Capítulo 8

479 26 3
                                    

Alargué el brazo para poder alcanzar la maldita cosa que no para de sonar. Cuando lo alcancé en vez de apretar el botón de apagado con un fuerte movimiento lo tiré al suelo. El despertador hizo un último pitido y se acabó. Ya podría darme media vuelta y dormir. Pero a los pocos minutos sonó el despertador del móvil y por mucho que me gustaría estrellarlo contra el suelo, contuve mis ganas de destrucción mañaneras. Me levanté medio dormida y me dirigí al baño de mi habitación para una ducha. Conseguí no dormirme bajo el agua y salí para envolverme en mi albornoz. Baje descalza a la cocina y me prepare un tazón de cereales mientras miraba por la ventana. Son las 6.30 y la calle estaba desierta, no hay ni una luz en ninguna casa. Qué envidia, de verdad. Añadí un poco de azúcar me senté a la mesa. Por lo menos tenía tiempo de desayunar tranquilamente.

Una vez terminado el desayuno metí el tazón en el lavavajillas y subí de dos en dos las escaleras con energía renovada. Me puse unas mayas negras de deporte, una camiseta básica amarilla y una chaqueta deportiva negra de hombre. Agarre la mochila con las llaves y todo lo necesario para pasar la mañana y me dirigí al Jeep.

Como era de esperar las calles estaban desiertas y no me fue difícil encontrar un aparcamiento enfrente de la puerta del gimnasio. Cerré el auto nada más salir. Me pese un rato con la cerradura de la entrada principal y cuando conseguí que la maldita cosa se dignase a abrir. Entre en la recepción y a pesar de llevar chaqueta un escalofrío recorrió mi cuerpo. Así que lo segundo que hice después de encender todas las luces del gimnasio, fue poner un poco la calefacción.

-Hola, jefa - me saludo El Vikingo mientras entraba.

-Buenos días - le sonreí.

Kevin, más conocido como El Vikingo, es un hombre alto, con grandes musculo y por supuesto una melena larga y rubia recogida en una coleta en la nuca. No era exactamente lo que se dice atractivo, pero tenía ese no-se-qué que lo hacía irresistible. Además, era de los pocos que no puso problemas desde el principio para que yo dirigiese el local.

Me senté un rato en la silla de Pablo esperando que llegaran los boxeadores que faltaban y los entrenadores para cerrar la puerta y quien quisiese entrar tendría que llamar al intercomunicador. A los pocos minutos entraron los dos entrenadores que les tocaba trabajar hoy riéndose de algo. Se trataba de Paolo, uno de los entrenadores más jóvenes porque se tuvo que retirar de las competiciones por una lesión y por su puesto de descendencia italiana. Y su acompañante era David, un cincuentón canoso y con una barriga pronunciada. De rostro afable pero con una mala leche acojonante. Más tarde entraron El Escurridizo y Nick, y al parecer ellos también estaban de buen humor. No sé si al escurridizo lo llamaban así por cómo era en el ring o por el pelo tan grasiento que tenía.

-¡Ey, Jefa! - se detuvo Nick, mientras se apoyaba en mostrador - ¿Hace un gran día, no crees?

-Cuando salga el sol te lo diré - dije resoplando.

- Vaya, vaya... Parece que alguien no tiene muy buen despertar - rió.

Puse los ojos en blanco sin poder evitarlo. Pero la milésima de segundo que no mire apareció William que se nos quedó mirando fijamente. Nick se dio la vuelta para ver lo que miraba yo.

-Necesitó hablar contigo, Anna - dijo sin apartar la mirada de mí y haciendo que me estremeciera cuando dijo mi nombre.

-Yo mejor os dejo - dijo el Nick mientras se iba, pero ninguno de los dos le hizo caso. Yo estaba embobada mirando los pozos azules de William y el mis ojos azules.

Empezó a caminar hacia mí, hasta lo más cerca que pudo. Sus intensos ojos eran hipnotizadores.

-Pues dime.

-Respecto a lo del otro día...

-No hay nada de lo que hablar - que lo deje así, por favor.

-¡Sí que lo hay!

-Fue un estúpido beso, punto.

-Sería un estúpido beso, pero tiene repercusiones.

-¿Cuáles? - reí - Que yo sepa así no me puedes dejar embarazada...

-La chica que entró en el vestuario es la chica que me ha estado persiguiendo por años y...

-¿Sabes lo que son las órdenes de alejamiento?

-Mi madre siempre ha querido que me case con ella - dijo ignorando mi pregunta -. Es más, parece que se han vuelto inseparables. Y Jennifer le dijo a mi madre que estábamos juntos.

-¿Y? - no sé por qué me tendría que importar.

-Mi madre te quiere conocer - dijo mirándome fijamente.

-¡Oh no! Eso sí que no - dije negando con la cabeza -. No lo pienso hacer. Tú fuiste el que ideo lo de la novia, el beso y luego tuviste la genial idea de decir que éramos novios. Pues ahora te las arreglas también solito. Yo no quiero conocer a tu familia.

-Pero...

-No.

-Te propongo un trato - dijo rápidamente.

-Te voy escuchar, pero eso no significa que vaya a aceptar, ¿comprendido?

-Si te haces pasar por mi novia no vuelvo a poner objeciones a ningún cambio que hagas en el gimnasio y leeré todos los carteles que pongas, aunque digan una gilipollez. ¿Qué te parece?

-¿Podre tirar ese asqueroso saco y tú no dirás nada? ¿Nada de nada?

-Nada.

-¿Solo me tendré que pasar por tu novia en la cena?

-No. Estaremos fingiendo hasta que mi madre crea que estoy totalmente e irrevocablemente enamorado tuyo. Después romperemos y mi maltrecho corazón no soportara estar casado con Jennifer y ella se olvidara de ello. Por lo menos durante un largo tiempo.

-Unos meses... Pero solo cuando tu madre o la barbie este delante, ¿no?

-Cualquiera de mi familia o de la suya.

Mmmmh... Hacer cualquier cambio en el gimnasio sin tenerle tocándome los ovarios... Y a cambio solo tengo que hacerme pasar por su novia y darme unos cuantos besos más. Aunque eso no importa mucho... Pero no me desagradaría mucho, sería una ventaja, porque por mucho que odie reconocerlo besa bien, demasiado bien para ser legal. Todos son pros, o casi todo. Además podía ser divertido... ¡Que carajos!

-Trato hecho-le dije mientras que me levantaba de la silla y le ofrecía la mano para sellar el trato.

-Perfecto - sonrió y me dio la mano, pero antes de que pudiese relaciones de un tirón me acercó a él por encima del mostrador y me besó.

Sus labios eran tan suaves como los recordaba y casi sin poder evitarlo abrí la boca invitándolo a explorar. Él no lo dudó e intensifico el beso. Su mano abandono la mía, dejando vía libre para apoyar mis manos contra sus poderosos pectorales y sus manos fueron a mis mejillas para girarme la cara y conseguir una mejor posición. En estos momentos desearía que el mostrador desapareciese y así poder tener su poderoso cuerpo apretujando el mío. Fue el el primero en separarse.

-Trató cerrado - dijo con los labios un poco hincados y sonrojados y empezó a caminar hacia los vestuarios.

El beso me había dejado sin palabras y con el cuerpo hecho gelatina; sin duda iba a disfrutar de los beneficios de esta "relación".

Eres Mía Pequeña (Pausada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora