Capítulo uno:

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El pasado y el presente.

El viejo Ritprasert miró al niño que transitaba por el polvoriento camino, no llevaba zapatos, unas chanclas de goma era todo lo que cubría sus pequeños pies, un pantalón lleno de costuras y un bolso cruzado incluso más grande que él, su pelo castaño caía hasta la mitad de su frente,  impedían que se notara sus orejas rojas por las ya bajas temperaturas, era acompañado por un perro negro igual de flaco que él, que meneaba la cola al tiempo que su pequeño amo le acariciaba de vez en cuando la cabeza. Un impulso repentino hizo que el viejo Ritprasert se bajara del auto y se cruzara en el camino de ese chiquillo.

- ¿Cómo te llamas? – Le preguntó poniéndose a su altura. - El pequeño lo miró con desconfianza.

- Mi mamá dijo que no hablara con desconocidos. – Fue su respuesta. El viejo Ritprasert sonrió con un extraño sentimiento de culpa, mientras el pequeño perro se ponía en guardia para defender a su compañero.

- Es un buen consejo. – Le digo, al mismo tiempo que al chico le comenzara a protestar el estómago. - Tienes hambre ¿eh?

- Un poquito. – Dijo enrojeciendo y bajando una de sus manitas a su barriga.

- ¿Quieres comer algo?, iré a esa tienda, ¿quieres acompañarme?

- Mejor lo espero aquí. - Dijo inteligentemente. – Mamá se enojará conmigo si me salgo del camino.

- Bien pensado. No te vallas, iré a comprarte algo. – Cuando volvió le entregó a él una bolsa con unas galletas, una leche y un gran pan de queso, el chico sonrió encantado y el viejo deslumbró la sonrisa casi familiar de un conocido. No soportó quedarse por más tiempo, así que se despidió del muchacho y subió al lujoso coche, desde la ventana pudo ver como el chiquillo partía el pan y le daba su parte a su fiel amigo.

- ¿Es él?, ¿lo ha encontrado señor? – La voz de su abogado lo sacó de sus pensamientos.

- Es él, incluso tienen la misma sonrisa. – Dijo son tristeza.

- ¿Qué hacemos ahora señor?

- Nada..., absolutamente nada, ellos nunca deben saber..., algo como esto arruinaría la vida de todos. ¿entiendes?

- Si señor...- Dijo él. El viejo Ritprasert se alejó entonces, nada podía hacer ya, hace años sentencio la vida de muchas personas, solo esperaba que el destino ayudara a ese niño, porque definitivamente él nunca lo haría. Había tomado una decisión hace siete años, pero a pesar de eso, al ver a ese muchacho había comprendido que de alguna manera tendría que pagar todo el daño causado y no rogaria clemencia a Dios por eso, todo lo que le pasaba ahora era el pago por sus errores, aun así el viejo Ritprasert nunca más podría olvidar la imagen de un niño caminando en esa polvorienta pobreza.

Era verano, el joven Natouch caminó por las calles de la capital con una carpeta bajo del brazo, la tercera entrevista de esa semana, había logrado ahorrar lo suficiente para un año más de universidad, aun así, tenía que conseguir otro trabajo, las cosas no fueron bien para la empresa de ventas para la que trabajaba medio tiempo, aunque se sintió frustrado al principio, se recordó que aún tenía tiempo de encontrar algo, al final del día solo quería que el abuelo estuviera orgulloso.

- Señor Natouch, el presidente Thitiwat lo recibirá ahora. – La secretaría de unos cincuenta años le hizo pasar a la oficina, pensó que cuando decían "el presidente" se encontraría con un hombre mayor, la persona que tenía ante él era un hombre de unos cuarenta años, de hombros anchos, que parecía ocupar todo el espacio disponible, eso fue lo primero que pensó, lo segundo era que la lujosa oficina combinaba con su manera de vestir.

MI QUERIDO SECRETARIODonde viven las historias. Descúbrelo ahora