siete.

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"Dale ma, hace dos meses que me estás amarreteando las clases, ¿podemos ir a averiguar?" insistí agotada.

"Yo ya te dije que te fijes y me dijeras, es hora de ser un poquito más independiente, Diana." rodó sus ojos.

"Pero si te pasé precios de ochenta mil cosas y te pedí ayuda para pagar porque lo mío por lo general me alcanza apenas para la facultad y el departamento, ¿ahora sí?"

"¿Qué tanto escombro, loco?" se asomó Lucio a la puerta. "¿De qué me perdí?"

Ahora que Lucio se había separado de su pareja, volvió a vivir en casa, cosa que a mamá le encantaba pero, a la vez le generaba molestias.

"Nada, que tu hermana quiere tomar clases de piano y me está quemando la cabeza hace setenta años con eso..." se rió. "Bueno Di, en estos días vemos."

"Che, mi amigo da clases de piano..." acotó untando manteca en el pan. "Si le digo seguro te cobra más barato que otros que te van a romper el orto."

"¿Quién?" preguntamos mi mamá y yo al unísono.

"Oliva, el de ojitos claros." tragué en seco.

Oliva, el de ojitos claros. Claramente nadie sabía, porque jamás dije nada, pero Valentín fue el primer chico que me gustó. Estoy convencida de que fue una idealización de la edad, pero fue el único chico que me gustó de verdad en esos momentos. Lucio y Valentín eran mejores amigos de más chicos, por lo que siempre venía a casa y se quedaba. Nos veíamos en cumpleaños, fiestas sin motivo, cenas familiares, era uno más. En mi primer ruptura amorosa, él estuvo, en mis quince años, él estuvo, en todos los acontecimientos de mi infancia y adolescencia, él estuvo.

"Ay, Valentín..." suspiró sonriendo mi mamá. Ella amaba al ojiazul. "Sí, Di, anda con él." me alentó.

"¿Vos decís? Capaz le molesta." intenté buscar una negativa.

"¿Por qué le molestaría? Ahí le escribo, despreocupate." me irritaba que Lucio fuera tan pelotudo por momentos.

"Listo, ¿ya estás contenta?" preguntó irónica. "¿Te vas a quedar a comer?" preguntó cambiando de tema.

"No, estoy atrasada con la facultad así que me voy a casa a estudiar y a comer mal, como siempre..." respondí cansada. "Llamame cualquier cosita que necesites..." deposité un beso en su cachete. "Y vos no te mandes cagadas que mamá anda con los nervios de punta." susurré en secreto a mi hermano para luego irme.

Entré a mi desastroso monoambiente y me tiré en la cama, dejando el celular en mi mesa de luz. Un maullido me quitó de lo que sea que estuviese pensando y me obligó a verlo. Era Mango. No entiendo por qué lo adopté si me gustan muy poco los gatos, no tenía sentido. Mango se acostó en mi espalda baja y se quedó dormido. Mi celular vibró algunas veces, así que supuse que era importante.

Número desconocido:

Hola Dina, me dijo Lucho que queres tomar clases de piano.

Ya le dije a tu hermano que no te iba a cobrar, así que avisame que te agendo en algún día de estos, tengo todo libre.

Que andes bien y avisame cualquier cosa, Valdo.

Dina, Valdo... ¿se acordaba de nuestros apodos? La Diana de trece años se retorcería del amor en esta cama. Me dió curiosidad, hace mucho no lo veía, así que no me contuve y me metí a su foto de perfil. Semblante serio, ojos igual de azules que siempre, pero con un destello más maduro en ellos. Ay, no, qué pelotuda. Corta, ¡Corta!

"Hola, Dina..." una voz masculina atendió.

"Te llamé sin querer, soy malísima con la tecnología..." mentí descaradamente. "Estos celulares rarísimos."

𝐛𝐫𝐞𝐯𝐞𝐬.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora