XX
20 de Octubre de 1704
Yo en serio no quería acercarme más al agua. Todos los sirvientes parecían felices y eso era algo bueno, después del fallecimiento del señor Bernardo todos agradecíamos el tiempo de alegría, más cuando nuestro el joven amo al fin había vuelto de sus viajes. Sin embargo, yo como siempre me quede sentado en una manta cerca de los árboles leyendo un libro, que había tomado de la biblioteca del señor. Nunca aprendi a nadar así que me incomodaba entrar a aguas muy profundas. Vi el hermosos lago brillar y me pregunté sí podría sembrar nenúfares algún día en ese lugar. No me atrevía a pedirle a mi señor que consiguiera nenúfares ya que Rubén me había dicho que era una planta muy difícil de obtener por su lugar de origen.
Me sentía aún muy consternado y avergonzado por lo que había pasado esta mañana en mi cuarto. Mi corazón se aceleró solo de recordarlo y traté de calmar mis latidos. Podía recordar perfectamente el sabor de los labios de mi señor de una manera tan obsesiva que cualquiera diría que soy víctima de un hechizo y ya hace más de un año que eso pasó. Pero, cada día me sentía más culpable por no confesárselo a mi señor. Más porque sentía que esto solo aumentaba más y más sentimientos pecaminosos en mi... sentí mis mejillas enrojecer, co...cómo lo de esta mañana al despertar. Yo... yo últimamente no entendía qué estaba pasando y era tan terriblemente vergonzoso esperar hasta calmarme...
–Si no vas a hacer nada, puedes ir a mover unas cajas a la casa dijo Ferrán– con voz clara y autoritaria, él había asumió el cargo de su padre y si bien era competente, eso no le quitaba lo molesto– Y devuelve ese libro a su lugar–
–Sí, señor– exclamé y volví los ojos.
–De hecho, te acompaño. Quiero asegurarme de que realmente hagas lo que te pedí– dijo.
No me quedó de otra que ir, dejar el libro en su lugar y luego ayudarlo con esas cajas. Era muy pesado deshacerse de todo, pero de repente y sin razón aparente nosotros nos hallábamos en el pasillo principal con las manos llenas de cajas. Mi señor hizo acto de presencia mientras se quitaba lo que parecía su camisa. De la impresión y el vuelco que se llevó mi corazón casi dejo caer la caja.
Mi señor parecía tener prisa por lo que solo pudimos dedicarnos una breve sonrisa. Sin embargo, mis ojos viajaron por cada línea de sus torso blanco y delgado, logró hacer que perdiera el juicio por un segundo y al detallar su espalda, me di cuenta lo hermosamente detallado de las línea de su cuerpo. Eran... de repente caí en cuenta que yo no fui el único que miraba de manera lasciva a mi señor, pues el rostro de Ferrán estaba levemente sonrojado y una leve sonrisa se le escapó hasta que nuestras miradas se encontraron y su ceño fruncido volvió.
–Muévete– exclamó dejándome un poco fuera de lugar, el momento ya había pasado y preguntar sería incómodo, pero lo que yo había visto en sus ojos era real ¿no?
Luego de dejar las cajas Ferrán se aseguró de huir al lago lo más rápido posible y yo solo suspiré confundido. Tal vez era solo mi imaginación. Bajé del sótano solo para tropezar casualmente con mi señor. Dado que ya prácticamente no había diferencia en nuestras alturas, le sonreí alegremente mientras dejaba un apretón en su hombro.
–Mi señor– exclamé– Ha estado muy activo últimamente, ¿quiere que lo acompañe?–
Sé que era nuestro día libre, pero la verdad estar al lado de mi señor era todo lo que lo que yo podía desear para ser feliz.
XIX
20 de Octubre de 1704
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Amantes De Tinta
Fiction généraleA veces la tinta es más pesada que la sangre. El deseo puede matar tanto como el puñal que se clava en tu espalda. Brais anhela a un hombre, un sentimiento que lo ha acompañado toda su vida, porque él recuerda algo que las almas no deberían ser capa...