Capítulo 12

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   Nueve meses viviendo con la única compañía de Snape… y sin matarse uno al otro. Era todo un récord, diría si le preguntaban. Y algo que nunca se imaginó que pasaría, porque, si debía ser sincero, tendría que decir que la convivencia no era tan mala; claro que tampoco podía decirse que fueran amigos que la pasaban bien, pero sí habían llegado a ser algo así como “camaradas que pasaban por la misma situación”. Raro, pero cierto.

   Aunque, por otro lado, Harry también debía admitir que había días en los que no podía tener al hombre cerca ni mirarlo a la cara, porque recordaba todo aquello que vivieron en esas semanas de vacaciones de navidad del año anterior. Si había algo que lograba desquiciarlo, al punto de no querer siquiera comer para no cruzarse con Snape, era eso. Recordar cómo habían… vivido… era lo peor de tener que verse a diario…

   Y no ayudaba mucho la presencia de ese niño que Snape parecía adorar y siempre llevaba colgado de él de un lado a otro. Merlín, si les hacía verse como una familia. Poco convencional, pero una familia al fin.

-Potter, el almuerzo –llamó Snape desde la ventana que daba al jardín trasero donde el muchacho estaba. Único lugar fuera de la casa hasta donde podía salir, porque la calle evidentemente estaba más allá de los límites si quería mantenerse lejos de Azkaban.

-Voy –contestó Harry, pero el hombre ya se había metido, y no estaba muy seguro de que le hubiera escuchado.

   Cuando entró a la cocina se encontró con una imagen muy difícil de entender, algo que le llevó varios minutos que entrara en su cabeza, aunque lo estaba mirando fijamente y no era, lo que se dice, extraordinario.

   Snape, sentado a la mesa de la cocina, tenía junto a él al bebé de siete meses en la sillita alta, intentando darle de comer aunque el niño se distraía fácilmente e intentaba meter la mano en la comida. Hasta allí no era una imagen que no hubiera visto antes, de hecho recordaba que la primera vez que lo vio había estado riéndose histéricamente por varios minutos antes de que el hombre forzara una poción tranquilizante por su garganta y lo mandara a dormir; algo que aun no sabía por qué le sucedió, pero que no pensaba repetir. Lo que le hacía en ese momento estar parado allí en la puerta, mirando la escena e intentando hacerle entrar en su cabeza sin que ésta estallara, era algo que no había notado antes…

-¿Vas a comer o prefieres hacerlo cuando termine? –Preguntó Snape mirándole, la voz bastante más suave de lo que siempre había utilizado al hablar con él; pero eso tampoco era extraño, después de lo sucedido esa noche en el baño había estado ocupando ese tono, como si temiera que la locura de  Harry explotara de un momento a otro.

-Creí que ese día me había confundido –dijo Harry sin contestar, su vista sólo fija en el pequeño bebé en la sillita alta, que habiéndose percatado de su presencia agitaba los brazos hacia él tirando su comida en el proceso –que lo que sentí esa vez moviéndose dentro de mí era la magia que me dijo que se había acumulado por no sé qué preparación. O tal vez el miedo ante todo lo que estaba sucediendo. Pero no me confundí, ¿verdad? –Preguntó, esta vez mirando a Snape.

-No sabía que habías sentido eso –indicó el hombre volviendo su mirada al niño con una expresión de enfado en el rostro al ver el desastre que había hecho en el escaso segundo que le quitó los ojos de encima, pero por lo demás no parecía estar prestándole real atención a lo dicho por el muchacho.

-¿Y la magia acumulada? –Siguió preguntando Harry – ¿La mujer apareciendo de ningún lugar con un niño prematuro recién nacido? ¿Eso sí era verdad?

-¿Por qué mentiría, Potter? ¿Qué gano yo con eso?

-No sé –contestó exasperado –No entiendo, porque si esas cosas eran reales, entonces ¿por qué se parece a nosotros? –Inquirió señalando la sillita con una mano –El cabellos negro y desordenado, la piel pálida, los ojos verdes. Y esa nariz aguileña parecida a la suya.

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