Capítulo 9

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Ya han llegado todos los que debían, así que cerré la puerta y entré en la zona de entrenamientos. Todos estaban muy concentrados en sus ejercicios y para no molestarles, porque si de normal se cabrean, no quiero saber cómo se ponen cuando les molestas la mañana misma de la pelea. No señor, no seré yo quien lo descubra, así que preferí meterme en mi despacho hasta que alguien me necesitara. Decidí revisar los contratos con los proveedores y así terminar con todo el papeleo de una santa vez. Una tarea nada excitante. Además los números se me dan bien, pero no es algo que me emocione.

Por suerte los malditos números me entretuvieron durante las dos horas siguientes. Con un gran suspiro de alivio cerré la última carpeta y guarde todo en el fichero correspondiente. Estaba pensando que hacer a continuación cuando alguien llamo con los nudillos a la puerta.

-¡Pase!

El escultural cuerpo de William ocupó el marco de la muerta.

-Anna, tenemos que hablar.

-¿Tan pronto quieres romper conmigo? - eleve una ceja.

-¿Qué? - dijo desconcertado.

-"Tenemos que hablar" es lo típico que se le dice a tu pareja cuando quieres romper, ya sabes... - a lo que no contesto -. En fin, ¿qué quieres esta vez?

-Esta noche cenaremos con mi madre después de mi pelea. Así que te paso a buscar y te llevo a su casa.

-Me parece que es una "relación" de dos, ¿no? - el asintió - Pues déjame tener el placer de opinar, ¡Gracias!

-¿Para qué? - viendo que le iba a decir unas cuantas cosas siguió hablando - Eso ha sonado mal, pero si es sólo una cena. Yo te paso a buscar, como lo haría cualquier novio.

-¿Y si quiero ir a ver tu combate?

-Si no somos pareja, ¿Por qué querrías ir?

-A lo mejor para ver cómo te parten la cara... O porque me encanta el boxeo y es una oportunidad de ver una buena pelea... y que te partan la cara - terminé con una sonrisa.

-A las 5 paso a por ti. - dijo empezando a darse la vuelta para irse.

Odio que me den órdenes. A ver, si son razonables como cuando hay un tiroteo y te mandan tirarte al suelo y esas cosas. Pero cuando me mandan pudiendo yo opinar, lo llevo mal. Así que no se saldrá de rositas.

-William...

-¿Si? - dijo girando un poco la cara para verme.

-¿Me puedes hacer un favor?

-Si - dijo dudoso.

-¡Perfecto! - Sonreí ampliamente -. Pues ve a al almacén, coge un saco nuevo y cambiarlo por el viejo destrozado, gracias...

-No pienso...

-¡Chss, chss! - le interrumpí -. Recuerda nuestro trato... Yo me hago pasar por tu novia y tú no me pones ninguna pega en las decisiones del gimnasio. - vi como su cuerpo se tensó -. Pero puedes hacer con el saco machacado lo que tú quieras, mientras lo saques de aquí.

-No sé por que qué te tiene que importar el saco que yo utilice - dijo girándose por fin completamente hacia mí -, soy yo quien entrena con él.

-¿Por qué es tan importante para ti? - pregunté con curiosidad.

-Fue estrenar el saco y subir de categoría - dijo simplemente.

¡Así que eso es! Es su amuleto. Cree que si todavía entrena con él ganará todo y no descenderá de categoría. Me lo debería de haber imaginado.

-Te propongo un trato - le dije.

-Te escucho.

-Te dejo hoy terminar de entrenar con tu saco, pero el próximo día de partido entrenaras con uno nuevo. Y el viejo te lo puedes quedar. Si es tu amuleto de la suerte te va a dar igual entrenar o no con él, el caso es que lo tengas. O si no te convence, le cuelgas en tu casa o en el vestuario que te den y antes de salir le das unos golpes. ¿De acuerdo?

Vi duda en su mirada, pero era normal, le estaba pidiendo que cambiase su ritual antes de un combate y eso para un boxeador es sagrado, o tanto como lo puede ser. Mi amuleto eran mis guantes negros, hasta que un día los pobres se cayeron a cachos y me toco utilizar otros. Ese día casi me da un ataque, pero a mi padre se le ocurrió separar la tela de los guantes y coserme mi inicial en la espalda de la bata con la tela, así tendría los guantes siempre conmigo. Y toda vía les tengo, porque tengo la bata guardada como un tesoro. Pero también sé que hay cosas que tienen que cambiar y que no puedes estar atadas a ellos de por vida.

-Vale - dijo un poco reacio -. Pero te sigo recogiendo a las 5.

-Vale, aunque, ¿te doy mi dirección? - le dije.

-Mierda - suspiró - no había pensado en eso.

Escribí mi dirección en un pos-it y estire el brazo para dársela. El entro rápidamente y la cogió.

-Hasta más tarde - dijo al salir.

-Adiós - pero no creo que me oyese.

Parece ser que esta noche tengo una "cita" y una cena con mi "amada suegra". La noche promete.

Eres Mía Pequeña (Pausada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora