Parte VI

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En las profundidades del bosque donde la luz del día no entraba, se alzaba la cabaña del merodeador, aquella estructura que pocos se aventuraban a ver por dentro gracias al nauseabundo olor que la inundaba a propósito por las víctimas de Sebastian.

Pero justo en ese momento, se encontraba el chupa sangre en medio de la casa, mirando el hueco en su techo donde entraban uno que otro rayo de sol que iluminaba la casa en el día.

Sebastian se encontraba gruñendo en medio de los rayos de la bola de fuego, agarrando su cabello con desesperación mientras sus colmillos causaban daño en sus labios, pero ésta vez el dolor le hizo frente a su orgullo y lagrimas salieron de sus orbes azules.

Miró sus manos ensangrentadas, las personas que yacían en el suelo desangradas y sin vida, no era esa persona que Geneviéve veía muy seguido y eso le desanimaba.

Caminó por la madera, pensando en millones de opciones para decirle a Geneviéve que no pueden seguir viéndose, que estar cerca de él sólo le causaría daño y lo que menos quería era seguir siendo el mismo asesino que años antes había hecho al pueblo huir.

Las dudas le carcomían por dentro, estaba frustrado, demasiado para su gusto regular y poco a poco se rompía en pedazos.

Agarró su rubí que de alguna manera se estaba agrietando todavía más, fue a su espejo roto y miró su ser, sus ojos brillaban como nunca antes y sus colmillos eran mas grandes.

El rubí se rompía y entre más tiempo pasaba, más se convertía.

Pero antes de caer en la locura y la desesperación, una voz irrumpió en los pájaros que cantaban en su casa abandonada, pero sorprendentemente no era la voz que él deseaba escuchar.

—¿Sebastian?— su voz vieja hizo eco, la Sra. Baciu, Ileana, había llegado de alguna manera a su cabaña, aún recordando que jamás le había enseñado el camino a como llegar a ella.

Corrió escaleras abajo y se asomó con sorpresa, viendo a Ileana parada en la puerta torcida, Sebastian corrió a ella al ver que su respiración era irregular y parecía batallar por respirar.

—Ileana ¿qué demonios te pasa? ¿Si sabes que eres mayor y no estás en mi estado físico?— bromeó para aligerar el ambiente, pero parecía que Ileana no se lo tomaba a juego.

—¿Qué mierda te ocurre a ti?— le miró confundido, hasta donde recordaba no había hecho nada fuera de lo habitual— dejaste a Geneviéve en su apartamento como si nada.

—Eso no es verdad, ella fue quien me pidió que me fuera— Ileana se golpeó la frente, haciéndole ver que era un idiota sin saber porqué.

—Eres un imbécil, ¿acaso no viste su rostro? Es evidente que quiere que te quedes pero no tiene el valor para decírtelo— suspiró rendida, Sebastian se dió la vuelta dispuesto a volver a mirarse en el espejo de su habitación— en fin, después de que te fueras apareció un chico de acento francés, por lo que estará acompañada— se detuvo bruscamente y antes de que ella pudiera irse, Sebastian a la velocidad más alta que pudo correr, volteó a la señora mayor bruscamente para que le mirara.

—¿Quién demonios es ese infeliz?— preguntó en voz serena, con una mueca tan grande que sus colmillos parecían tener mayor tamaño.

—Se llamaba...Floriant creo, apareció con varias chicas, ¿son sus amigas?— preguntó Ileana sin entender muy bien la situación.

—No— respondió sereno, dejando a Ileana en la cabaña.

—¡Sebastian!— gritó la señora mayor, el vampiro apareció minutos después con una sonrisa torcida y avergonzada.

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