XIV: Dudas

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Robin entró a su departamento y se puso a llorar desconsolada. No entendía nada acercade la reacción de su chico. En ese momento sonó el teléfono, era Zoro.

— Amor, cuánto lo siento ¿me dejas pasar? Estoy en tu puerta

— Hablamos mañana...

Apagó el celular y lo puso sobre la mesa de la cocina, iba a comer algo dulce pero sintió náusea. Desanimada, apagó las luces, cerró las ventanas y se fue a su dormitorio. Algo mareada y con una jaqueca del demonio se tendió en la cama. Apagó la luz que le lastimaba los ojos irritados y trató de dormir, el mareo no pasaba.

Luego de un par de horas de no poder conciliar el sueño se levantó a oscuras, la luz de la calle se filtraba por las persianas, conocía el lugar a la perfección sin encender ninguna luz. Se sirvió un vaso con agua en la cocina, de pronto, escuchó un golpe sordo en su puerta, se asustó pensando lo peor.

Tomó un trozo de madera que guardaba oculto tras el sillón de la sala dispuesta a defenderse en caso de ser necesario. Abrió la puerta y resultó ser que Zoro estaba sentado afuera, se había quedado dormido y por cierto, hacía mucho frío. Cayó y despertó sobresaltado.

— ¿¡Qué haces aquí!? Creí que te habías ido... — su voz estaba algo quebrada.

— No quiero ir a mi casa, yo... —La abrazó y la besó como nunca. Ella no respondió al beso y su abrazo fue casi sin ganas. Robin sintió un nuevo mareo y su cuerpo cedió. El chico la tomó con firmeza —. ¡Robin, que tienes!

Semidesmayada, el entró con ella cargándola en brazos. Cerró la puerta y la llevó a su cama.

— ¿¡Qué te ocurre!? ¿Estás enferma?

— Eso creo... no importa

— Ro...

— Zoro, quiero que te vayas, ¡necesito descansar! — él la miró triste sin decir nada. Ella se giró para dejar de ver su expresión y también para probar si se le pasaba el maldito mareo —. Por favor, sólo déjame en paz...

— Como quieras, me alejaré, solo quiero que te sientas bien pero no te dejaré sola esta noche... — le dio un beso en la mano y se levantó del borde de la cama.

Tomó una manta y fue al sillón de la sala. Se acomodó para dormir, desde ahí, podía ver a la chica que no se movió ni un centímetro para verlo.

Su cabeza daba vueltas, se había comportado como un verdadero imbécil y lo sabía, estaba arrepentido de permitir que un rezago de su antiguo ser pudiera opacar las posibilidades que tenía con ella de ser feliz. Todo era confusión.

Al día siguiente, la morena no estaba en su cama. Se había levantado temprano. Le dejó una escueta nota a Zoro, el chico la leyó y salió con paso apurado al centro del pueblo. En el camino marcó a su teléfono, una voz grabada le indicó que estaba apagado, luego llamó a Nami, ella sí contestó.

— Hola Nami... ¿Estás con ella?

— Sí, ¿qué quieres? — le contestó con un tono indiferente. Supo que también estaba molesta con él.

— Sólo quiero saber si está bien, anoche se sentía pésimo y yo... no sé qué... — la pelirroja se percató de un incómodo silencio del chico —. Nami, ayúdame, metí la pata hasta el fondo, creo...

— Estamos en el centro médico — Robin puso un grito en el cielo, Nami tapó el auricular —. ¡Dice que te llamará!

— Gracias, Nami — alcanzaba a oír los reclamos de Robin.

Cortó la llamada y siguió caminando, divisó a Franky y a Sanji en la plaza central. Decidido, avanzó hacia ellos.

— Hola chicos...

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