Capítulo 24

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-Lumus –dijo Harry, la voz clara como si estuviera hablando con una persona un poco dura de entendimiento. La punta de la varita se encendió con una leve luz, pero al instante volvió a apagarse – ¡Lumus! –Casi gritó esta vez – ¡Lumus! –Al sacudir la varita con violencia, esta echó chispas azules que cayeron a los pies de alguien que acababa de acercarse a él sin hacer ruido.

  -Tranquilo. Así no lograrás nada –indicó Remus tomándole la mano cuando fue evidente que el muchacho estaba a punto de tirar la varita contra la pared trasera de la casa –Debes tener paciencia.

-Es que esta varita no sirve –se quejó frustrado mirando la madera como si le hubiera ofendido gravemente.

-Funcionó bien cuando la compramos –respondió pacientemente el hombre.

   Harry suspiró. Remus tenía razón, cuando la compraron había funcionado bien, incluso hasta parecía que su magia se alegraba con ella (o tal vez sólo se alegraba de poder salir después de tanto tiempo), pero ahora… Ahora simplemente no quería cooperar con él.

      Aunque, en el fondo, Harry sabía que en realidad el problema no era la varita en sí, el problema era él mismo, por su incapacidad de adaptarse a esta nueva textura y tamaño, y más aun al extrañar la que tenía anteriormente, aquella varita que fue la primera en liberar su magia, la que le acompañó durante tanto tiempo y que nunca le falló. Cuando salió de prisión esperaba al menos poder recuperar los fragmentos para tenerlos como recuerdo, ya que significaba mucho para él. Pero nada, nadie los tenía, habían desaparecido “misteriosamente” del Ministerio poco después de celebrado su juicio.

   Seguramente tomadas por algún fans, supuso Lupin, algo apenado y enojado de que eso hubiera sucedido, porque a pesar de que Harry había callado al recibir la noticia de la imposibilidad de dar con las partes de la varita, su silencio decía todo lo que llevaba por dentro. Algo más se sumaba a la lista de cosas que le había sido arrebatado sin piedad.

   Por eso, una vez que llegaron a Holanda donde decidieron radicarse ni bien Harry salió de Azkaban (ya que en Inglaterra no tenían nada que los atara y sólo estaba lleno de malos recuerdos para ellos), buscaron una tienda de varitas para conseguir una nueva que le sirviera. Y esta pareció irle muy bien después de muchos intentos infructuosos, en los cuales el muchacho había estado cada vez más alterado, puesto que las clases comenzarían sólo dos días después y ya se veía asistiendo a ellas sin una varita mágica. No quería ni imaginarse qué hubieran pensado sus nuevos compañeros en ese nuevo colegio si algo así hubiera ocurrido.

   Esa era una cosa que debía agradecerle al Ministro Scrimgeour, se dijo Harry pensando en el nuevo colegio al que asistiría para terminar sus estudios, ya que si no fuera por la influencias que tenía el hombre, a ellos les habría resultado un poco más difícil poder conseguir la casa en la que estaban viviendo y una plaza en el colegio, en menos de una semana.

   Aunque claro, el Ministro no lo había hecho exactamente para ayudarlos, sino más bien por conveniencia, ya que luego le insinuó “sutilmente” a Harry que sería bueno que pudiera dar una conferencia de prensa desligando al Ministerio de toda responsabilidad de su injusta carcelación.

    Pero Harry no se dio por aludido antes las insinuaciones, haciendo de cuenta que no las había entendido y marchándose inmediatamente. No quería saber nada con el Ministerio que pretendía convertir toda su historia y su vida en un asunto de dominio público. No, él no quería eso. Lo único que anhelaba con ansias era poder, al fin, vivir con tranquilidad, lejos de todos los que quisieron manejarlo alguna vez y de aquellos que esperaban mucho de él (como el mundo mágico a pleno lo hacía). Quería tener una feliz y sencilla vida familiar…

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