Tras meses de silenciosa observación, ¡llegó la hora de pasar a la acción!
𝐈 | Valentín es el alfa más temido y respetado en todo el instituto, pero no ha podido evitar caer por el dulce omega de cabello castaño y mejillas regordetas. ¿Será capaz...
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— Teo, dilo. Tienes que decirlo —.
— No —.
— Sabes que es verdad. Vamos, repite conmigo: "Manu tenía razón" —.
— Y, ¿cómo sé que dices la verdad, eh? A lo mejor solo me estás mintiendo para que te dé la razón. Acabas de decir que Valentín Oliva estuvo en tu casa comiendo galletas caseras como si fuera un chico normal, eso no tiene ni pies ni cabeza —.
— ¡Pero es que es un chico normal! —.
Manuel resoplo frustrado, no había forma de hacer cambiar de opinión a su testarudo mejor amigo.
— Además —. Habló de nuevo Mateo mientras terminaba de tragar un trozo de sándwich de pavo —. Que se haya comportado mientras hacían un trabajo no quiere decir nada. ¿Sabes lo que me contaron el otro día? Dicen que le rompió un brazo a un tipo en los billares —. Susurra lo último acercándose a su amigo y mirando a los lados con cautela —. Te digo que ese alfa no es trigo limpio —.
Manuel gruñó suavemente, no le gustaba que Mateo se expresara de esa forma. Él sabía que la mala fama precedía Oliva, pero no creería ninguno de aquellos rumores hasta que el propio alfa o el supuesto chico al que le rompió el brazo se lo confirmasen.
Muy indignado, se levantó de la silla y cogió su bandeja del almuerzo.
— Juzgar a alguien sin conocerlo no es de buenas personas, Mateo, y yo no puedo comerme mis natillas sentado en la misma mesa que alguien que no es una buena persona —.
Se fue con dignidad, dejando a un boquiabierto Palacios mirándolo desde donde se encontraba. Barrió la cafetería con la mirada, aún no había terminado la hora del almuerzo y realmente tenía hambre, así que necesitaba un sitio para sentarse. Pensó en hacerlo junto a Eduardo, era un beta muy simpático que siempre era amable con él, pero, entonces, vio la mesa de la epidemia. Todos la llamaban así porque nadie se acercaba a ella, como si estuviera infectada por alguna clase de virus mortal, y el motivo, era que en esa mesa se sentaba Oliva. El alfa se sentaba con los brazos cruzados, con los auriculares aislándolo del bullicio de la cafetería y con una bandeja de comida intacta frente a él. Una idea fugaz pasó por la mente del chico, ¿Qué pasaría si se sentara con él? ¿Le diría que se marchara? No perdía nada por intentarlo.
Antes de que Manuel tuviera la oportunidad de llamar su atención, el dulce aroma del omega golpeó a Valentín con fuerza tensando cada músculo de su cuerpo. Cerró los ojos, disfrutando de aquella esencia que se había convertido en su droga favorita, y no le dio tiempo a procesar la presencia del omega junto a él, mirando tímidamente sus blancas converse y mordiéndose el labio inferior. Rápidamente se quitó los auriculares.
— Am... Valentín ¿Puedo almorzar con usted? —.
Valentín boqueó como un pez fuera del agua. Manuel estaba ahí de pie, frente a él, incapaz de mirarle a los ojos, preguntándole con esa adorable timidez tan característica suya si podía almorzar con él. Estaba soñando, estaba convencidísimo.
— Despierta —. Se dijo a sí mismo y se dio una bofetada —.
— ¿Está bien? —.
Valentín pestañeo aturdido ¿Aquello no era un sueño?
— Ah... quiero decir, ¡claro! Sí, sí, puedes sentarte aquí. Claro, sin problema —. Respondió nerviosamente, incorporándose en su asiento —.
El castaño le sonrió ampliamente, haciendo desaparecer sus ojos, y el pecho de Oliva se inundó de cálida miel.
— ¿Hoy no almuerzas con tu amigo? —.
El ceño del menor se frunció y su nariz se arrugó, el rubio pensó que no había nada más adorable que un Manuel enfurruñado.
— Estoy enfadado con él —.
— ¿Por qué? —.
Manuel se mordió el labio inferior y desvió la mirada, dudando de si debería decirle el motivo por el que se había molestado con Mateo.
— Velen. ¿Puedo preguntarte algo? —.
— Claro —.
— Usted, ¿Le rompió el brazo a un chico en los billares? —.
Valentín se quedo en blanco, se habría esperado cualquier cosa menos eso.
— ¡No! Ni siquiera voy a los billares, me parece una perdida de tiempo —.
Manuel sonrió y suspiro aliviado.
— Sabía que usted no podría haber echo eso —.
Aquello descolocó por completo a Oliva. Sabía que aquello era un rumor que estaba últimamente en circulación, uno de tantos. La gente ni siquiera se molestaba en confirmarlos, solamente los iban pasando de boca en boca como si se tratara de verdades absolutas. Él ya estaba acostumbrado, había aprendido a vivir con las miradas cautelosas y los susurros a sus espaldas, se había ganado la desconfianza de la gente sin saber cómo, y nadie cuestionaba que él fuera capaz de romperle el brazo a otro chico. Nadie, salvo Manuel. Manuel no lo conocía, nunca habían hablado hasta hace dos días, era consciente de los rumores y, sin embargo, había confiado en él y había puesto su palabra sobre las habladurías. Aquello sí era nuevo para Valentín.
— Y, ¿Qué tiene que ver eso con con que te pelearas con tu amigo? —.
Manuel volvio a apartar la mirada avergonzado por la actitud de Mateo.
— Bueno, él dice que usted no es de fiar, que es una mala persona. ¡Pero él no le conoce! Solo hace caso a lo que las malas personas hacen circular por ahí. Eso no está bien —. Sentenció con el ceño fruncido —.
Valentín se volvió a boquear.
— ¿Te peleaste con tu amigo por defenderme... a mí? —. Valentín se señaló, como si hubiera alguien más sentado en esa mesa. Aquello sonaba incluso más irreal pronunciado en voz alta —.
— Si, y no pienso volver a hablarle hasta que admita que tengo razón —.
— ¿Razón sobre qué? —.
— Sobre que usted es una buena persona —.
Aquella sonrisa terminó por desarmar a Oliva, nunca nadie había dicho algo así de él, llevaba tanto tiempo escuchando críticas que había empezado a creerlas. Tenía que hacer uso de toda su fuerza de voluntad para no envolver a Manuel en un asfixiante abrazo y marcarlo allí mismo, delante de todo el instituto, para que todos supieran que la persona más maravillosa del mundo le pertenecía. Ojalá eso fuera posible.
— ¿Y tú como sabes eso? Solo has hablado conmigo hasta hace dos días —. El menor se encogió de hombros —.
— No lo sé, solo lo siento. Justo aquí —. Se llevo una mano al corazón y sonrió —.
Valentín no aguantó más, necesitaba tocarlo. Alzó su mano y acarició con suavidad la esponjosa mejilla del omega. Una corriente tan fuerte recorrió sus dedos que quedó aturdido, ¿así es cómo se sentía rozar el paraíso? Ambos sonrieron tímidamente, ninguno de los dos se había dado cuenta de que toda la cafetería les estaba mirando como si acabara de aterrizar un platillo volante justo encima de su mesa. Ninguno se había dado cuenta, porque no podían prestar atención a nada más que no fueran ellos.
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¿Les parece si le dejo el apodo de Minie a Manuel?
