, en su departamento, había tenido muchas ideas bullendo por su mente, pero había notado, rendida, que ninguna era viable.

Quería fervientemente ir a la casa de su familia. Quería buscar a sus padres y a su abuela Elle. Ellos la ayudarían, sin duda. Elle podría verla. Era poderosa. Sabría que hacer, irían por ella.

Pero entonces, junto con las ideas de que hacer, vinieron los obstáculos para dichas ideas.

La casa familiar estaba a doce horas de distancia, y Ava tenia miedo de separarse por tanto tiempo de su cuerpo.

Recordaba constantemente lo que la bruja le había dicho. Ella quería venganza y sonaba muy segura de que la obtendría. No sabia que pensaba hacer o de lo que era capaz. Pero temía que si la dejaba sola, hiciera algo estúpido y su cuerpo terminara lastimado, en la cárcel, o peor, muerto.

Suspiró frustrada.

«¿Por qué no pude ser normal? ¡No! Yo tenia que ser un ser raro que sale de su cuerpo cuando duerme».

La miró caminar a su lado.

¿A dónde vas? —Preguntó.

Apenas había amanecido y el inclemente frío azotaba el cuerpo de Ava sin que al ser dentro de él le importara un ápice.

Aunque había logrado convencerla de colocarse algo mejor y normal que el extravagante vestido que había sacado de su armario, aún así, la bruja había rechazado el abrigo amarillo que ella le ordenó que se pusiera.

Ahora ambas caminaban, aunque sólo una era vista, por las calles ya despiertas.

Ava no tenia idea de adonde se dirigía o que haría y eso solo la estaba inquietando cada vez más.

La bruja Rose no era muy comunicativa y cuando tenia la molestia de responderle, sólo lo hacia en frías monosílabas. Eso, junto a la permanente cara suave y de bebé que Ava consideraba que tenia, sólo hacían que se irritara en sobremanera.

Jamás había tenido más ganas de abofetearse a sí misma.

¿A dónde vas? Pareces perdida, dime, ¿a dónde llevas mi cuerpo? —Preguntó de nuevo, con voz irritada.

—Cierra la boca, niña. En otros tiempos tu impertinencia seria severamente castigada. —Sus labios se arquearon de forma amenazante.

Se detuvo cuando ella lo hizo en medio de un cruce. La observó alzar su cara al cielo y mirarlo fijamente por varios segundos antes de tomar el camino a su derecha.

Eso no le dio una idea de adónde se dirigía. Pero lo supo minutos después.

¿Por qué vamos al cementerio? —Preguntó, temerosa.

Una bruja y un cementerio no era buena idea y Ava lo sabia.

Muchas de ellas iban a esos lugares a pedirles poder, ayuda u otra cosa a sus antepasadas. Si la idea de Rose era obtener magia, entonces Ava estaba perdida.

No sabia que tan poderoso era el anillo y si resistiría por mucho tiempo. Pero una vez que el anillo estuviera fuera de su dedo, ya no habría posibilidad para ella de regresar.

No respondió, ignoró sus preguntas y siguió andando.

Y como ella pensó, si se dirigían al cementerio.

Rose caminó entre las tumbas y era evidente que sabia exactamente hacia donde se dirigía.

Ava estaba cada vez más aterrada. Sus esperanzas estaban menguando a cada paso y patéticamente querida hacerse bolita y llorar.

«Pero no, yo soy más que esto y solo tengo que esperar mi oportunidad», se repitió.

Tenia que pensar muy bien lo que haría. Ninguna loca mujer muerta tomaría lo que era suyo. Era joven, tenia mucho que hacer, tanto que vivir todavía. Quería casarse, tener hijos y si era posible, ver a sus nietos crecer como Elle la vio a ella y a sus primos.

«Aún tengo que encontrar al amor de mi vida, Rose».

Siguió a la bruja hasta que se detuvo frente a tres tumbas unidas. Miró el grabado en la lápida de cemento.

Rose Margaret Rosewell, Juliette Pearl Allendale y Elizabeth Claire Hamilton. —Leyó en voz alta. —¿Entonces tu cuerpo si fue enterrado apropiadamente? ¿Quiénes son ellas? —Preguntó, mirándola.

Rose se había arrodillado y acariciaba de forma lenta la lápida de Juliette

—Mis descendientes. Mi hija y mi nieta. —Su cara estaba contorsionada por el dolor y Ava sintió una punzada de pena.

Si, la bruja había tomado su cuerpo y no creía que se lo fuera a devolver. Aún así Ava era una persona compasiva y no era indiferente al dolor de otra persona, a pesar de las circunstancias.

Supuso que morir, no encontrar paz y después tener que ver a su seres queridos partir sin poder hacer nada era doloroso. Ella amaba a su familia, ni siquiera quiso imaginar lo que Rose sintió.

Se acercó y se arrodillo al lado de ella. Miró su propia rostro.

Lo siento mucho. —Y de verdad lo hacia. Al ver el grabado de las fechas de sus nacimientos y sus muertes, calculó que ambas habían muerto jóvenes. Dolorosamente jóvenes. Y, si la fecha en la lápida de Rose era cierta, ella solo tenia veintiséis años cuando murió. —¿Qué les pasó?

La bruja limpió una pequeña lágrima que se deslizó por su mejilla.

—Ambas fueron asesinadas. Y yo no estuve allí para ayudarlas. —Las palmas de sus manos apuntaron hacia el centro. —Ellas están aquí. Puedo sentirlo. Pero yo no estoy aquí, junto a ellas.

Entonces ella lo entendió. Rose en realidad no había sido sepultada en la tumba que le hicieron y junto a la que hora estaba su familia.

Estaba vacía y Ava se preguntó dónde estaba su cuerpo en realidad.

Rose, la venganza no las traerá de vuelta. —Dijo delicadamente.

«Solo hará que quizás termine muerta».

—Todo es su culpa. —Murmuró ya no prestándole atención. Se levantó y sacudió sus manos.—Él pagará por esto.

Ava frunció su ceño por las palabras.

Él tenia que ser el hombre que la había matado y de quien se quería vengar, estaba casi segura.

«Pero ¿quién es él?».

Por la expresión en su rostro, sospechaba que pronto lo sabría.

En Cuerpo y AlmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora