Epílogo

49 3 4
                                    

—Dicen que el fuego salió de la nada —cuenta una enfermera de ojos grises, cambiando la intravenosa de Jeison por una nueva—. También que los oficiales no comprenden la causa de muerte de la mujer.
—Yo oí que el papá del bebé  huyó cuando la cosa se puso fea, Fernando se llamaba —se aventuró a decir la otra enfermera—, y que la hermana de él entró en un manicomio cuando la policía escuchó la declaración de que todo había sido culpa de una sombra.
—Pobre niño, todos los que tuvo a su lado estaban locos, sólo el papá no. Y para peores también murió un día después de haber visitado al hijo. Estuvo aquí una semana, eso fue hace tres meses.
— ¿Entonces es cierto de que el pequeño entró en coma cuando le llegó la noticia de la muerte del padre?
—Sí, yo estuve aquí. Había entrado muy débil de cualquier forma, ya era de esperarse.

La otra enfermera iba a responder cuando la de ojos grises la interrumpió.

— ¡Por dios! Paola llama al doctor Rojas, dile que el paciente acaba de despertar.

Absorto en sus pensamientos Jeison abrió los ojos. El olor a alcohol etílico fue lo primero que le llegó a la nariz. Tenía todos los músculos contraídos, le dolían demasiado y tan sólo respirar le representaba un gran costo.Pasos veloces alcanzaba a escuchar pero no entendía de quienes eran. Se preguntaba donde estaba, y porque le costaba tanto abrir los ojos. Añoraba con que todo fuera una pesadilla, que abriría los ojos y ahí estaría Margarita. Ya olía las flores, ya veía a Margarita riendo mientras sembraba otra planta. Se veía así mismo jugar con el cachorro dentro de la casa, junto a su padre. Pero al abrir los ojos solo pudo ver la lluvia cayendo al otro lado de la ventana.

Con el paso de los días el color blanco se fue posando minuto tras minuto en Jeison, los huesos se le comenzaban a notar tanto como las venas y los ojos rojos de llorar se le hacían opacos del sufrimiento. Fue en uno de esos días en que el viento sopla en los techos, la lluvia moja a las personas, y la gente muere. Uno de esos días la felicidad volvió al alma sufrida de Jeison. La policía le había contado sobre el derrumbe de la casa, sobre la muerte intacta de Margarita, y sobre el rescate del cachorro. Sin embargo, la felicidad no fue sólo eso, fue el hecho de poder ir al cementerio y darle el último adiós a su tía, y para cuando se hallaba de regreso al hospital, en medio de los árboles secos estaba ella, con la piel tan blanca como él y con el cabello rubio suelto.

Ambos eran libres, libres de todo sufrimiento, ambos sin necesidad de reponer años perdidos no se sintieron como dos desconocidos. Él era la carne de ella, ella era la sangre de él. Y con el corazón roto, con las lágrimas depositadas. Dos almas se fundieron, dos almas se reencontraron, dos almas se amaron. Porque después de todo, Mary al fin volvió a ver a su hijo. Y Jeison lloró, porque su mayor temor era morir solo, o que sus seres queridos murieran mientras él no estuviera ahí, se sentía agradecido con el mundo, por más extraño que eso pareciera.

Y detrás de los dos estaban Margarita y Andrés, abrazando al bebé, abrazando a su hermano. Y la familia se miró aun estando en diferentes mundos, en el de los vivos y los muertos, entre ellos sentían que las viejas almas de sus seres queridos los veían. Aquí termina su historia, dos vivos y cuatro muertos, reunidos bajo el lecho de la vida y la muerte. Y sin temor alguno, miraron a la muerte que siempre les asechó y le sonrieron, me sonrieron a mí, a la vieja amiga de Margarita, la muerte.

                                                                                      Fin

 

Dulcedinem Irae ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora