Parte V

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Geneviéve entró minutos después inhalando fuertemente, definitivamente hacer carreras con Sebastian no era una buena idea de juego por obvias razones.

—Nunca pensé que fueras tan rápido, casi volabas— espetó ella dando palmadas en su hombro, ahí fue cuando Sebastian se dió cuenta de lo que acababa de hacer.

—Demonios— murmuró en voz baja— Geneviéve quiero pedirte un favor.

—Depende de lo que se trate— respondió ella mirándole burlona, pero al ver su serenidad y sus ojos oscuros decidió tomárselo enserio— está bien, dime.

—Quiero que te quedes en la habitación y no salgas por nada, no importa que escuches algo fuertemente por varios minutos, una hora para ser exactos— notó su mirada confundida en sus ojos caramelos y se puso mas nervioso.

No podía decirle así de la nada "hey, soy un vampiro y me acaban de ver correr a niveles paranormales, por lo que tendré que matar a todos los testigos", si quería hacerlo, tendría que tomarse los riesgos.

—Otra cosa— agregó antes de que se metiera en el baño— saldremos a Rumania de vuelta mañana— y se largó dejándola encerrada en la habitación con todas las preguntas en su boca a querer ser contestadas.

El pasillo estaba solitario pero sabía que en cualquier momento el ascensor sonaría y alguien aparecería riéndose de algo y haciendo escándalos.

Sebastian gruñó posando sus manos y frente en la puerta de la habitación, pensando en lo que estaba por hacer.

Pero debía, tenía que hacerlo si quería que nadie sospechase nada porque sabía que muchas personas lo habían notado, y mataría a esas personas que osaban a adentrarse en su secreto.

Sus ojos azules pasaron a ser rojo sangre, su ropa pasó a ser la del conde que siempre había tenido con él con aquel maldito rubí casi reparado y roto en su cuello con una cadena de oro y sus manos pasaron a tener unas uñas puntiagudas un poco mas largas que lo normal.

Miró un espejo cerca de ahí y sus colmillos estaban mas grandes de lo que alguna vez habían estado, entre menos sangre beba, más las cosas van a crecer, y eso sólo incluía sus colmillos que podrían hacerle a él mismo daño y sus uñas que podría rozar en su piel y cortarse fácilmente.

—Lo siento tanto Geneviéve...— murmuró caminando a paso apresurado, apagando las luces de todo pasillo y piso que estuviese en su camino. Las víctimas ya estaban marcadas.

Un hombre y dos mujeres de mediana edad, uno de ellos estaba comiendo arriba y los otros dos estaban en el casino.

Primero fue con la mujer de arriba.

Al abrirse el ascensor agarró por el cuello a los dos guardias y los empujó a las paredes dejándolos inconscientes, apagó las luces con unos movimientos de mano y con las cortinas gruesas tapó las ventanas dejándolo todo a oscuras, pero para él no.

Caminó entre las personas en pánico que se quedaban en sus mesas agarrados de las manos para no perderse, pero Sebastian no estaba dispuesto a armar tanto alboroto, así que fue a su víctima, tapó su boca y clavó los colmillos en su cuello para empezar a beber.

En sólo minutos la mujer estaba seca, la sangre escurría de los labios del rumano y tan rápido como apareció en la sala se fue dándoles la luz a las personas para ver.

Sonrió cuando los gritos incrementaron, las personas se habían dado cuenta de su maravilloso acto, por lo que sólo quedaban dos.

Caminó con normalidad por los pasillos oscuros, apagando toda la sala de recepción para llegar al casino que "afortunadamente" estaba escondido entre los pasillos.

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