Parte XI

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Corrió por su piel expuesta, Geneviéve le había quitado cualquier prenda para dejar que aquella mancha dorada siguiese su camino sin mayor interrupciones, dejando lo que ella mas deseaba a la vista de las dos personas que la habían apoyado en todos los malos y buenos momentos que tenían que ver con el chupa sangre a su lado.

Se empezó a dividir en su piel, la fémina se separó algo asustada de lo que estaba corriendo por las venas de Sebastian, poco a poco todo su cuerpo empezó a iluminarse por las venas gracias a aquella luz dorada que parecía consumirlo.

Los tres estaban expectantes con las emociones por las nubes, sin saber como reaccionar al ahora cuerpo flotante del rumano que empezó a iluminarse de a poco cada vez con más fuerza que antes.

En cuestión de pocos minutos, su cuerpo estaba cayendo lentamente hacia la grama del barranco donde habían dado su primera y especial muestra de amor mediante besos y palabras románticas.

—¿Sebastian?— se acercó a él, cuidadosamente y procurando que no fuera a ser dañada por cualquier acción brusca que fuese a cometer el que antes creía, hombre muerto.

Quejidos se escucharon alrededor, haciendo un eco frustrante en la mente de la chica al ser reproducidos, el cuerpo antes muerto se levantó con lentitud, dándole la espalda a aquellos testigos que seguían asimilando lo que sus ojos acababan de presenciar.

Al voltearse, una ola intensa de emociones la golpearon como balde de agua fría pero aquellos ojos que la miraban, esos mares tan profundos que al adentrarse en ellos sería fácil ahogarse en cuestión de minutos.

Su sonrisa, tan resplandeciente como la primera vez con unas mejillas ligeramente bañadas en un sonrojo que le daban ese toque de amabilidad y ternura que tanto la habían cautivado, su herida cerrada y su traje todo pulcro y limpio como si estuviera recién salido de la mas cara y fina lavada hecha por los mayores detallistas del mundo.

Su sonrisa, tan resplandeciente como la primera vez con unas mejillas ligeramente bañadas en un sonrojo que le daban ese toque de amabilidad y ternura que tanto la habían cautivado, su herida cerrada y su traje todo pulcro y limpio como si estuvie...

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—Sebastian...— soltó en apenas un hilo de voz, dejando salir sus lagrimas otra vez pero en ésta ocasión de felicidad.

—Muñeca— extendió sus brazos con una sonrisa, ambos se juntaron en uno solo, enredando sus cuerpos en los brazos del otro en búsqueda de ese sentimiento que, por todo el día de ayer, los había estado matando con su ausencia.

No hicieron falta preguntas y miradas para saber que esos dos deseaban su tiempo a solas, Ileana y Belmont se retiraron charlando acerca del otro para conocerse por nunca haber tenido la oportunidad para hacerlo.

Sebastian estrujó entre sus manos el rostro de la mujer que lo había salvado de verdad, besando sus labios con una necesidad increíble que ella compartía sin ninguna pizca de timidez como usualmente era.

Dieron vueltas, rieron, jugaron y después de pelearse por ver quién se amaba más, fueron a su cabaña sin terminar.

—La recordaba más avanzada— dijo el castaño con algo de molestia, odiaba hacer esa clase de trabajo y luego de machacarse los dedos varias veces con el martillo había decidido dejarle el trabajo duro a su novia.

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